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Año II - Nº 8
Mayo - Junio 2003

Entrevistas

Rubén Dri
El Damero
Guerra y Paz: Lógicas de una estrategia racional. Escriben:
- Contra la guerra, por la humanidad
por Mery Castillo-Amigo
  Bagdad Café.
por Conrado Yasenza
  La bella paz y la bestia guerra.
por Dr. Alfredo Grande
  Guerra como Inversión.
por Marcelo Luna
La Mujer moderna.
por Marcelo Benítez
El espejo roto y poema inédito.
por Vicenten Zito Lema (desde Holanda)
Jorge Ricardo Masetti: Un rebelde integral. Prólogo de Rodolfo Walsh al libro "Los que luchan, los que lloran"
por Conrado Yasenza
Elecciones 2003:
Opinan:
Osvaldo Bayer.
Marcelo Benítez.
Horacio González
Ajo y Limones
Entrevista a Charles Bukowski:
El grito de los marginados,
de Poli Délano
Charles Bukowski:
Poemas
Informe:
Sadomasoquismo en Buenos Aires
por Marcelo Rebón
Cuentos con receta.
por Carola Chaparro
El ojo plástico
Galería:
Esculturas y cuadros.
Pablo Patza
Batea
La Cocina como patrimonio (in)tangible.
por Carola Chaparro

Fixionarios
por Carola Chaparro

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El Damero
Elecciones 2003

Escriben:
Horacio González
Marcelo Manuel Benítez
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La argentina que viene


Por Horacio González

 

¿Corte o continuidad? Como problema general del ser político, esta pregunta siempre aparece con distintos revestimientos, desde los más triviales a los más refinados. Bajo su aspecto trivial, se muestra en expresiones como "corte con el pasado" o "ya fuiste". Bajo su aspecto más exigente, la podemos encontrar en las clásicas reflexiones de Maquiavelo sobre el deber de todo príncipe nuevo, que es "procurar la dispersión de la memoria del príncipe anterior".
Por otro lado, el sentimiento de que hay un camino nuevo a transitar, con el resguardo de toda clase de prudencia en las expectativas, puede percibirse en las distintas manifestaciones públicas o visibles en torno al próximo gobierno de Kirchner. Estas "expectativas" son desde luego sentimientos visibles de índole ciudadana y que se exponen sobre cierta superficie meramente cutánea de los hechos. Se trata de formas "optimistas" de la comprensión del presente, que siempre pueden ser refutadas o desdeñadas por los que cultivan otro tipo de razón histórica y otros tipos de temporalidad. Quienes piensen que el patrón general de dominio y acumulación económica (y las consiguientes formas de apropiación de la riqueza colectiva) no van a variar sustancialmente, es lógico que consideren el "sentimiento esperanzado" como los espasmos de vulgar optimismo que en ciertos sectores frágiles del pensamiento político acuden como forma de taparse los ojos frente a los graves reclamos de la actualidad.
Y aún quienes no piensan la historia como un monodrama que se sitúa exclusivamente a la altura del modo productivo capitalista, en el caso que nos ocupa también podrían sentir cierto escepticismo frente a las proclamas de "corte con el pasado" si se tiene en cuenta que el gobierno de Kirchner surge de una confusa confrontación de fuerzas en el peronismo y una transferencia de votos conjugados del clásico "homo peronista", y de no pocos sectores que expresan el "homo progresista" convocado a la modesta épica de impedir que se abra paso "lo peor".
Lo cierto es que la periodización de la historia según los cambios de gobierno suele generar un interregno que provoca una suerte de "vacío de Estado" en el cual se pueden decir cosas un tanto ingrávidas, más "programáticas" y sin la exigencia inmediata de que se transformen en la palabra impregnada de dilemas del ejercicio del poder público. En este período, semejante a un limbo, Kirchner se preocupó de dejar claro que la institución presidencial iba a preservar su autonomía frente a las fuerzas económicas y aludió repetidas veces a ideales juveniles que establecerían una continuidad con las sucesivas generaciones que se propusieron cambiar las injusticias reinantes en el país.
Las polémicas que de inmediato se sucedieron sirvieron para trazar un mapa de las tensiones a las que se va a ver sometido el futuro gobierno. Su destino probable, en el caso que desarrolle con más potencia esas prefiguraciones, va a ser la de recrear el programa tantas veces formulado y tantas veces sucumbido del progresismo argentino. Nadie desconoce los dilemas de este programa que ya lleva un largo ciclo elaborando un tibio pero no por eso fácil programa de cambio en el país, tanto en el régimen asfixiante bajo el que se ejerce su vida institucional como en el injusto modo acumulativo de la vida económica, causante de infinitas pérdidas de derechos y posibilidades de vida en el mundo del trabajo.
Ahora se agregaría un nuevo dilema en el caso que Kirchner no fuera presa fácil de los mecanismos al acecho que en las fuerzas políticas y económicas rozan la "continuidad profunda" de estas últimas décadas. Es el dilema que a diferencia del fallido intento anterior, el del Frepaso, hace que este "progresismo" se realice dentro y hacia las fronteras del peronismo, con un tipo de funcionario peronista de lenguaje argumentativo y democrático (lo que habitualmente se denomina "presentable") como Bielsa o Filmus. Según los gustos, también Béliz. Y siguiendo siempre la cadena caprichosa del gusto, también Lavagna y Ginés García.
¿Pero no es ésta una continuidad? Sí, lo es, pero se trata de un paso del peronismo de rostro "aceptable" en el interjuego de las ideas argentinas (tan acatador como las demás corrientes políticas a los condicionamientos de la realidad, pero con rasgos de franco apartamiento de las consignas oscuras, corporativas y mafiosas del período anterior), hacia un peronismo de frontera, preparatorio de una nueva época que alumbre un trazado de ideas y prácticas capaces de redefinir los nombres de los colectivos identificatorios. Si esta redefinición ocurre, es evidente que los rituales de interferencia en la vida pública que mantienen los grupos internos partidarios (que perciben rentas visibles o invisibles por formar parte de esas entrañas adobadas de las corroídas instituciones políticas), pueden cesar de tejer en la escena las marcas brutales de la apropiación probada de los bienes públicos.
Hablar de lo que va a ocurrir se hace más difícil cuánto más nos acercamos a la idea de que los nombres y los hombres inmediatos de la política tienen real aunque relativa autodeterminación en la historia. Al contrario, sería fácil si todo lo alojáramos en una trama capitalista que hace inútiles los esfuerzos de los hombres ambiguos, tensos y demudados que toman las decisiones políticas.
Si realmente la política conserva cuotas de autonomía (que es una forma de leer lúcidamente los límites del mundo y del lenguaje) se abre un período que podríamos considerar de luchas clásicas: habrá una derecha corporativa (y quizás conspirativa) y un movimiento social reivindicativo que seguirá recorriendo las ciudades argentinas. El gobierno será un "tercero en discordia", y su éxito depende de interpretar la discordia como una duro y perseverante esfuerzo para inclinar las decisiones públicas hacia la zona que condensan las expectativas de los más castigados y desfavorecidos. Y eso, sin "cooptaciones" ni ofrecimiento de prebendas sino inspirándose realmente en esas luchas que signan la memoria social.
Pero lo que estamos diciendo lo escribimos a unos días de asumir el futuro gobierno. En el halo inmaterial que consagran estos días (donde la fuerza pegajosa de los hechos aún no se hizo totalmente presente), lo que ahora decimos puede ser triturado como un texto que participó incautamente de las delicias del limbo. Es decir, periodizar la historia por nuestras firmes pero volátiles esperanzas ciudadanas y no por nuestras cautelas esenciales de quienes suelen no ver nada nuevo bajo el sol de la explotación humana, pero en este caso con el riesgo también de hacerse etéreo aunque abstractamente verdadero.
Ya el lector futuro tendrá tiempo de reírse de esto párrafos, porque esa risa, al final, es el modo en que la historia se revela más pesada y tortuosa de lo que nuestras esperanzas saben conjeturar. Pero para reírnos de nuestras ilusiones tenemos toda la vida. Y una pequeña fisura por donde se cuela el tiempo de la conjetura candorosa, siempre pasa quedamente como una centella que es posible detener un minuto junto a nuestra sencilla expectativa.

Esta vez, hagámoslo bien

 

Por Marcelo Manuel Benítez

Una profunda y dolorosa crisis parece resolverse en Argentina a través de una solución institucional, ya que se acaba de establecer quién será nuestro presidente por los próximos cuatro años.
Es innegable que se trata de una de las mejores elecciones en la historia del país, porque la enorme diversidad de candidatos nos permitió hallar alivio en pequeñas venganzas, pequeños desahogos, sutiles satisfacciones como, por ejemplo, votar a Elisa Carrio para votar contra Menem, o votar a López Murphy para no votar al radicalismo, o votar a Kirchner para apoyar a Duhalde. Es decir, fueron elecciones que nos permitieron algo que transcurre en el orden del desquite. Pero de ningún modo borrará los años pasados. No nos podremos olvidar de los niños muertos por desnutrición, ni de los miles de pobres que suplican comida a las puertas de los supermercados. Ni olvidaremos el asalto a las montañas de comestibles que los habitantes de los Barrios de Emergencia recogían con palas del suelo, después que algún camión volcaba en la ruta. Y siempre, pero siempre, tendremos presente en la memoria (todos los habitantes que votamos el 27 de abril del año 2003), la imagen de un centenar de pobres que carneaban vivas a unas pocas vacas, escapadas del camión que las transportaba, para calmar el hambre.
Porque los argentinos que votamos en las elecciones pasadas, no podremos olvidar la degradación moral que castigó al país porque un grupo de políticos corruptos, pero también ineptos y cobardes, nos precipitaron a un estado de indefensión sin antecedentes.
Sin embargo, con una mano en el corazón, es preciso reconocer que también deberemos atravesar el proceso doloroso en el cual, por ejemplo, la clase media prescinda del voto cuota, y que los humildes se olviden de la limosna de los subsidios gubernamentales y vuelvan al trabajo, y que las clases poderosas se vuelvan productivas y sensibles a las necesidades de una nación.
La riqueza no se crea especulando con la plata fácil, con el dólar uno a uno o con los favores políticos. La riqueza se logra trabajando. Más tarde, cada uno verá su conveniencia, pero después de participar en una genuina producción, con eficiencia y buena fe.
Claro que costará volver a creer en nosotros mismos, y sin duda nos costará levantarnos de esta piña en plena cara que todavía nos mantiene en el suelo. Y nos costará probablemente alcanzar esa dichosa prosperidad que vemos que disfrutan otros pueblos desde hace décadas.
Néstor Kirchner podrá gobernar bien o podrá gobernar mal, pero lo que es indudable es que los argentinos ya poseemos esa sabiduría que sólo da el dolor, esa inteligencia que sólo dan las lágrimas, la lucidez que sólo da la carencia, y la escasez, y la necesidad. Pero, en definitiva porque poseemos (y esto nadie lo podrá robar) estas ganas de vivir que sólo alcanzan los que ya han estado muertos.

No hay que hacerse ilusiones

Por Osvaldo Bayer

-No hay que hacerse ilusiones. Kirchner tendrá que cumplir con las obligaciones de la maffia partidaria. Cuando fue gobernador no se desvió en nada del programa globalizado que impuso Menem. Como entra en condiciones de minoría se someterá a Duhalde, sin ninguna duda. Tendrá que pagar la deuda externa y se arreglará con la mezquindad del Plan Trabajar para evitar levantamientos. Creo que los piqueteros y otros movimientos autónomos seguirán con sus petitorios, cada vez con más fuerza. Ya en las primeras elecciones de legisladores Kirchner va a perder un porcentaje de votos por la decepción de la gente ante sus primeras medidas. Lo que necesita la Argentina es limpiar el nido de víboras de su organización político-partidario y promover nuevos movimientos que pasen la escoba por un pasado así llamado democrático que ayudó a crear el clima para tener las 14 dictaduras militares que soportamos desde que se implantó la democracia.

 


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