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Año II - Nº 10
Octubre - Noviembre 2003

Editorial

Entrevistas
Juan José Hernández
Por Conrado Yasenza
El Damero
Breve historia de la tortura en Argentina
Por Marcelo Benítez
Los jefes de la nada
Por Alfredo Grande
El Gaucho en la tinta Parte I
Eduardo Gutiérrez: Con acento a rebeldía Por Marcelo Luna
Charla con Alfredo Moffatt
Por Marcelo Rebón
Ajo y Limones:
zona literaria y misceláneas
Diálogo del Poeta y la Parca:
Por Vicente Zito Lema
Mafalda
Por Marcelo Luna
Cuento:
"Estar en lo cierto"
Por Carola Chaparro
"El día de la Esperanza"
Fragmento
Por Mariano Carril
"Apropiación de las primeras necesidades"
Por José REPISO MOYANO
El ojo plástico
Presentación del libro de Augusto C. Ferrari
Por Conrado Yasenza
Batea
Libros:
"El Inquitante día de la vida"
de Abel Posse

por Carola Chaparro

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Kenti

Kenti


Entrevista

Juan

José

Hernández

El escritor Irreverente

Por Conrado Yasenza

Introducción
En busca del tiempo perdido: Infancia en Tucumán y el viaje a la gran aldea.

Sur: una experiencia cultural irrepetible- La ciudad soñada - Poesía y realidad -
Escritos Irreberentes: La irreverencia como antídoto frente a la obsecuencia

La cita para la entrevista está pautada para las cuatro de la tarde. Este jueves de mediados de septiembre se presenta luminoso y templado. El sol es ya más vigoroso y ofrece la agradable sensación de que el vértigo de la ciudad ha cesado momentáneamente. Llego al porteño departamento de la Avenida Pueyrredón, y casi sin darme cuenta me encuentro frente a Hernández conversando sobre las desventajas de llevar a cabo la entrevista con mi entrañable grabador, ya que señala - y es un aserto - es complejo reproducir en un texto lo gestual de una charla grabada. El cuarto donde me recibe Hernández es apacible y se halla dominado por un bellísimo escritorio inglés del siglo XIX que perteneció al agregado cultural de la Embajada de Francia. Sobre él, varios tomos de Platón en una singular y antigua edición. Desde una de las paredes nos observa un joven Hernández retratado dentro de un óvalo, con el libro “El inocente” sostenido por una de sus manos, retrato que se asemeja más a un dibujo y que fue realizado por Silvina Ocampo. En la biblioteca, los siete tomos de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, en su idioma de origen, conviven junto a Walt Whitman, Rimbaud, Borges, Vallejo y otras preferencias literarias. También habitan los estantes de la biblioteca varias fotografías, entre ellas una en la cual Hernández está junto a algunos amigos - distingo a Alejandra Pizarnik -, en lo que parece una tarde de campo. El gusto por la música se hace presente mediante discos compactos de música clásica y Jazz - mis ojos observan y destacan a Thelonious Monk y Bessie Smith -; un enorme insecto embalsamado se halla enmarcado tras un vidrio, lo cual no consigue atenuar mi intriga y cierta ambigua sensación de temor (he olvidado indagar acerca de qué tipo de insecto se trata). Enciendo el grabador y comienza la conversación.
Todo en Juan José Hernández es de una cálida vitalidad.

   
En busca del tiempo perdido:
Infancia en Tucumán y el viaje a la gran aldea
 
- El propósito inicial de esta conversación es indagar acerca de cómo fue su infancia en Tucumán.
- Me parece una buena idea porque en mis cuentos y en mis versos el tema de la infancia aparece constantemente. Pero me apresuro a decir que yo no idealizo la infancia.
La recuerdo mas bien como un estado de gracia - profano, por supuesto- en  que la alegría de estar vivo provocaba  el asombro ante el mundo percibido por los sentidos: epifanías de lo cotidiano que irrumpían a través de  los ojos enjoyados de un gato, como escribí  en un poema, o en el momento de contemplar una paloma bebiendo agua de lluvia en la vereda.

- ¿Cómo era entonces su provincia natal?
- Cuando yo era  chico la gente de la provincia vivía  mejor que ahora, en casas espaciosas de dos o tres partios y fondo de tierra con árboles frutales y gallinero. Había lugar para jugar, para recibir amigos. Por suerte,  no me crié en un departamento como esos que abundan en Buenos Aires (y ahora también en Tucumán) donde los niños juegan  en balcones alambrados como jaulas, entre la ropa puesta a secar, o en alguna plaza sembrada de excrementos de perros. El mudo de la infancia, en muchos de mis poemas, gira en torno, o mejor dicho al amparo  de la figura materna y de la casa natal, que era como una emanación de ella, de su presencia bondadosa y nutricia. También cargada de sensualidad, como en un  verso en que la llamo: Señora de la siesta, la del dulce abandono: tu reino en la frescura del patio, en los helechos.

Freud definió al niño como un perverso polimorfo.¿Qué opina de esa frase?

- Me parece injusta y esquemática. Prefiero esta misteriosa observación de Novalis: “hay niños que no son niños”. En fin, por lo general el niño en mi literatura  posee imaginación, rebeldía y espontaneidad, cualidades o dones que irá perdiendo en la escuela donde comienza el proceso de educarlo, que en gran medida es una tarea  de  domesticación  Si un  niño dibuja  un árbol y  lo colorea de celeste, los mayores le  dirán que no es un árbol real, que los árboles son verdes, no celestes. Se trata de menoscabar su imaginación. Los poderes del niño, vinculados a la indiferencia moral, necesitan ser limitados en función de un equilibrio  familiar y social que permita  convertirlo en un hombre corriente.

 - O prepararlo para su inserción  en  la sociedad…

-  Se trata, en el fondo, de empobrecer al niño  y preparar su ingreso al  mundo de los adultos. En efecto, al dejar de ser niños pasamos de la maldad espontánea a la crueldad premeditada; de la sabiduría balbuciente a la ignorancia palabrera; del ocio bienhechor a las esclavitudes económicas, y del revólver de juguete al asesinato y la guerra.

- ¿De qué modo la educación limita o cercena ese poder imaginativo que según usted  está presente en casi todos los niños?

- A través de la  familia, una institución que forma parte del aparato ideológico no violento del Estado junto con la religión y los medios de comunicación social.

- ¿La escuela sería entonces una prolongación, en tal sentido, de la institución familia?

- De los valores inherentes a la familia basados, entre otras cosas,  en la autoridad paterna y  la propiedad privada.

 - Usted enunció la frase “familias decentes”. ¿A qué se refería?

- Me refería irónicamente a  una expresión clasista, carente  de significado en la actualidad. Se  aplicaba a un grupo de  antiguas familias que llegaron al país en tiempos de  la Colonia (así la emplea Fidel López en su Historia Argentina). Gente del país, criollos viejos  en oposición a los nuevos inmigrantes que carecían de arraigo, de principios morales y  de patriotismo, cualidades  que configuraban un estilo de vida exclusivo de la clase dominante, de la “gente decente”.

- Ese niño que usted fue, ¿cómo se vincula al mundo de la literatura?

- Gracias a un tío paterno, Manuel Hernández, que fue escritor. Publicó varias  obras de teatro y  una novela, titulada “Sarasa”sobre un tema de actualidad en Buenos Aires de los años veinte: me refiero al  negocio de la trata de blancas en manos  una mafia de proxenetas de origen judío. Mi tío murió bastante joven. Yo no alcancé a conocerlo, pero mi padre, que lo admiraba, compró  su  biblioteca cuando sus bienes salieron a remate.  Así fue como empecé a leer, desde muy joven, a los mejores novelistas de fines del siglo diecinueve español, como Pío Baroja, Pérez Galdós y Unamuno en ediciones encuadernadas  que llevaban la firma de mi tío.

- Supongo  que también leyó a los poetas del Siglo de Oro Español.

- En efecto. Había una voluminosa Antología de la Poesía Lírica Española que incluía a Gil Vicente, Santillana, Manrique, Garcilaso, Quevedo y fray Luis de León, entre otros  poetas clásicos. También  leí libros de espiritismo y de magnetismo que abundaban en aquella biblioteca heredada. Por comentarios que oí, mi tío tenía fama de hipnotizador; él preguntaba si podías contar hasta diez, y uno le contestaba: claro que puedo,  pero cuando llegabas al número nueve no podías pasar de allí.  Fue un buen tipo: admiraba a los anarquistas y mientras  fue director de la cárcel hizo reformas humanitarias y progresistas en el reglamento, como permitir los encuentros privados de los presos con sus mujeres.

- ¿El clima literario y cultural de Tucumán, oscilaba entre la influencia recibida desde Buenos Aires y el desarrollo propio de la provincia?

- Tucumán fue siempre la menos federal de las provincias argentinas. De ahí que a los tucumanos los llamaran con sorna porteños del Norte. Quizás esto se debía a que la economía tucumana, en la última década del siglo diecinueve, era eminentemente industrial. Las plantaciones de caña  de azúcar llegaban hasta las faldas del Aconquija y por todos partes se alzaban las chimeneas de los ingenios azucareros. Las demás provincias del Norte permanecieron aferradas al modelo económico rural heredado de la Colonia. Dos economías  y dos tipos diferentes de vida, como en la novela Paradiso de Lezama Lima. En Tucumán, con el desarrollo industrial llegó el ferrocarril que unía la provincia con Buenos Aires; la red urbana de tranvías eléctricos y la demolición del viejo Cabildo colonial que fue  reemplazado por un palacio de gobierno de estilo francés. La clase dirigente tucumana empezó a modernizarse, a volverse cosmopolita. En mi infancia, Tucumán era todavía una hermosa ciudad con un parque donde florecían lapachos rosados (el incendio en paz de los lapachos, como dice el poeta salteño Manuel Castilla); sus  bulevares adornados con estatuas y sus calles bordeadas de naranjos que en noviembre se cubren  de azahares.

- Los naranjos y el perfume del azahar son una imagen evocativa casi constante en sus cuentos y en la novela “La ciudad de los sueños”.

- En los meses en que florecen los naranjos el perfume de los azahares alucina la noche y provoca una especie de éxtasis sensual y a la vez  melancólico. La plaza Independencia está rodeada de naranjos seculares. No hay quien no tenga enfrente de su casa o en el patio un par de naranjos. Supongo que esto tiene que ver con el sur de España, ya que gran parte de la población tucumana desciende de andaluces y extremeños. En Andalucía hay también naranjos plantados en las calles; las casas tienen patios espaciosos y están provistas de  persianas,  toldos y terrazas para combatir el calor que en verano alcanza los 45 grados a la sombra, como en Tucumán. Es decir, ambas regiones se asemejan, pero ocurre que allá los pueblos tienen por telón de fondo las montañas de Sierra Morena, que son mas bien  bajas, y en Tucumán lo que se alza  detrás de los cerros azulados es el  imponente macizo  de la  Pre-cordillera.

- ¿Cuándo y por qué decide abandonar su provincia?

- Al terminar el  bachillerato  en el Colegio Nacional  me vi en dilema de  elegir una carrera universitaria Al mismo tiempo,  deseaba viajar, salir de un medio provinciano que se me antojaba chato y aburrido. ¿Qué hacer? Había que optar entre dos carreras consideradas “decentes”: abogacía y medicina. Yo hubiera querido  estudiar Letras porque me gustaba la literatura, pero esa carrera estaba considerada un divertimiento para mujeres ociosas, era como estudiar corte y confección  o  ikebana. En aquel tiempo subsistía aún  otra creencia no menos absurda: en las casas de familia donde había un piano, ese instrumento estaba destinado exclusivamente  a las hijas mujeres. Tocar el piano era  una especie de adorno, de moño que agregaba encanto a “las niñas” de la casa”. A los varones les sentaba mejor el violín.

- ¿Por cuál de esas carreras decentes se decidió?

- Puesto en la disyuntiva, elegí medicina, una carrera que entonces no se cursaba en mi provincia. Fue una  artimaña   para lograr lo que quería: distanciarme de mi provincia, de su atmósfera opresiva. Viví casi un año en una pensión de estudiantes de Rosario que en esa época  era un puerto muy activo, repleto de barcos extranjeros y una fascinante vida nocturna que no tardé en descubrir y frecuentar. En mi imaginación era como estar viviendo en Marsella. Por supuesto no estudié nada. Mi familia se dio cuenta de que no rendía materias, vinieron a buscarme y regresé, o más bien me regresaron a Tucumán. En castigo, me cortaron los víveres: debía resignarme a trabajar en algún banco o escribanía de la provincia.

- Lo pusieron, como se dice vulgarmente, entre la espada y la pared

- Por suerte zafé, de pura  casualidad. Un día, me encontré en la calle con  un amigo pintor que hacía tiempo que no veía. Me contó que había firmado contrato para dirigir la parte gráfica y artística de la Enciclopedia Códex y que por lo tanto abandonaba la provincia para radicarse en la capital. Le comenté  mi problema y él  me ofreció trabajar como asesor literario de la Enciclopedia. Un mes después, saqué un billete en el tren La estrella del Norte y viajé a Buenos Aires donde compartí con el pintor una casa que él había alquilado amueblada en San Miguel, a pocos kilómetros de la capital. La casa era de mediados del siglo diecinueve y había sido primitivamente el  casco de una estancia. Se llamaba La rosada. Allí pasé una temporada, rodeado de consolas, biombos  y juegos de sala coloniales, lámparas de  opalina y espejos nublados por el tiempo. Yo dormía  en una cama victoriana de bronce, con badalquino. Era como vivir en un museo. Mi amigo conocía a  Ernesto Sábato que tenía (y sigue teniendo, creo) una casa en Santos Lugares, cerca de San Miguel. Sábato era antiperonista y estaba sin trabajo, y tanto él como Matilde, su mujer, colaboraban en la enciclopedia.

- ¿En esa época ya escribía?

- Escribía únicamente versos. Ya había publicado un libro de poemas en la editorial Botella al Mar, fundada por Arturo Cuadrado, un intelectual español exiliado que dirigía una colección dedicada exclusivamente a la poesía.

- ¿A Cuadrado lo conoció en Buenos Aires?

- No, en Tucumán, durante  una conferencia que dio para presentar los últimos libros de autores  publicados en la  colección, porteños en su mayoría. Al finalizar su conferencia,  Cuadrado se dirigió  a los poetas tucumanos  allí  presentes y les pidió que le enviaran  sus originales a Buenos Aires con la promesa de que si los trabajos eran buenos serían publicados en Botella al Mar. Pasé mis poemas a máquina – una vieja y pesada Remington – y se los envié. Como al cabo de varios meses no recibía contestación alguna, le envié una carta tajante diciéndole que era un farsante y  un impostor. Cuadrado, con mucho sentido del humor, me contestó de inmediato: “Bueno, por lo que veo Juanjo estás enojadísimo conmigo. Me encanta que los poetas se enojen: ayer Quevedo, hoy Neruda, y tú también ahora. Me parece muy bien. Pero quiero decirte que vamos a publicar tu libro”.

- Ese primer libro de poemas suyos fue “Negada permanencia”.

-  Lo titulé Negada permanencia y La siesta y la naranja porque el  libro reunía  dos series de poemas. La primera  estaba relacionada con el despertar del deseo amoroso y   la otra  abordaba el  tema de la infancia. Estos poemas juveniles forman  parte de  mi obra poética reunida en Desiderátum y publicada en el 2001 por Adriana Hidalgo editora en un orden cronológico inverso, es decir, en un juego de tiempos circulares que hace que el libro termine con mis primeros versos.

- ¿Cómo fue  su actividad literaria luego de la publicación de ese primer libro?

- Tuve la suerte de que Burnichon Editor publicara mi segundo libro de poemas: Claridad vencida. Alberto Burnichon, el Barbas, como lo apodaban sus amigos, era un personaje pintoresco: editor y librero, recorría en una  camioneta Citröen el noroeste del país vendiendo libros. Muchos  poetas jóvenes de la región  publicaron sus primeros versos en preciosas plaquetas financiadas por él. Burnichon amaba la literatura, el teatro y el buen vino compartido con amigos. Lo asesinaron en Córoba, al comienzo de la dictadura militar.

- ¿Actualmente sigue escribiendo poesía?

- Por supuesto. La gente a veces  me  pregunta por qué dejé pasar casi veinte años sin publicar libros de poesía. Bueno, lo que ocurre  es que a las editoriales no les interesa el género poesía: lo consideran antieconómico. Pero a lo largo de  esos años, no  he dejado de publicar  poemas en las páginas literarias de  La Gaceta de Tucumán y  La Nación y en diarios y revistas de poesía. Frente el planteo utilitario de las  editoriales comerciales vale la  pena recordar estas palabras de Ezra Pound a un joven amigo: Nada de lo que se escribe por dinero vale un comino; lo único que vale es aquello que se ha escrito contra el mercado. No hay veneno peor que el dinero.

- Volviendo a su llegada a Buenos Aires ¿Usted se encontró con una ciudad  acogedora  o con una ciudad hostil?

 - A mi segunda llegada, querrá usted decir, porque el primer intento de quedarme a vivir aquí naufragó junto con la famosa Enciclopedia Códex y la casa colonial de San Miguel, y debí volver a la provincia. Fue la segunda vez, en circunstancias favorables que no viene al caso contar, cuando al fin pude instalarme definitivamente en Buenos Aires y tener un departamento en el centro, a pocos metros de Florida, que era entonces una calle elegante, con escaparates lujosos y faroles en la vereda, no la peatonal bulliciosa de ahora, repleta de vendedores ambulantes. Qué placer vivir solo, sin tener que rendirle  cuentas de mis actos  a nadie. La ciudad que encontré  no era únicamente la de los sueños  de la heroína de mi novela. Incluía insomnios y pesadillas. Pero valía la pena


Sur:

una experiencia cultural irrepetible   

- ¿Fue en  la revista Sur, en su entorno, donde usted por primera  vez entró en contacto con el ambiente cultural porteño?

- Mi acercamiento a la Revista Sur coincidió con la publicación de Claridad

vencida. Por tratarse de un libro de poemas, no tenía distribuidores, de modo que  decidí  llevarlo personalmente  a diarios y revistas que contaban con páginas bibliográficas para que le hicieran algún comentario. Peregriné por las redacciones de Clarín, La Prensa  y la Nación; y finalmente me encaminé a la esquina de Viamonte y San Martín donde  estaban  las  oficinas de la Revista Sur. Le entregué un ejemplar al secretario de redacción, el escritor José Bianco, autor de Las Ratas, una novela que yo había leído con admiración. Fue ése mi primer encuentro con Bianco, el inicio de una hermosa amistad que duraría casi treinta años. A Bianco le divertían las anécdotas que yo contaba sobre mi provincia y me aconsejó escribirlas en forma de relatos. La viuda  fue  el primer cuento que escribí en Buenos Aires. Salió publicado en  la revista Sur

- ¿Cómo definiría la concepción ideológica de la revista Sur?

- Digamos que Sur respondía a la corriente liberal y progresista de un sector de la clase social a que pertenecía Victoria Ocampo,  identificado con la generación del ´98 y sus figuras emblemáticas en el terreno de la cultura, como Sarmiento, que fue gran amigo de su abuelo paterno. Para el sector más retrógrado de su entorno social, Victoria Ocampo, por su amistad con Waldo Frank, era una comunista, además de  algo todavía peor: “una separada”.

- ¿Y cómo era Victoria Ocampo?

- Era una mujer inteligente, muy culta y refinada, quizás un tanto imperativa. Llevaba el pelo canoso  recogido en una redecilla invisible y conservaba el rostro terso, casi sin arrugas. Sus ojos, inquisidores y vivaces, brillaban detrás del armazón blanco de  sus gafas de miope. Había en ella algo saludable y austero proveniente quizá de su ascendencia vasca.

- Según tengo entendido, Victoria Ocampo era esencial para la existencia de la revista Sur

- Esencial, en tanto la revista  dependía de su dinero. Pero quien hacía la revista era Bianco. Victoria Ocampo confiaba totalmente en el juicio literario de su secretario de redacción, en su honestidad intelectual, y casi no intervenía en la confección del sumario de la revista.  La amistad entre ellos era muy profunda. 

 - En realidad, usted  fue más  amigo de Silvina Ocampo.

- Así es. Nuestra amistad empezó en  una reunión que organizó  su hermana Victoria en San Isidro para presentar al escritor Lanza del Vasto, episodio que cuento en mi último libro Escritos IrreBerentes. Ella tenía un gran talento poético. Irónica y transgresora, Silvina fue la mujer menos convencional que he conocido. .

- En su ensayo “Lo amargo por dulce”, publicado ahora en Escritos Irreberentes, usted destaca el particular sistema de valores morales de Silvina Ocampo, su horror por lo convencional junto a la capacidad poética para asimilar las contradicciones de la condición humana

- También destaco su fascinación  por las paradojas, los juegos de palabras, las aliteraciones. En un poema dice: “¿Por qué me inspiró el bien males atroces?”. Entre Silvina y yo, pese a que por su edad ella podía haber sido perfectamente mi madre, se estableció desde un  primer momento un lazo de afinidad espiritual que borraba aquella  diferencia de años. Esto se debía quizá  a que Silvina conservaba en su manera de ser algo de muchacha caprichosa, enigmática, seductora, exasperante y genial.

- Con respecto a su obra en prosa, existe también en sus cuentos y en los de Silvina Ocampo, cierta vinculación entre lo pueril y lo cruel, lo ocurrente o misterioso  y lo perverso.

-  La crueldad  puede ser ambigua,  relativa. En El inocente, por ejemplo, a muchos les pareció cruel el final del relato, cuando los perros matan a Rudecindo, el chico mongoloide que ha madurado sexualmente en forma prematura. Bueno, de ahí el título del cuento, porque en realidad lo que estoy planteando es la consecuencia de la pérdida natural de la  inocencia del chico y de los  supuestos dones de impunidad que esa inocencia  le otorgaba. Todo esto requiere la  tácita complicidad del lector, que acepta el desenlace sin que la noción cristiana  de la impureza, que subyace en el cuento, sea  explicitada. El desenlace, aunque cruel, responde a una fatalidad de índole natural, no a una elucubración  intelectual. .


La ciudad soñada   

- El tema del peronismo, como fenómeno político e histórico ¿sólo le sirve a usted de escenario argumentativo para el desarrollo de la novela “La ciudad de los sueños”, o en ese momento estaba consustanciado con los sucesos políticos que acontecían?

- En la época en que transcurre la novela (la primera presidencia de Perón) yo iba al colegio secundario y no tenía ideología política alguna. Después, en la Universidad, supe lo que era la primera, segunda y  tercera internacional cuando me hice amigo de un dirigente obrero trotskista. Los estudiantes universitarios de aquella época eran en su mayoría antiperonistas. La clase alta y la clase media acomodada también lo eran. Escribí la novela cuando Perón estaba exiliado en España. El revanchismo de la llamada Revolución Libertadora contra los trabajadores peronistas y sus dirigentes gremiales, me parecía tan canallesco como el odio racista de la pequeña burguesía porteña por los provincianos que habían invadido su ciudad: los cabecitas, los negritos de mierda que reclamaban a fin de año el aguinaldo. Me chocaba oír decir que un  tucumano “mersa”  había trasladado el bidet al jardín para convertirlo en una “fuente con forma de guitarrita”. Ante tales infundios, reivindicaba mi origen provinciano. No digás que sos tucumano porque no lo parecés, era el comentario habitual. En una ocasión, con motivo de la publicación de El Inocente, me entrevistó un periodista de la revista Panorama. Había  leído mis cuentos y se identificaba con ellos porque también él era provinciano. ¿De qué provincia?. Nací y me crié en Lincoln, en la provincia de Buenos, me  contestó. Ah, no. ¿Cómo podía equiparar esa ciudad que lleva el nombre una raza de oveja con Tucumán, donde se juró la Independencia, donde nacieron Alberdi, Avellaneda, Roca,  Lola Mora y Mercedes Sosa?

- Hay en su novela una evidente intencionalidad política, basada en el enfrentamiento de clases durante la primera presidencia de Perón.

- En La ciudad de los sueños, el personaje que no se nombra y que gravita sobre toda la novela es Eva Perón. La novela acaba cuando ella aparece en Tucumán para coronar a la primera Reina de la Zafra. En su improvisado discurso frente a la muchedumbre que vivaba su nombre y colmaba la plaza Independencia, exclama: Descamisados, la oligarquía no está muerta, está al acecho para dar, en cualquier momento, su zarpazo traicionero. El Che Guevara decía que si bien Eva Perón no era una ideóloga marxista como Rosa Luxemburgo, cumplía  un papel revolucionario importante al fomentar el odio de clases en el país. Aún muerta, inspiraba miedo a  sus adversarios. Por eso se ensañaron con su cadáver, la convirtieron en una momia itinerante. En  mi novela, había además algo que resultaba “irritativo” para los grandes diarios porteños: me refiero la recreación paródica del lenguaje de la clase alta, que ponía al descubierto la frivolidad, el  egoísmo y la estrechez de miras de ese grupo social. 

- ¿Cuál fue la reacción de la crítica de aquellos años ante la aparición de su novela?

- Digamos que fue reticente, y a veces malintencionada. Algunos críticos opinaron que mi  novela  era una especie de  friso de una  época “felizmente superada”; otros la aprobaron sin mayor entusiasmo, señalando que yo era mejor cuentista y poeta que novelista; otros lamentaron el contenido ideológico de la novela (una novela se hace con palabras no con ideas, me advirtió un profesor uruguayo que había dirigido en Paris una revista literaria financiada por la CIA). En  la  vereda de enfrente, Paco Urondo, en La Opinión, escribió una  reseña que llevaba el siguiente título: Recrea atmósferas sutiles, una novela admirable. La primera edición de Sudamericana llevaba en la tapa una fotografía del andén de la estación de Retiro, meta del aluvión  zoológico que llegaba en vagones de segunda clase. Posteriormente fue reeditada por el Centro Editor de América Latina.   

- En lo personal, ¿qué sintió cuando se comparó a la gente del interior con un aluvión zoológico que afeaba la ciudad de Buenos Aires?

- Indignación. La gente del interior se trasladó a Buenos Aires en busca de mejores condiciones de vida. Por igual motivo, en esos  años, más de un millón de andaluces inmigraron a Cataluña. Lo peyorativo en la frase es el término zoológico. A los provincianos los llamaban  también “lombrices”, por venir de tierra adentro, y “veinte y veinte, que era el precio de una porción de pizza y un vaso de vino en los  bares del Once. En la actualidad, los porteños se quejan de otros invasores que afean a la otrora Reina del Plata: los cartoneros, que recorren con sus bolsas las calles de la ciudad; los piqueteros que entorpecen el tránsito,  y los travestis, que ponen una nota pintoresca y escandalosa  en sus barrios exclusivos.

- Usted, sin ser peronista, deja entrever en su novela aspectos positivos del peronismo.

- Yo casi me vuelvo peronista cuando trabajaba en la redacción del diario La Prensa, que era el  reducto del gorilaje más recalcitrante. Es verdad que el diario había sido confiscado por el peronismo y cedido a la CGT. La Libertadora lo devolvió luego a sus “legítimos propietarios”, pero el revanchismo y el odio no cesaron. A Perón, que estaba exiliado, lo llamaban el anciano dictador, el tirano prófugo. Se confeccionó una lista negra de escritores que habían colaborado durante la “usurpación”, y por lo  tanto, no podían volver a publicar en el diario. En la década del `70 se decía que la verdadera viuda del general Aramburu era el diario La Prensa, cuyo proyecto político apuntaba a la presidencia de ese militar secuestrado y ejecutado luego por los montoneros.


Poesía y realidad   

- ¿Qué es la poesía para Usted?

- En principio, y simplificando al extremo esa pregunta abrumadora,  diría que la poesía es una composición de palabras ordenadas musicalmente. En tanto género literario, la poesía y el cuento,  tuvieron el mismo origen oral. La poesía fue palabra hablada antes de ser signo escrito. También fue canto. De ahí que hasta el presente  a la poesía no le basten los ojos del lector; pide también su voz. Exige ser leída en voz alta. 

- ¿La poesía en sí, más allá del género, contiene una fuerza liberadora de esas contradicciones propias de la condición humana de las que hablamos anteriormente, contradicciones entre bien y mal, inocencia y perversión?

- Es posible  que la poesía tenga  ese poder  catártico debido a que  en ella hay siempre un trasfondo de ambigüedad y sombras que provienen del inconsciente. Lo imaginario y lo real se confunden. “De mis dos vidas ¿a cuál llamaré sueño?” se preguntaba Santayana en un soneto. Las contradicciones entre bien y mal, inocencia y perversión pierden su virulencia al pasar de lo fáctico a lo imaginario. En ello interviene esa facultad actualizadora de las cosas ausentes que posee el hombre y que los antiguos llamaban Delectatio morosa. Consiste en recuperar, con la memoria de los sentidos, la  delicia ausente. No sólo la  que  alguna vez tuvimos (y perdimos) sino también esa otra, no menos intensa y real  por  su condición quimérica e inalcanzable. 

- Para continuar en el campo de la poesía, ¿querría saber que opinión le merece esa antinomia que se creó, sobre todo entre las décadas del 60 y 70, entre lo que era poesía pura y poesía comprometida, novela social y novela experimental. ¿Cómo atravesó esa etapa de nuestra historia literaria?

- Yo no diría etapa, sino modas literarias, detrás de las cuales había, claro está, una ideología connotada A principio del siglo pasado, la poesía pura, en teoría, prestigiaba la forma por encima del contenido de un poema. En los años 50 fue utilizada para negarles valor poético  a los versos políticos de Neruda y César Vallejo en nombre de “la supremacía del espíritu”. Las novelas sociales de Asturias, Roa Bastos y Arguedas, fueron menospreciadas por los teóricos de la moderna crítica estructuralista que priorizaban, en una novela las innovaciones formales por encima de su contenido ideológico o emocional. Poner entre paréntesis el yo existencial y el tiempo histórico pueden ser premisas viables en determinadas especulaciones filosóficas, pero aplicadas a una novela la convierten en un juego superfluo, en  pirotecnia verbal. Un novelista, aun sin proponérselo, refleja en su obra la realidad histórica y social que le tocó vivir. La refleja  transfigurada.

- Es decir que la realidad condiciona  la obra  de un  escritor.

- Siempre, salvo que sea un marciano, totalmente ajeno a nuestra tradición histórica y lingüística. Pero un cuento, una novela, un poema  no serán nunca la copia fiel y mecánica de la realidad, porque la realidad no es verbal. La literatura tampoco puede  limitarse a ser un documento supuestamente imparcial, como un informe policial. Toda creación humana, incluso el lenguaje, está  impregnada de humores subjetivos y emocionales. Siempre lo que hay detrás de un escritor es una visión personal y tendenciosa de lo real, en modo alguno ajena a las vicisitudes  de  su vida.

- Hay poetas y escritores, como Alejandra Pizarnik y usted, por ejemplo, a quienes casi no se les prestó atención en aquel momento por no asumir en sus obras ningún compromiso de carácter social, es decir, por quedar afuera de  literatura comprometida.

- Una cosa es el compromiso político y social, y otra la actitud panfletaria. En la obra de todo poeta suele haber poemas prescindibles, como ocurre con uno de Neruda titulado Que despierte el leñador.  Allí Neruda convoca  a Walt Whitman para mostrarle las maravillas del régimen comunista en tiempos de Stálin. Es un poema burdamente panfletario. No así su Canto de amor a Stalingrado, que sigue siendo un hermosísimo poema. 


Escritos Irreberentes:
La irreverencia como antídoto frente a la obsecuencia
  

- En su último libro “Escritos Irreberentes”, que acaba de aparecer, reúne usted ensayos y conferencias. ¿Por qué lo cierra con un poema en prosa, El tiempo circular, elaborado con episodios  cruentos del pasado y otros, no menos feroces, de la época actual?

- Se trata de un poema narrativo que lleva una cita de un verso de Borges: Los astros y los hombres vuelven cíclicamente. Esto se relaciona con la teoría del tiempo circular de los pitagóricos y de Nietzche. El poema enumera  una serie  de crímenes y crueldades del pasado y del presente. Si la teoría del tiempo cíclica es verdadera, todos estos actos atroces habrán de repetirse inexorablemente. En tal caso, concluye  el poema, es “preferible el vacío, la compasiva nada”. El poema está inspirado  en la fotografía de un niño palestino de cuatro años, muerto por soldados israelíes.

- Me gustaría saber a qué obedece el título de su libro de ensayos, y también, qué significa para usted lo irreverente y su otra cara, la actitud reverencial.

- El título  surgió cuando al final de una conferencia que dí sobre el tema Erotismo e ideología en Lugones, que aparece en el libro, una señora del público me recriminó: Usted ha sido muy irreverente con Lugones.Me llamó la atención la palabra y que la señora estuviera tan ofendida. ¿Habrá tantas viudas de Lugones como de Gardel?, me pregunté. Aunque fue un poeta importante, la gente apenas ha leído a Lugones, pero sabe que hay un teatro y una avenida que llevan su nombre, y eso le inspira respeto, reverencia. Los escritores no aspiran a perpetuarse de esa manera, sino en sus libros. Quieren ser leídos con espíritu crítico, independiente, no reverenciados. 

- En uno de sus ensayos, usted teoriza sobre lo erótico y lo pornográfico en literatura. ¿Existe una separación tajante entre literatura erótica y pornográfica? ¿Cómo definiría la obscenidad?

- Los límites son a veces imprecisos, arbitrarios y cambiantes. Por ejemplo, a principios de siglo diecinueve se vendían tarjetas postales francesas que mostraban a mujeres desnudas en poses provocativas, con antifaces y una copa de champagne, o un abanico de plumas en la mano. En otras aparecían en posturas sexuales acrobáticas con señores  ojerosos y bigotudos. Hoy en día,  esas  postales han perdido su halo pecaminosa y son consideradas “divertidas” y precursoras del arte kitch. También hoy nos parece increíble que haya podido prohibirse por inmoral la bellísima novela de Lawrence, El amante de lady Chatterley. O que  en las Obras Completas de Verlaine, editada por La Pléyade en 1948, no figure su poesía erótica. En fin… La diferencia entre erotismo y pornografía se daría en el terreno del lenguaje: metafórico y poético en el erotismo, y coloquial y directo en el pornográfico. En cuanto a lo obsceno, no podría decir exactamente en qué consiste, pero su tufo acompaña a menudo el discurso político y la publicidad comercial.

- Para  terminar, ¿qué le sugiere la palabra muerte?

- Me sugiere la palabra vida. Una y otra se alternan, se necesitan. Para el pensamiento escatológico cristiano, los muertos no están muertos sino dormidos. Despertarán el día del Juicio Final en el que serán juzgados y recibirán (aquellos que lo merezcan) el premio de la vida eterna. No habrá más tiempo, dice el Apocalipsis, que equivale a decir, no habrá más muerte. La alegoría es más impactante en la religión islámica. En el Séptimo Cielo los elegidos disfrutarán de un  orgasmo infinito: la contemplación de Dios.

Entrevista realizada por Conrado Yasenza 
Fotos del  archivo personal de Juan José Hernández
Fotos: Conrado Yasenza

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