Decir que esta nueva novela corta del joven (y argentino) Andahazi es buena es un acto injusto, porque resulta tan placentera para la imaginación que es posible calificarla de excelente.
La trama nos centra en el Renacimiento, en una disputa que enfrenta a los maestros florentinos con los flamencos. El motivo de la disputa es el secreto alquímico de los pigmentos. Lograr, en aquella época, que los tonos de una obra reflejaran la realidad requería un procedimiento costoso y, en general, secreto.
Pocos lograban que sus pinturas parecieran reales, y quienes lo conseguían guardaban muy bien el secreto de los métodos utilizados para conseguir el color. La casa de un pintor se parecía más a una cocina (cáscaras de huevo, aceites, calderos) que a un atelier. Cada pigmento se lograba en base a esfuerzos de invención o a libros ocultos que develaban fórmulas antiguas.
La historia pone en el medio a un joven aprendiz, Pietro de la Chiesa, que aparecerá degollado en un bosque de Florencia, y a Fátima, la seductora esposa de un comerciante portugués, presta a retratarse pero con una condición: un plazo imposible de cumplir.
Así es como Francesco Monterga y los hermanos van Mander (las dos escuelas de pintores enfrentadas) comienzan su lucha por la perfección del color y las formas. En la progresión de la trama se suceden muertes, enamoramientos, mujeres fatales y lealtades traicionadas: toda una delicia para el lector.
El estilo de escritura de Andahazi hace que la novela sea atrapante y gustosa como el mejor postre. Nunca llega a empalagar y deja a todos, sin distinción, con la bella sensación de que lo mejor se termina siempre en pocas páginas.