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El Damero | ||||||||||||||||||
Es demasiado obvio que empobrecerse y modificar las costumbres de la vida cotidiana genera un sentimiento de pérdida de lo que se tuvo y dejó de tenerse. Es natural que esta circunstancia se acompañe en la mayoría de los casos de un cuadro depresivo, reactivo a los cambios que impone esta situación, y un sentimiento de rabia ó resentimiento, generalmente hacia el sistema social que lo provoca. Esta experiencia de pérdida, la cual muchas veces no tiene ingerencia causal en los conflictos individuales que la acompañan, demanda un proceso de cambio que puede expresarse de distintas maneras, ya sea una rebeldía, una adaptación activa o, en última instancia, una sobreadaptación. La dinámica de este proceso moviliza -como cualquier otro conflicto psicoafectivo- un "qué", un "cómo" y un "por qué"- en el interrogante que la estructura cognitiva trata de indagar e investigar. Es decir, la búsqueda de una respuesta que provenga de lo interno, de lo externo o de factores desconocidos que nos ayudan a la comprensión de lo que pasa y de lo que nos pasa, y por qué nos pasa. Esta primera instancia de indagación interna al servicio de la comprensión de lo sucedido le dará connotación específica a la calidad de la depresión que esta circunstancia provoca en el individuo: a quién culpamos o a quién adjudicamos el motivo de esta pérdida y qué podemos salvaguardar en esta encrucijada. Las tres áreas afectadas a causa de la degradación de este estilo de vida, - especialmente la cultural, la ambiental, y la preservación de la salud corporal-, se acompañan en mayor o menor grado de una absorción del cambio no deseado, mediante mecanismos dependientes de la función yoica. Plasticidad versus rigidez del Yo son fundamentales en el diagnóstico diferencial, pues nos permite definir a la depresión que acompaña a este infortunio como índice de salud o enfermedad mental. La mediación del Yo en el enfrentamiento de la dialéctica del principio del placer y el principio de realidad pasa a ser vital en el intento de hallar una solución del conflicto establecido por los nuevos lineamientos políticos sociales, causantes de la pauperización. Con un criterio dialéctico, Enrique Pichón Riviere le asignó al Yo una diferenciación básica y necesaria a su función. Sostuvo que los mismos mecanismos utilizados tienen capacidad de operar, de acuerdo a las circunstancias, con carácter defensivo o estratégico.. La capacidad selectiva de esta instancia psíquica, operando indistintamente al servicio de la salud o de la enfermedad mental, abre un nuevo camino a la comprensión de su función y, por lo tanto, agrega a lo ya conocido y desarrollado de la teoría de los mecanismos de defensa del Yo, una nueva capacidad funcional, que nos permite comprender cuándo dichos mecanismos se ponen en marcha, protegiendo la integridad de algún aspecto de la organización psíquica.
Los trabajos de Freud y su hija Ana, concernientes a la teoría de los mecanismos del Yo, se amplían y enriquecen. De esta manera, el carácter funcional de esta instancia psíquica nos permite comprender con criterio más objetivo, cuándo un mismo mecanismo está al servicio de la salud o cuándo lo está al servicio de la enfermedad. Dicho en otros términos, cuándo opera para resolver el conflicto sin que éste deje secuelas neuróticas, y cuándo funciona como defensa ante las ansiedades tanto paranoicas como depresivas que un hecho o una situación de cambio, le origina. Esta visión clínica de una estructura yoica, que frente a un conflicto dinamiza una capacidad selectiva de características dialécticas, modifica sustancialmente los criterios de salud y enfermedad mental. A este nuevo enfoque, referido a la capacidad selectiva del Yo, se agrega su capacidad operativa, permitiéndole obrar, de acuerdo a las circunstancias, con un criterio de preservación de los aspectos sanos de la psique. Esta posición teórica conmueve en un todo el esqueleto básico de la psicopatología en lo general y en lo especial. De esta manera, el psicoanálisis amplía su desarrollo, esencialmente en la construcción de un nuevo enfoque de la psicopatología psicoanalítica, con criterio psicosocial. Este cambio en la psicología del Yo nos facilita el ingreso a la especulación clínica predictiva, de los conflictos que la clase media sufre y necesita enfrentar, la modalidad y operatividad de dicho enfrentamiento y la emergencia de nuevos caminos a seguir. Pichón Riviere, -consecuente con su concepto metapsicológico basado en la naturaleza epistemofílica de la organización del pensamiento-, desarrolló en la clínica la teoría de la depresión con la significación primaria de "enfermedad única", basada en su concepto de que el descubrimiento de lo nuevo, recién conocido, nos lleva, indefectiblemente, a la pérdida de lo viejo, de lo ya conocido. Si tomamos en cuenta la dialéctica que este psicoanalista y psiquiatra social le imprimió a la función del Yo, debemos incorporar a ese punto de origen de la "enfermedad única" su par, su contrapartida, admitiendo la "salud única" y, en consecuencia, dialécticamente, el mecanismo afectivo primario es la ambivalencia oponiéndose a la disociación operativa. El espectro pasado- presente- futuro y el proceso de pauperización. Como corolario de las contribuciones del pensamiento teórico-clínico de Pichón Riviere, cabe preguntarse cuáles serían las vertientes que permitirían comprender las variedades estructurales en que se puede expresar el conflicto ocasionado por la pauperización de la clase media, ya sea a nivel de cada uno de sus miembros, de cada una de las familias, de los grupos de pertenencia y de referencia, como así también del micro y macro sistema en que están envueltos. La especulación clínica en el campo de la psicopatología nos lleva a preguntarnos, frente a un mismo fenómeno, en este caso el empobrecimiento de un extenso sector de la clase media, -como consecuencia de la desocupación, disminución de los ingresos, cercenamiento en el alimento habitual, como también en ciertas costumbres, el acceso a la compra de libros, al tiempo libre organizado, su condición de "nuevos pobres", como los denomina Daniel Muchnik en un editorial reciente-, ¡cómo será la nueva configuración psicosocial interna de esta clase media, históricamente edificada por inmigrantes europeos que venían de la pobreza con un desarrollo cultural muchas veces primitivo, pero deseosos de un cambio positivo para su continuidad generacional?. A diferencia con el pasado, en la actualidad no estamos en condiciones de predecir cuales serán las consecuencias de la presente situación en las próximas generaciones. Es aquí donde el parámetro témporo-espacial, frente a la emergencia ocasionada por la degradación del estándar de vida, pasa a ser el núcleo central del conflicto. Comparando la experiencia que le tocó vivir al primer grupo masivo de inmigrantes de fin de siglo antepasado y comienzo del siglo XX, con el presente que le toca vivir a la clase media argentina, la primera observación, visto desde lo psicosocial, pone en evidencia una diferencia esencial en lo concerniente al pasaje del pasado al presente y desde éste al futuro. Nuestros primeros inmigrantes venían del viejo continente donde la pauperización estaba ubicada en lo contextual, como continuidad de pobreza de generaciones anteriores. La tierra infértil, asociada a la ausencia de un desarrollo tecnológico que permitiese alimentar a una comunidad desesperada, y que recibía del Nuevo Continente mensajes de esperanza y de un futuro mejor, movilizaba los deseos de cambio. En el mundo interior de esta gente trabajadora persistía el caudal afectivo ligado al recuerdo, el sentimiento de una vida difícil, de carencias básicas, y en el presente una situación similar a nuestra clase empobrecida, pero que agregaba a su vida interior, la ilusión de un ecoespacio de futuro prominente. La integración de los tres tiempos, - pasado, presente y futuro esperanzado-, les permitía luchar contra la depresión ocasionada por la pérdida de su identidad cultural y espacial, pero compensada por la ilusión de un mundo mejor. La línea ascendente ilustra con suficiente claridad la vicisitud de ir desde "abajo hacia arriba", opuesta a la línea dramática descendente, o sea, de "arriba hacia abajo", con la pesada carga de tener que pasar de lo que se tiene a lo que se deja de tener, carente de futuro promisorio y de alternativas posibles en lo inmediato que posibiliten la neoconstrucción de la esperanza. Un análisis psicohistórico nos revela que, clínicamente, el proceso de duelo de los inmigrantes pobres al abandonar la tierra amada, se compensaba en buena parte con el sentimiento de optimismo que acompañaba a muchos de los que se animaron a jugarse en esta aventura, que alimentaba promesas de cambio. Clifford Scott, un brillante psicoanalista inglés radicado en Canadá en la segunda etapa de su vida profesional, remarcaba en sus planteos teóricos que el sentimiento de optimismo nos aleja de la depresión sin entrar necesariamente en la manía o la hipomanía, es decir, el mantenimiento del caudal afectivo que acompaña a un proceso de cambio, sin que por esto se niegue la incertidumbre frente a las dificultades, incertidumbre incluida permanentemente en cualquier abordaje operativo vinculado al futuro. Dicho de otra manera; el espectro pasado- presente- futuro, cuando se mantiene intacto, nos permite enfrentar la pérdida con el suficiente criterio de realidad, posibilitando al pensamiento reflexivo jugar un rol primario frente a la presión del pensamiento de acción que, anteponiéndose a la reflexión, pierde capacidad operativa y corre mayores riesgos de fracaso. La realidad del proceso de pauperización que está viviendo un sector numeroso de la clase media de nuestra sociedad, es una experiencia nueva de futuro incierto, y se diferencia de la pobreza que nace como tal. Mientras en el primero la lucha es recuperar el bienestar adquirido que en esta situación de crisis extrema se debilita y se pierde, en la pobreza originaria hay muy poco que perder y todo para ganar. Debemos considerar, además, la angustia persecutoria que originan estas pérdidas súbitas y ajenas a lo previsto y, por otro lado, la avidez patológica de un sector que sueña enriquecerse con el menor esfuerzo, sin aceptar ni estar preparado para asumir las pérdidas que las operaciones de riesgo pueden infringir, La descripción de las tres áreas, en las que pueden expresarse los síntomas y la ubicación de los conflictos patológicos- la mente, el cuerpo ó el área externa, - desarrolladas por Pichón Riviere nos ayuda en primer término a ubicar el lugar donde los miedos provocados por dicho cambio se pueden expresar. En este sentido, los síntomas y la estructuración patológica que se pueden desencadenar depende del desarrollo histórico genético de cada individuo, su grado de maduración emocional, el enriquecimiento que brinda la experiencia vivida en otras circunstancias difíciles y la capacidad de adaptarse a estas nuevas circunstancias. La calidad de los sentimientos depresivos que se asocian a esta problemática tiene características diferentes, tanto en lo individual como en lo familiar, grupal e institucional y genera en muchos casos el vuelco a conductas reparatorias no vividas con antelación. Y que a la vez dan cabida a nuevas satisfacciones registradas y mediatizadas por el Yo, como lo son el placer de ejercer y vivir el sentimiento de solidaridad, ligado al placer del sentimiento de responsabilidad social. Es importante destacar que fue Winicott quién adicionó a la estructura del Yo la capacidad de gozar el sentimiento de responsabilidad. La exploración del funcionamiento de determinados elementos primarios al servicio de la organización del pensamiento, del desarrollo maduracional (que funciona como impronta en cada individuo) y el proceso de aculturación como bagaje intelectual, - de acuerdo al modo de utilización de "el qué, el cómo y el por qué", engarzado en el "pasado, presente y futuro"-, nos permitirá determinar la potencialidad de enfermedad o de salud de cada una de las estructuras afectadas por este empobrecimiento. En última instancia, éstas jugarán el destino de este cambio como transitorio ó definitivo, de recuperación ó estancamiento, con las secuelas que esta pauperización inevitablemente provoca. Sabemos que la búsqueda de razones y descubrimientos, motivada por el "por qué", incrementa el funcionamiento del pensamiento reflexivo, pero que necesita al "cómo", inserto en el pensamiento de acción, para llevar a cabo cambios tendientes a no quedar atrapados en el estancamiento de la pauperización.
También sabemos que necesitamos cierto grado de liberación del Yo en su relación con el Superyo, ya que necesitamos de una autocrítica creativa de un Yo maduro, e independizado lo suficiente para no confundir lingüísticamente el par dialéctico éxito- fracaso, con el de triunfo-derrota. Necesitamos, además una óptima utilización del parámetro témporo-espacial, organizador del pasado, presente y futuro para así enriquecer el conocimiento de la potencialidad de las alternativas de cambio a nuestro alcance. Lo que podemos y está a nuestro alcance y lo que no lo está. Finalmente deberíamos agregar, como consideración necesaria para alcanzar los objetivos deseados en los cambios de recuperación, la suficiente madurez en la elaboración del duelo que nos ocasiona esta transformación pauperizadora, para así poder ingresar a pautas innovativas y, si es posible, creativas, que generen no sólo una recuperación sino también un aprendizaje extraído de esta triste experiencia. Por Dr. Ángel Fiasché(*) (*) Dr. Ángel Fiasché , psiquiatra y psicoanalista , fundador de la Escuela Psicoanalítica de Suecia y discípulo de Enrique Pichón Riviere.
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