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Entrevista

Malvinas: 20 años no es todo...

Combatientes de Malvinas
Por Marcelo Luna

Después de Malvinas, los veteranos luchan por el reconocimiento. Un grupo de ex-combatientes lomenses nos cuenta cómo se vivía en las islas durante la guerra, y cómo se vive en sociedad en los tiempos de paz. Hablan de la bronca y del orgullo que resulta ser veterano de guerra, más allá de los lugares comunes del recuerdo por estos veinte años.

Los tiempos de paz: La otra guerra - ¿Venís a cobrarle a tu abuela? - Yo te avalo, pero no te conozco
Los tiempos de guerra: Crónica de un día en las islas - La hora de los bifes - Por Dios,¿dónde estoy? -
Recuadros: Bronca veterana - Orgullo Veterano -


"Tumbas sin nombre en el árido suelo de Malvinas" - Foto Revista Noticias abril de 1992


Los tiempos de paz

La otra guerra

Cuando la guerra de Malvinas tuvo su final en aquel otoño de 1982, los soldados de entonces ignoraban el inicio de una lucha nueva y distinta en tiempos de paz: la del reconocimiento. Ya van veinte años que la pelean. Esta vez no fueron convocados por nadie sino por ellos mismos y, como en la otra guerra que duró setenta y cuatro días, vienen ofreciendo lo propio.

En Lomas de Zamora (provincia de Buenos Aires, Argentina) hoy hay testimonios de los que partieron aquella vez hacia la guerra en las islas. Placas en algunas esquinas (como en la Av. Alsina y Maipú, por ejemplo), un monolito en la plaza Grigera, un mural en uno de los lados del edificio municipal, una plazoleta en Banfield -sobre la calle Vergara- con el nombre de un ex-combatiente, así como calles y pasajes del distrito. Todos recordando a los muertos, desde los vivos, desde los que tuvieron la suerte de regresar. Son los veteranos. Nuestros. Y nos ofrecen retazos de una historia apolillada en el olvido social pero, por esa manía recordatoria que aparece solamente en los años redondos, hoy desempolva recuerdos tras veinte años de la guerra. ¿La autocrítica social? Bien, gracias...

Nos acercamos a conocer sobre los veteranos de Malvinas, quienes siempre buscan acercarse. Nos cuentan algunas vivencias, sus certezas y, también, proyectos propios. Porque recordar no es quedarse en el pasado. Es situarse en un presente: 20 años no es todo, y por eso estamos invitados a compartirlo.


«Entonces no había legislación, no había nada que pudiera amparar la situación para los veteranos de guerra. Empezamos a juntarnos -no sólo en Lomas de Zamora, sino en muchos lugares del país-, para tratar de lograr e ir adquiriendo algo en favor de los veteranos de guerra, de los caídos, de los familiares de los caídos, y de las familias de los veteranos en general». Ricardo Lago integró la Compañía de Ingenieros de Combate 601 durante la contienda, y actualmente está a cargo de la Dirección Municipal de Veteranos de Guerra en Lomas de Zamora, donde coordina distintas actividades: desde buscar firmas de diputados y concejales para juntar fondos por un monumento en la plaza municipal, hasta crear inciativas para acceder a trabajo y vivienda, al tiempo de ofrecer charlas a los alumnos de escuelas e institutos. Así fue que formaron una entidad de bien público, sin fines de lucro y con personería jurídica, integrada por 150 socios. A lo largo de estos veinte años los veteranos de guerra alcanzaron algunas medidas favorables. «Una pensión nacional, que es la que se cobra en todo el país, a través de la cual tenemos una obra social que es PAMI; y los que vivíamos en el 82 en la provincia de Buenos Aires, tenemos otra pensión, a través de la cual tenemos IOMA», nos informa Lago, quien cada mes recibe trescientos pesos de una pensión nacional e igual monto de otra provincial.

Fusil en mano. El intenso frío y la escasa alimentación fueron vivencias comunes durante la guerra.

Así y todo el descuido institucional no es solamente económico, sino también en cuanto al tratamiento especial para una persona que vivió una guerra, vive para contarla y se atreve a soñar. «Después de lo del atentado a las Torres Gemelas, en algunos diarios salió que hablaban del síndrome de stress pos-traumático. Este síndrome, justamente, es una de las características principales de las secuelas de haber vivido una guerra. Se sabe que es así pero acá, bueno, lamentablemente no hay especialistas, lo cual se hace más que complicado. Y sumándole a que pasaron veinte años de la guerra, cada vez se hace más difícil poder ver, controlar y, tal vez, mejorar la calidad de vida de los que quedamos. Por eso tenemos una gran secuela pos-Malvinas que son los más de doscientos suicidios de veteranos de guerra, que no se sabe porque no hay estadísticas, nadie controla- si es a consecuencia de Malvinas el tema de los suicidios. Asimismo nadie puede decir que no lo sea porque tampoco hay control.»


«¿Venís a cobrarle a tu abuela?»

Gustavo Tellini también fue soldado en 1982 y hoy integra la Comisión de Enlace de Veteranos de Lomas de Zamora. Y sabe también que el reconocimiento social es algo parecido a viajar en el mar de los olvidos. Pero él y sus compañeros mantienen el rumbo hacia donde quieren llegar. «Nosotros volvimos y la gran mayoría nos fuimos de baja; pasamos a ser otra vez civiles. Y ahí desapareció el tema veteranos, o sea que no existían en este país. La primer ley de pensión nacional sale en el año 88, y se reglamenta recién en el año 91. Casi diez años después se nos reconoce una pensión graciable, y recién en el año 96 se pudo lograr que sea pensión de guerra. Nosotros queríamos que se respete esta figura porque, por ejemplo, te veían haciendo la cola en los bancos, la gente miraba y decía ¿venís a cobrarle a tu mamá, a tu abuela? No. Es una pensión de guerra, se llama así porque estuvimos en una guerra. Y punto.»


Fotografía de Veteranos de Guerra de Mavinas de Lomas de Zamora

«Yo te avalo pero no te conozco»

Tellini estuvo en Inglaterra en 1993 como observador de la primer olimpíada para discapacitados y víctimas de guerra en sillas de ruedas, y tomó contacto con veteranos ingleses. Allí soltó la idea que, para muchos, es algo que se tienen prometido: volver a las islas.

«Porque nosotros decíamos cómo: vos me contás que está todo cercado, que van en cualquier momento del año y pueden recorrer los campos, mientras yo no tengo ni la posibilidad de poner una flor en cualquier tumba. Entonces los tipos nos dijeron que fuéramos a la prensa, a la Cámara de los Comunes, y así. De hecho, empezaron los viajes, al principio en carácter de humanitarios, después por uno o dos días, y luego se extendió a una semana. Imagínense los familiares con la suerte de identificar algunas tumbas como en algunos casos. Pero hubo mucha gente que se aferró a cualquier tumba pensando que estaba su hijo, y ese momento es único en la vida.» Los trámites no fueron sencillos, especialmente en la búsqueda de algún apoyo oficial. Recueda Tellini: «Calculá que ahí en el 93 recién empezaban las primeras relaciones con Inglaterra. Entonces, el canciller Guido Di Tella firmó diciendo yo lo avalo, pero no te conozco. Parecía Misión Imposible: Si te toman prisionero, el país no sabe que existís. Y por el lado de los ingleses, pensaban que éramos algunas fuerza de tareas que iba a espiar. Nosotros éramos simples veteranos de guerra.» Hoy en día un viaje a Malvinas por una semana sale alrededor de tres mil dólares, y deben justificarse previamente el lugar y la razón del viaje. Sin embargo, el deseo de Tellini tiene condiciones: «Yo creo que si a mí me llevaron con cero pesos, volvería con cero pesos. Y además no me dá presentarles a los kelpers el pasaporte y darles tres mil mangos».


Fotografía de Veteranos de Guerra de Malvinas de Lomas de Zamora

Los tiempos de guerra

Crónica de un día en las islas

Junto a Lago y Tellini también se integran a la charla Jorge Bonelli, Walter García y Julio Piray, todos veteranos y de Lomas. De a poco, las referencias a las situaciones que atraviesan se diluyen. La memoria marcada a fuego en los tiempos de la guerra hace aparecer en estos hombres de cuarenta años sus testimonios. Sus voces han hablado hacia atrás durante veinte años, buscando que el apagón del olvido no llegue a borrarlas. Y han hablado hacia adelante desde hace veinte años, cada vez con tonos más firmes, más seguros, convencidos y para nada vencidos.

Bonelli y Lago cumplían el servicio militar cuando se desató la guerra. Ambos se enteraron por la radio. «Yo había ingresado con la clase 63 -recuerda Lago-, en Febrero del 82. Había tenido los cuarenta y cinco días de instrucción y, bueno, ya estaba ahí». Fue ranchero y tuvo acceso a un sitio cálido y a la poca comida que se disponía. «De entrada hacíamos tres comidas por día, después se hicieron dos y al final, una. Te levantabas a las cuatro de la mañana y preparabas un matecocido; después ya entrabas con la comida que se repartía a mediodía, otra más que se repartía tipo cuatro, cinco de la tarde, y a preparar todo para el otro día. Y así era continuamente. El problema era que amanecía a las diez de la mañana o a las nueve, y oscurecía a las tres y media. Con el toque de queda no se podía circular de noche, o sea, no había tiempo para andar repartiendo la comida».

 

 

 

 

Ante la escasez de alimento, surgieron las estrategias de robar y carnear ovejas, o entrar a casas de kelpers buscando algo para comer. El código de convivencia aceptado entre los soldados era valerse por sí mismo. «Yo estuve en Malvinas con un grupo que compartimos más de un año de colimba, y nuestro contacto era muy fluído», recuerda Bonelli. «Cuando se conseguía comida, si eran cuatro los que salieron, la repartían entre ellos; si ibas solo, era para vos. Según cómo viniera la mano. No era mal visto eso porque era un tipo de supervivencia».

La otra supervivencia era al frío de aquellos primeros meses del otoño, que sumados a la llovizna continua, la humedad de las ropas, las trincheras que se inundaban, el hambre y la falta de sueño por los bombardeos nocturnos, quitaban fuerzas para el rendimiento en el frente. Tellini integró la sección morteros del Regimiento 7, uno de los más castigados durante los cañoneos ingleses. «No podíamos tener una trinchera porque defendíamos la posición con la gente que activaba el mortero. Salvo encontrar algún hueco en las rocas, no había ningún tipo de resguardo. La posición era cielo abierto y dormíamos en una carpita: dos cachos de trapo agarrados con piedras sobre el suelo pelado. Y tenías que inventar cómo taparte con la frazada: Mitad debajo tuyo y mitad arriba.»

La hora de los bifes

El caso de Walter García es distinto: estudiaba en la Escuela Mecánica de la Armada y el desembarco en Malvinas alimentaba sus expectativas de ser marino. «Si te preparaste varios años para un combate, llega un momento que son tantas las ganas que tenés que, inconscientemente, salís al frente. Vas como los caballos: te ponen la visera y le dás para adelante. Después que te sacan la visera y pasa el tiempo, tomás conciencia de lo que fue realmente.» García dejó la marina después de Malvinas, decepcionado por la mentira. «Me fuí porque lo que yo había estudiado y lo que me había preparado, cuando llegó el momento no fue la realidad. Entonces ¿para qué? ¿Para que me sigan mintiendo?», argumenta.

 El Informe Rattembach dio cuenta de las desinteligencias de las fuerzas argentinas durante la guerra: mala elección de la época del año para la operación, poca preparación de los soldados, error en cuanto a las relaciones con los kelpers -se los "dejó hacer" y armaron una resistencia-, escasa organización entre las fuerzas, entre otras. Algunas situaciones especiales fueron registradas por los soldados a la hora de los bifes: «A mi tocó el caso de capitanes de mi regimiento que terminaron siendo rancheros, cuando su rol de combate era dirigir la tropa», comenta Tellini, y concluye que «fue falta de huevos, abiertamente».

En el otro extremo, Oscar Poltronieri fue condecorado con la medalla "heroico valor en combate": defendió la posición en el Monte Dos Hermanas solo frente a los ingleses, mientras sus compañeros se replegaban (los apuntó para que se fueran porque él no tenía familia como ellos). Después de habéserlo dado por muerto, regresó con su ametralladora. Es analfabeto y nunca había oído de un lugar llamado Malvinas antes de la guerra.


Fotografia de Oscar Poltronieri
-Héroe en un país cuya sociedad suele ignorarlos-

Julio Piray también peleó en el Monte Dos Hermanas en los últimos días del conflicto. Ese recuerdo, con la voz curtida veinte años después, lo hace pensar en aquel muchacho que fue, fusil en mano en las islas: «En ese momento que estaba tirando yo no sentía que peleaba por mi patria. Lo hacía por mí, nada más: Era mi vida. Y no tengo vergüenza en decirlo».

«Por Dios, ¿dónde estoy?»

Conocida la derrota, la Junta Militar inició su retirada del poder. En las islas, los combatientes tuvieron contacto con los ingleses siendo prisioneros, hasta regresar al continente. (Fueron encerrados en Campo de Mayo para el «filtrado» de la memoria: largos interrogatorios sobre lo que debían decir -o mejor, no decir- sobre los días en Malvinas) Pero previo a ese regreso sin gloria, la guerra todavía no dejaba de sorprender a quienes la vivieron. «Cuando termina la guerra, y como prisioneros, los mismos ingleses nos venían a buscar para salir por comida. Y nos llevaron a los contenedores argentinos: estaban llenos de comida» dice Lago, y Tellini nos detalla: «latas de dulces, quesos en barra, latas de duraznos. Es más, nos empachamos ahí. En un día comimos lo que, en mi caso, no comí en cincuenta días».

 Otras vivencias tuvieron un signo surrealista, especialmente para los que volvieron al continente en el Canberra. «Lo que tenía el Canberra era que se trataba de un trasatlántico de lujo», nos informa Tellini. «Yo volví ahí en camarote privado pero compartido con tres flacos más, donde había música funcional, alfombras, te cerraban la puerta y luego te golpeaban para desayunar o almorzar, donde te daban fasos y nos podíamos bañar las veces que queríamos después de no bañarte setenta y pico de días, de no comer bien, de cagarte de frío, estar mojado... No lo podíamos creer». Un final de lucha colindante entre lo inesperado y lo patético -como resultó ser la aventura militar de Malvinas-: «Lo del Canberra era una onda crucero del amor», «comías en sillas y mesas de pana y te decís: por Dios, ¿dónde estoy?» recuerdan Tellini y Piray, levantando las cejas y con una sonrisa en el aire.

Bronca veterana

La falta de control y de registros oficiales sobre los veteranos acarreó situaciones casi inconcebibles después de dos décadas de finalizada la contienda. Cuenta Lago que «en el 82 éramos 14.000 veteranos de guerra, y hoy en día los registros marcan que son 22.000. Así que evidentemente no puede haber 8.000 tipos nuevos. Algún cero ahí debe estar mal metido, algunos han anotado a quienes no correspondían». Por eso es necesario, concluye, un criterio al respecto para evitar estas irregularidades. «O sea: ¿qué es un veterano de guerra? ¿El que entró activamente en combate? ¿El que participó en la isla y no tiró ni un tiro? ¿El que estuvo afectado por el conflicto? Como hubo una gran cantidad de movilizados al sur, es bastante complicado. Por eso hace falta que haya un ente, en el cual participen tal vez los militares, gente del gobierno, los veteranos, y entre todos poder decir ésto se define como veterano, éstos son veteranos y éstos no lo son ». Pero el desinterés institucional se confunde con la negligencia e, internamente, con la lisa ingratitud. «250 casos es un dato muy preocupante», dice Tellini acerca de los suicidios, y agrega: «a los 18 años a mí nadie me preguntó si tenía que ir o no. Me mandaron porque existía una ley del servicio militar obligatorio. Cumplimos con lo que patria necesitaba y después, bueno, fuimos librados así: Arréglense. Les damos las pensiones.» La situación para Walter García es difícil de revertir, pues el paso de los años van consagrando esta tendencia: «Nosotros tuvimos una sola guerra y no se siguen generando veteranos. Cada vez se van muriendo, o se van matando. Ésto fue en el 82, y cada vez vamos siendo menos. Entonces, ¿qué presión podés generar, si dentro de unos años de los 14.000, o de los 22.000, quedarán 10.000, dentro de otro tiempo la mitad, y así hasta que no quedemos ni uno?»

Orgullo veterano

Es difícil uniformar las vivencias de una guerra porque no existe una verdad verdadera: cada protagonista es subjetivo, tanto hace veinte años atrás como en la actualidad. «Cada uno lo ve y recuerda de una manera -entiende García-. Para mí fue una guerra entre dos países en unas islas, y el mundo no se enteró. Lo vivió el que tenía un familiar o un amigo. El resto estaba mirando un partido de fútbol, seguían el mundial. Esto pasó allá, se peleó allá: Para ellos es hacer un acto, 10 minutos y chau. Yo creo que hay que seguir haciendo memoria por los que quedaron ahí», destaca. Para Tellini también es como una terapia «porque lo contamos medio en chanza, nos cargamos entre nosotros, pero nos sirve para ir menguando esta carga acumulada durante años. Hay que defender lo de Malvinas porque hubo muchas vidas perdidas, y porque soberanía es defender lo de acá» dice, llevándose el puño al corazón. «Más allá de los que les podamos decir -nos dice Lago-, de que no estamos a favor de la guerra, ni nos gustó vivirla, ni queremos que la vivan nuestros hijos, más allá de eso nos tocó vivir un hecho histórico único. Y en el fondo, uno se siente orgulloso. Porque las Malvinas, sí, son argentinas, deben serlo y hay que recuperarlas. Porque vivimos la guerra, sabemos que no conduce a nada. Pero nos queda eso: contarles lo que nos pasó». Un veterano de guerra también lo es de la paz: única manera de continuar para que «en algún momento se haga justicia finalmente para Malvinas. Y no sólo Malvinas. No seguir perdiendo muchos puntos de soberanía, que no es sólo un pedazo de tierra. Soberanía es tener trabajo digno, es poder ir a la escuela, ir a votar. Malvinas es una partecita de toda esa lucha».

Los fragmentos citados corresponden a entrevistas realizadas por el autor y una charla con los alumnos de 1º A del Instituto Modelo San José, durante Agosto y Octubre de 2001 en Lomas de Zamora.

Por Marcelo Luna

 

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