Para algunas personas la verdad puede no ser una ventaja. Por un fatal equívoco de la naturaleza estos seres conflictuados dudan solamente ante lo verdadero, planteando un desafío al destino que debería corresponderles si aceptaran sus impulsos.
Sebastián alcanzaba a vislumbrar algo de esta realidad, aunque siempre con la sombra de duda correspondiente. No pudo aceptar que era irresistiblemente atractivo para el noventa por ciento de las mujeres del planeta. Y también para el cincuenta por ciento de los hombres.
En el terreno intelectual se destacaba por su capacidad creativa para las ciencias y las artes, que él interpretó como méritos indebidos.
En los momentos políticos más decisivos para su país, Sebastián se erigió como líder natural de las masas enardecidas. El pueblo lo adoraba y él permanecía ajeno a las voces que lo aclamaban.
Cuando se decidió por el canto, su voz logró inundar de calor las cuevas más oscuras y los picos más elevados. Sin embargo Sebastián se retiró para siempre de la música.
Cargaba una pesada cruz: dudaba sólo cuando estaba en lo cierto y se empecinaba como un burro cuando estaba equivocado. Así fue como huyó de su destino de grandeza por un problema casi fisiológico, que lo hacía sentirse acalorado y con palpitaciones cada vez que sus actos lindaban con el triunfo. Solo estaba a gusto cuando protagonizaba los hechos más ajenos a su naturaleza.
Así se fue transformando en un criminal famoso. Cuanto más malo se volvía, su cuerpo se llenaba de pelos oscuros y su espalda se encorvaba como la de un mono. Solamente la sonrisa seguía siendo transparente, aunque daba miedo en cuanto asomaban sus colmillos.
Sebastián llegó, en un punto determinado de su carrera hacia la animalidad, a perder el habla: emitía cortos sonidos guturales para manifestar sus deseos. Agua, comida y sueño eran sus prioridades.
Fue encontrado una mañana de invierno dando aullidos en los alrededores de un circo, que no dudó en anexarlo como atracción principal. Viajó por países exóticos hasta que conoció a Lucy, una gorila hembra de pelo lustroso y mirada romántica, que lo acariciaba a través de los barrotes de su jaula. La pasión creció hasta hacerlos inseparables.
Como era de esperarse, el viejo axioma se presentó esta vez con más fuerza que nunca, obligando a Sebastián a aferrarse a su animalidad, ya que nunca se creyó más en lo cierto que en su amor simiesco. Fueron sus tiernos sentimientos los que le devolvieron la forma humana.
Lo sacaron de su jaula con respetuosas disculpas. Sebastián comprendió con horror que se había enamorado como un caballo de la gorila del circo y se la llevó a vivir con él. De ahí en más su vida solo fue una cosecha de éxitos en los que eligió siempre el camino que le parecía más dudoso.
De la mano velluda de su compañera había descubierto la cura para su mal.