Podría citar, por ejemplo, que en 1944 un aristócrata sueco y empresario con experiencia en Hungría y Alemania, llamado Rauol Wallenberg, de 32 años, comenzó a trabajar a instancias de funcionarios norteamericanos, como empleado de la Agencia de Refugiados de Guerra (WRG), agencia establecida por Franklin Roosevelt con el propósito de rescatar a judíos y otros perseguidos por el régimen nazi.
Para ayudar en esta tarea, el Ministerio sueco de Relaciones Exteriores le otorgó un pasaporte diplomático y el rango de Secretario en la Legación Sueca.
Desde el día 9 de julio de 1944, fecha de su llegada a Budapest, hasta el mes de diciembre, Wallenberg salvó la vida de miles de judíos húngaros de la deportación a los campos de la muerte, mediante la entrega de “pasaportes de protección”, documentos que le otorgan al titular la protección de la legación sueca y en algunos casos a negociar directamente con los nazis su libertad a cambio de dinero.
“ .. El Consejo de Refugiados de Guerra, creado en los Estados Unidos para rescatar judíos de la persecución nazi, lo había elegido para desempeñar esa tarea de salvador. ¿Por qué a él? Porque las embajadas suecas ya habían comenzado a distribuir pasaportes para salvar a los perseguidos; porque era miembro de una poderosa y conocida familia sueca que a los nazis sin duda les inspiraría respeto; porque conocía Hungría y Alemania; porque el problema judío lo conmocionaba, y porque era corajudo, tenaz e inhabitual. Prueba de esto último es que, antes de partir como primer secretario de la misión diplomática en Budapest pidió poderes extraordinarios, léase extraburocráticos, que el rey Gustavo V en persona decidió concederle.” (Alicia Dujovne Ortiz; La Nación, 18 de julio de 2003).
Así fue, dicho muy a la ligera, la misión de este hombre, que cumplió celosamente el encargo al punto de suponer que fueron más de 100.000 las personas salvadas por él, y con esto digamos, que el rigor del hecho histórico está libre de subjetividad.
Pero claro, no alcanza.
Es necesario hurgar en el inconsciente, en lo subjetivo; escarbar y encontrar las emociones, las palabras, la síntesis, el argumento y por qué no, la esperanza de imaginar que siempre existirá alguien como Rauol Wallemberg para sentirnos dignos ante tanta indignidad.
Dice Yoav Tenembaum(*) “...Si el Holocausto pudiese ser conmemorado por una moneda, ésta tendría dos caras totalmente opuestas: de un lado estaría representado el exterminio industrial de seis millones de personas, y del otro, el heroísmo singular de los Justos Gentiles, aquellos no judíos que estuvieron dispuestos a sacrificar sus vidas para salvar las vidas de judíos. Esta cara de la moneda seguramente proyectaría la imagen de Raoul Wallenberg, quizás el más prominente de todos ellos. Su epopeya se transformó en una leyenda. Para muchos, Wallenberg es la prueba concreta de que los mitos se pueden convertir en realidad...”
Rauol Wallenberg, fue también perseguido y obligado a esconderse cada día en un sitio distinto, su vida pendía de un delgado hilo. Más allá de ello, su obstinada tarea no cejaba: se lo veía frenético en la misión, sin reparar en riesgos y solía jactarse orgullosamente de una no probada ascendencia judía en las mismas barbas de Adolf Eichmann; o seducir a Liésel Kemény, esposa del Ministro de Relaciones Exteriores Húngaro, para dar validez a los pasaportes suecos que Wallenberg repartía entre los judíos para salvarlos de la muerte. Se lo vio también saltando sobre los trenes que transportaban judíos a los campos de exterminio, repartiendo sus benditos pasaportes por entre las rendijas del techo de los vagones, o incluso aquel día en que los soldados alemanes lo descubrieron y a la orden de dispararle, las balas se perdieron en el cielo dándole con ello la característica de una salva en su honor.
“... En noviembre de 1944, Eichmann comenzó sus marchas de la muerte: columnas de seres hambreados y agotados que debían recorrer 200 kilómetros a pie entre Budapest y la frontera austríaca. Wallenberg caminó con ellos, repartiendo comida, remedios y sus célebres pasaportes, que ahora, con el apuro, ya no llevaban coronas ni alegres colores, pero que aún servían para sacar a muchos de la espantosa caravana...” (Alicia Dujovne Ortiz; La Nación, 18 de julio de 2003).
Así expuestas, las palabras disparan sus connotaciones, juegan con nuestra emoción y abrazan sin pudor la memoria de este Justo Gentil. Su cuerpo aún no ha aparecido. Desde aquel 13 de mayo de 1945, en el que abandonó su domicilio en Budapest para entrevistarse con oficiales de la armada soviética, nunca más volvió a saberse de él; algunos dicen que estuvo vivo hasta la década del 70, tal vez comiendo los tritones prehistóricos del Archipiélago Gulag,
Rauol Wallenberg cumplió el 4 de Agosto de 2003, 91 años, y mientras su cuerpo no aparezca, presumiblemente esté vivo. Amén.
Referencias:
- cuya sede central se encuentra en Buenos Aires - Argentina
- El Misterio Rojo: Alicia Dujovne Ortiz; La Nación, 18 de julio de 2003.
- (*) Yoav Tenembaum; Historiador y analista político. Miembro del Comité Ejecutivo de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg.