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Pido la palabra
Discursos, ética y crisis
Por Marcelo Luna - Fotografía: Alejandra Ancery
La Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) inició un foro de debate de estudios analíticos con la idea de confrontar el discurso del psicoanálisis con otros, a modo de abrir y enriquecer las posiciones y los eventuales conflictos. En el primer encuentro, organizado el 18 de Junio pasado en la sede de la institución -Av. de Mayo 950-, y con la coordinación de la Licenciada Mirta Vázquez, fueron invitados Osvaldo Delgado y Patricia Bullrich. El primero como psicoanalista de orientación lacaniana y la última como exponente del discurso político. La Tecl@ asistió al foro que, más que un debate, generó interesantes puntos de encuentro entre un discurso y otro acerca del uso de la palabra, visiones autocríticas de cada espacio y lo que cada panelista rescata de la crisis actual de nuestro país.
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Osvaldo Delgado, Patricia Bullrich y Mirta Vázquez - Foto A. Ancery
La palabra y sus dimensiones
Todo discurso se sostiene en la palabra, más especialmente en una posición frente a ella. Al respecto, Delgado precisó que «para nosotros, en el psicoanálisis, la relación con la palabra y la utilización de la palabra es una y sólo una. En este sentido quiero ser preciso: es la relación con el equívoco. Operamos sobre el equívoco y operamos con el equívoco, o sea, con el equívoco del decir, de la asociación libre, del decir de analizarse. Y, a su vez, la interpretación también tiene que ser equívoca, tiene que tener una dimensión de equivocidad para que no devenga en un discurso sugestivo [que] es una práctica totalitaria, de adormecimiento en el mejor de los casos o, en el peor, de adoctrinamiento. La dirección de la cura no es la dirección del paciente, no es llevar los análisis en relación a los ideales del analista, más bien es todo lo contrario: garantizar la más absoluta autonomía e independencia. Y, justamente, trabajar con el equívoco, trabajar con el inconsciente -no con el yo-, y el decir analítico del analista tiene que ser una anunciación enigmática, con un decir de equivocidad donde finalmente sea el paciente el que interprete el decir interpretante del analista».
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Desde la visión política, Bullrich expuso la relación de la palabra en función a la idea de contrato social. «La palabra tiene el valor de un contrato social, el de una relación en la que hay un contrato no escrito porque, en realidad, primero se dice y después se hace. Cuando la palabra no se realiza con hechos concretos pierde valor y genera una situación de vacío, una falta total de credibilidad, y como la palabra es el único sostén concreto del discurso político, se da una crisis. Es lo que estamos viviendo en este momento, me parece: una ruptura del contrato social».
Estas dimensiones de la palabra aparentemente apartadas encontraron, sin embargo, un punto de conexión al tocar el tema de género y discurso. «Me parece -reflexionó Bullrich- que en el inconsciente hay un reservorio en el que la mujer puede tener actitudes públicas donde la palabra pueda tener un poco más de valor. Son muchos años, miles de años, en donde la mujer no ha estado en lo público. Ha participado en ejemplos que son los menos. En momentos de crisis tan profunda como éstos, donde nada tiene valor, creo que ese reservorio aparece como algo que podría ser "bueno, algo nos queda". Siempre en las crisis las personas y los pueblos se toman de algo, es absolutamente necesario». Ampliando esta idea, Delgado agregó que «hay una diferencia política y de género importante -gracias a Dios-, entre lo que puede formularse desde el lado masculino y del lado femenino. Que eso se sostenga siempre, porque las catástrofes en la humanidad siempre han sido cuando se trató de uniformar los discursos, de borrar las diferencias. Y nuestro país -aunque sea cierto que las mujeres no han tocado la cuestión pública-, es un ejemplo del lugar dado a la mujer: Alicia Moreau de Justo, Eva Perón, las madres y abuelas de Plaza de Mayo son ejemplos absolutos del lugar de la mujer, de los avances sociales. No ha habido tantos equivalentes del lado masculino».
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Ello es así, no obstante de precisar las situaciones de contexto en que hoy en día circula la palabra, es decir, el giro posmoderno que ha tenido. «A lo que se apunta en psicoanálisis -continúa Delgado- es la relación de responsabilidad, con la dimensión ética de responsabilidad de lo que se dice. Me parece que es el punto de conexión con la dimensión política. El psicoanálisis opera contra cualquier formulación de víctima por parte de sujeto: él es responsable de lo que se dice, de los lapsus, de los sueños. Entonces, la responsabilidad marca la relación de lo que se dice y lo que se hace. Efectivamente, asistimos a la posmodernidad como una época de banalización de la palabra. Es la relación cínica con la palabra, la relación canalla, donde hoy se puede decir una cosa y mañana todo lo contrario, sin ningún tipo de pudor, sin consecuencias. Esto es tremendo. Justamente, hay una caída de la dimensión ética de la palabra».
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Posiciones autocríticas
Al tocar el tema de la salud mental -planteado por la coordinadora- se deslizaron opiniones autocríticas desde los panelistas hacia sus respectivos campos de estudio. «No hablar, no participar del debate ético de la salud mental -advierte Delgado- es un atraso. En muchos otros casos se trata de complicidades tremendas de psicoanalistas. El hacerse cargo no tiene que ser algo declamativo sino realmente participar en el debate y la construcción de políticas de salud mental. En general, lo que ha ocurrido es que el psicoanalista se ha asimilado a la imagen del intelectual diletante, como se decía en una época. El intelectual crítico abstraído, participando en sus propios elucubraciones, totalmente corridos de su participación efectiva en lo público. Y ahí hay una falla de la dimensión ética. Porque el mundo sin psicoanálisis puede vivir perfectamente; ahora el psicoanálisis, sin el mundo, no. El punto de encuentro entre la salud mental y los derechos humanos es la antisegregación. Un analista tiene que ser un luchador, un combatiente permanente de toda práctica segregacionista, no sólo en el consultorio».
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Más circunspecta y políticamente correcta -como a lo largo de las dos horas del foro-, Bullrich puntualizó: «Uno de los problemas del discurso político es que tiene pocas miradas. Me parece que cuando se analiza determinados temas, cuando uno ve cómo está conformada la dirigencia política, tiene una mirada generalmente jurídica de la vida. Y le quita una cantidad de dimensiones. Ello trae el problema de fijar la mirada en los conflictos y no en los porqué de los conflictos, [lo] que trae aparejado un problema en torno a la representación política.
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Tiene que tener un tono más diverso la representación, sino hay un poco de segregación, como decía Osvaldo. La lectura jurídica-política siempre es el lugar del límite y no de la construcción. La política ha creado un sistema cerrado de acceso donde el aparato determina la entrada. Los partidos políticos han creado un sistema absolutamente cerrado. Pero, por otro lado, yo creo que hay un abandono de determinados sectores de la vida pública» aclaró, aunque sin ahondar en detalles.
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La crisis como signo vital
De a poco, y promediando la reunión, se dio lugar a opinar sobre la crisis que atraviesa nuestro país y, específicamente, a la evaluación positiva que desde cada discurso se le asigna. La imposibilidad de una construcción autoritaria y la necesidad de construir nuevos espacios consensuados para resolver la actual situación de anomia, fueron dos puntos destacados por Bulllrich. Y agregó: «Se está discutiendo qué significa la representación. Este sistema de aparatos, de "intento" de cooptación, esta utilización del aparato público y político como construcción me parece que está en un fuerte cuestionamiento. Y el cuaro tema positivo es bajarnos un poco del pedestal; aunque sea duro, me parece positivo. Había un sentido de superioridad, de no sentirse latinoamericanos, digamos».
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«Han caído muchos velos -graficó Delgado-. Tenemos acá cómo el FMI nos puede decir cómo reformar el Código Penal. Antes esto estaba velado, y ahora no hay pudor en mostrarlo. Ni en el virreinato del Río de la Plata ocurría esto. Ahora todo queda claro: Vemos la relación directa entre el FMI y Washington. La otra cuestión son estos modos de participación directa, plebiscitaria. El pueblo argentino ha tomado conciencia de que el destino del país debe estar en sus manos, y esto va a marcar un punto de responsabilidad porque necesita hacerse cargo.
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Porque, también, la cuestión solamente representativa se pone al servicio de mantener la niñez. Desde el psicoanálisis, uno no es niño hasta los cinco, diez años; uno es niño en tanto no haya indicio de ser responsable. Es la responsabilidad por los actos lo que marca la diferencia entre un niño y un adult. Y es importante que, a la caída de los velos, los modos de participación directa impliquen salir de la niñez. [Y] también es importante lo que decíamos hace un rato: no caer en la trampa de que el problema son los políticos. Éste ha sido siempre el atajo de las posiciones totalitarias».
Ese «salir de la niñez» abre un sitio al desafío de animarse a superar el «que se vayan todos» -tan en boga, tan en boca-, y generar un espacio de (re)construcción.
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Nota: Como apéndice de este sucinto artículo, y para un mayor acercamiento de los que estén interesados, reproducimos la desgrabación total del foro.
Por Marcelo Luna
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