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Avellaneda

Parir con rabia la esperanza

Por Conrado Yasenza

Ya el mundo conoce lo sucedido en una ciudad de la Provincia de Buenos Aires, Avellaneda, una fría tarde de miércoles hacia finales del mes de junio del 2002. Ya las imágenes horrendas de sangre y muerte, han hecho su recorrido por todos los noticieros de los canales de televisión; ya las series de fotos prolijamente editadas, han fluctuado entre los diversos medios gráficos del país y del planeta. Internet ha dado cuenta del hecho: un hecho más a cubrir.
En la actualidad el bien que más valor tiene es la información: por ella se mata y se muere. Y por lo tanto, la información debe ser minuciosamente controlada y, en ocasiones, tergiversada intencionalmente. Así el gobierno del presidente Duhalde, con sus ministros de seguridad, una semana antes de la masacre de Avellaneda dio aviso artero de lo por venir. Hasta se puede decir que la información emitida desde el gobierno fue una clara provocación, sentó las condiciones de posibilidad para que se organizara la feroz y criminal caza de seres humanos. Por que lo que ocurrió fue exactamente eso: una cacería. El cazador esperó con frialdad y paciencia a sus víctimas en el puente Pueyrredón, en Avellaneda. De un lado, todas las fuerzas de seguridad dispuestas para salvaguardar la integridad física y material de los vecinos de Avellaneda; del otro, el país que se ha caído del mapa, miles de ex trabajadores y personas que jamás accedieron hasta el día de hoy a un trabajo, madres e hijos, jóvenes, todos ellos contenidos en diferentes agrupaciones piqueteras, reclamando trabajo, planes sociales y dignidad para enfrentar la vida.


Autor Douglas Klauba

Por ello hablé antes de la información. Hasta aquel trágico miércoles, ya se habían desarrollado cientos de marchas piqueteras en el país. Ya habían sido reprimidas con muertos en Cutral-Có, en Tartagal. Las imágenes habían realizado su periplo informativo. Escandalizaron un tiempo, ocuparon horas de TV y radio; fueron escritas miles de palabras y editadas otra buena cantidad de fotos. Pero la información pasó, decayó en interés y se dejó, finalmente, de hablar de las muertes que la represión por hambre causan. El episodio de junio ocurrió más cerca de la Capital Federal en un momento político en el que había que darle a la élite económica mundial, a los poderosos reyes del dinero, una información precisa y contundente: más allá de las señales de ajuste económico que vierten sal sobre la sangría abierta del país, se ordenaría, sí o sí, socialmente la Nación.
Así es que se gestó un dispositivo represivo – y se lo anunció - que garantizaría la feroz cacería que ordenara y pusiera en caja definitivamente a las urbes exaltadas.Información y órdenes fueron impartidas casi simultáneamente. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: formaciones policiales y de gendarmería, escudos, cascos, bastones, balas de goma, gases, itakas y balas de plomo, ofrecieron al régimen criminal del poder y el dinero, los cuerpos de dos jóvenes militantes de agrupaciones de desocupados. Terrible paradoja para el poder: desocupados organizados con el objetivo de defender su derecho a existir y vivir. Dos cuerpos se sacrificaron en el habitual ritual brindado al rey de la impunidad: El Poder.
Y el poder es físicamente tan diverso que no se aloja sólo en un lugar del espacio. El poder se ramifica y expande hacia todos los estamentos de una sociedad. Se ordena y dispone sobre diversos puntos móviles como si fuera un gran ejército de pequeñas hormigas. Cada una de ellas dispuesta en una gran cadena ganglionar del Poder.
Uno de esos puntos se halla instalado en las grandes corporaciones comunicacionales. Poder e información. Y aquí es donde, si bien la valentía de camarógrafos y fotógrafos nos permitió acceder a las imágenes dolorosas que el mundo vio, el poder de la información – o el poder de quienes manejan la información – siguió obrando: las primeras noticias daban cuenta de enfrentamientos entre bandas internas de piqueteros que se asesinaban porque, como declaró el comisario Franchiotti, ellos son así, siempre se matan entre sí. El poder político dio carta blanca a estas afirmaciones hasta que las irrefutables secuencias fotográficas y fílmicas evidenciaron lo que fue la crónica de dos muertes anunciadas. Entonces se sucedieron renuncias, pases a disponibilidad, procesamientos y encarcelamientos, y nuevo ministro de seguridad interior. Hasta se supo que el matutino de mayor tirada en el país, dispuso hacer públicas hasta luego de producidos los procesamientos y renunciamientos, las fotos que daban testimonio de lo que quiso ocultarse: la cacería y matanza planificadas
.Es decir, más de lo mismo. Nuevamente miles de palabras escritas, cientos de horas de televisión y un maniqueísmo comunicacional perverso. Rápidamente se indagó sobre la vida de Santillán y Kostecki. Se trazó un perfil de sus vidas. Vimos imágenes de cómo vivía Santillán, oímos su voz en audios radiales, y se dijo que siempre mueren los mejores. ¡Que nivel de hipocresía!. Cuando meses atrás Darío Santillán hablaba con la prensa, gran parte de ella y de la población repudiaban el accionar piquetero por violento, por cortar las calles, por molestar, por negros de mierda, por delincuentes, por usar pasamontañas y pañuelos en sus rostros. Seguro que Santillán y Kostecki son de lo mejor, pero digo yo: ¿el resto de los hombres y mujeres que no tienen trabajo, que tienen hambre, y que seguirán reclamando y luchando por su dignidad, aunque en este momento el reclamo más fuerte lo constituyan los planes trabajar, representan para EL Poder político- comunicacional los peores?. ¿Y para el resto de la población, siguen siendo los piqueteros la molesta muchedumbre antisocial y violenta que atenta contra la endeble democracia?. Por otro lado, ¿puede llamarse a este Estado represivo, minado de asesinos sin condena y puestos en libertad por leyes miserables, como las de punto final y obediencia debida, un Estado democrático?. ¿Es posible concebir la idea de Democracia cuando a diario asistimos al doloroso banquete de los desposeídos que rasgan bolsas de basura rastreando algo que comer?. ¿Existe Democracia para los niños que comen sólo en las Escuelas?. ¿Y para los que mueren de hambre sin siquiera saber por qué mueren?. ¿No es más que vergonzante calificar de Estado democrático a esta pléyade de senadores, diputados y jueces de la Suprema Corte, corrompidos hasta el tuétano por el más banal de los deseos: el de la acumulación de riquezas materiales sin límite alguno?
. Ya pasaron las muertes. Los titulares cedieron sus lugares al tema que realmente le importa a ese Poder extendido como un torvo cáncer incurable: el préstamo del Fondo Monetario Internacional, la transición hacia nadie sabe qué otro círculo infernal, y los nuevos planes de ajuste que no harán otra cosa que incrementar el hambre, la bronca, la angustia y la muerte en un país que no para de desangrarse desde hace ya muchísimo tiempo, digamos por lo menos, tres siglos
.Veintiséis años atrás se desató la más oscura de las tempestades que asoló nuestra tierra. Hace veintiséis años atrás, El Rey de la Impunidad y la Muerte estableció sus huestes en nuestra comarca. Murieron miles de hombres y mujeres. Para ser más claros fueron asesinados y devorados por ese insaciable rey antropofágico.
Hoy no es diferente. El Rey sigue sediento de sangre y su guardia pretoriana continúa con la bestial cacería.
Pero los mejores siguen revelándose: unos más visiblemente; otros acompañando y en silencio. El fuego de las armas asesinas no doblegará el piquete que en sus manos sostiene la desposeída y molesta turbamulta disonante.
Habrá que repensar seriamente y desde el compromiso que cada cual deba atender, cómo refundar el país sin que esto implique más Santillanes y Kosteckis y tantos otros anónimos. La ética y la igualdad de posibilidades representan la más bella expresión de justicia.
De no ser así, estaremos comprometidos para siempre con la más horrenda de las sonrisas: la de las hienas.

Por Conrado Yasenza

 

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