El Golpe

por Rubén Fernández Lisso

Sabe Ud. compadre, hace veintiséis años los milicos, dieron un golpe, tomaron el poder y comenzaron la carnicería más grande que haya conocido la historia de estas pampas, por lo menos en los últimos cien años (Porque ya antes, según cuentan algunos libros y cantan algunos cantores, antes, otros iluminados habían matado muchos más “salvajes”). Y sabe usted que los salvajes de aquella época y los de la nuestra se parecían bastante: Eran los pampas, bravíos y desmarañados hombres que defendían su tierra con uñas y dientes ante unos invasores que pretendían cambiarles sus formas de pensar, comer, hablar y creer. Sabe usted que para tomar esas tierras a los indios los torturaron, los persiguieron, mataron a sus familias, robaron a sus mujeres, quemaron sus casas, bah, para qué entrar en detalles, los masacraron.Pero claro, cómo le iban a explicar a los salvajes si no había cómo hacerles entender que esas tierras no eran de ellos, que los dioses que ellos adoraban no eran nada al lado de Dios. Que la lengua en que ellos hablaban era muy fea, difícil e incompleta para competir con los bellísimos, completos y estupendos inglés o francés. Cómo iban a entender si nunca habían comido con cuchillo y tenedor, si nunca habían tomado güisqui ni vino. Cómo podrían hacerles entender que esa tierra que les había dado cobijo y comida durante muchísimos siglos, pertenecía a los criollos de pura cepa descendientes de sus madres y los conquistadores. Claro, nunca les pudieron hacer entender que eso no era de ellos y, quévacer, los mataron. Aquella vez, hace más de cien años, fueron los milicos lo encargados del trabajo sucio. Algún que otro militaroide de retaguardia debe haber participado de las acciones. Qué parecido, vio usted amigo. Aquellos tipos decían que había que pensar como pensaban los europeos, que eran cultos y cajetilla, o por los menos como los yanquis. Pero Los pampas eran brutos y obstinados y los tuvieron que matar.

Sabe Ud. cumpa, que hace veintiséis años yo era un pibe, pero me acuerdo. Me acuerdo que por la avenida Pavón pasaban tanques de guerra y a los chicos se nos hacía un cosquilleo en la panza. Porque ver tanques de guerra en la tele era cosa de todos los días, pero verlos en la esquina de mi casa provocaba un sentimiento funesto. Incluso siendo un chico que no entendía, ni que nadie quería que entienda nada de lo que pasaba. Es mejor no saber, decían compadre. Es mejor no pensar, decían. Y parece que la gente se lo tomó a pecho compadre, porque le aseguro que todas las maestras que tuve no sabían ni pensaban. Ni una referencia a los milicos. Pero uno también sabe por lo que no le dicen. Por lo que esconden. Le juro que nos enseñaban que había una cosa que se llamaba Congreso, oímos hablar de diputados, de presidente, de elecciones. Pero le juro compadre, se lo juro por mi vieja, que yo no veía por ningún lado sujetos de esas especies. Yo lo que veía, y soy medio chicato pero eso lo veía, eran policías y militares bajando a la gente del colectivo: - los hombres por allá, las mujeres por acá. Paraban el bondi repleto de laburantes y les revisaban los bolsillos, y las carteritas y los papeles. Y las carteras de las mujeres y los portafolios de los alumnos. Y nos enterábamos en las conversaciones en voz baja de los familiares, que algunos familiares, los más jóvenes, hacían cosas que no habría que hacer. Todos sabían de la furia que pesaba sobre todos, pero era mejor callarse. No vaya a ser que nos confundan con los peligrosos. Y le cuento cumpa, que no sé como tuve un disco de los Beatles cuando tenía diez años, porque los Rolling Stones eran letras sin sentido para la mayor parte de nosotros, no hablemos de los Clash, y le hablo del 76, que ya hacía diez años que los tipos eran refamosos. Acá escuchábamos a Julio Iglesias, a Roberto Carlos, sui Generis, Porsuigieco, Pastoral y folclore, mucho folclore, pero un folclore que la mayoría de las veces callaba igual que las maestras. Aunque no hay que olvidarse de Juanito Liner, Parchís y Menudo. Le juro que si mercedes Sosa, Serrat y ACDC existían, acá no nos enteramos. Podíamos mirar el hombre nuclear y titanes en el ring. Pero no se te ocurra nombrar al Che, ni a Perón y muchos menos a Evita, no solo eran una mala palabra sino que te podía ir muy mal, terminar cortado en pedacitos hasta agotar el último grito desesperado. En esos años pensar era ilegal, era delito, pero no un delito común, era un delito capital que se pagaba con el propio pellejo. Y pensar se cobró el pellejo de Walsh y tantos otros. Se cobró el pellejo de toda una generación de maestros, de nuestros maestros. Y de dos formas, porque si el maestro de la libertad no podía ser masacrado por resultar una figura demasiado pública, se lo echaba, y que se vayan a enseñar a otra parte. Y echaron y mataron a los cantantes, a los actores, a los intelectuales y a los duendes. Y sí, nos dejaron huérfanos y doloridos. Le juro compadre que cuando empezaron a correrse los velos y la verdad inundó todos los lugares, sentí todo junto el dolor oculto, sentí toda junta la maldición de la mentira, sentí temblores y nauseas. Yo era chico, se lo juro. Pero las calles estaban grises, las mañanas no tenían sol. Las plazas no tenían fiestas, más de cuatro seres humanos juntos eran una conspiración contra los poderosos. Le juro compadre que había diarios, igual que ahora, para informar, pero en ellos no se decía nada, no informaban nada, lo único que tenía una luz de verdad se generaba en las páginas de deportes y en información general. Lo demás??????, las radios no se habían apagado, pero no decían nada. Y la tevé, le juro que también existía la tele. Pero los noticieros no mostraban más que caras feas, horribles diría yo, con tipos que movían los labios sin que salga ningún sonido honroso, o digno de ser comentado. Con sólo decirle que los mejores ensayistas y escritores que hoy dignan a los ciudadanos con sus dichos, se dedicaban a escribir libros de cocina, o corregir o traducir los libros que el miedo y la soledad vernácula permitían para sus lacayos.

Hace veintiséis años, los militares argentinos tomaron por la fuerza el poder político. Comenzaron a utilizar como forma de gobierno el terrorismo de estado, basado en la doctrina de reorganización nacional, o dogma del horror. Esta forma, se caracterizó por utilizar una violencia inusitada para acallar a opositores, quienes fueron vejados, torturados de las peores maneras que cualquiera se pueda imaginar y muertos en formas horripilantes. Mucho más horripilantes que las que cualquiera pueda ver en cualquier película, salvo, las del holocausto judío en la Alemania de Hitler, que se parecieron de manera alarmante. Pero no sólo fueron matados, torturados y desaparecidos los opositores políticos e ideológicos, sino que también lo fueron sus familiares, sus esposos y esposas, sus padres y sus madres, sus hijos y sus hijas. Todos tratados de la misma e inhumana manera. Hace veintiséis años las calles estaban grises, las caras estaban grises, los bailes estaban grises o no estaban, la gente estaba gris, el país estaba tapado por una nube oscura. La Iglesia oficial los apoyó, los grupos económicos de poder los apoyaron, EEUU los apoyó y la mayoría de los argentinos los dejaron hacer. Y así nos fue. Todo el desastre con la excusa de destruir al comunismo y la violencia terrorista de izquierda.

Pero sabe cumpa, algo lamento, la vuelta a la democracia fue por la estrepitosa caída de una clase que desde la época de San Martín había perdido su trabajo y sin batallas nobles para enfrentar, se dedicaron a la actividad política. Pobre de ellos, pero mucho más pobres de nosotros. Porque los tipos de nobles no tenían nada y sí una furia avasalladora que le otorgaban las armas y sus pérfidas alianzas. Fue un verdadero ejército negro, que atacaba duro por las noches, como aves de rapiña, triplicando o cuadruplicando en fuerza y espanto a los que no pensaban como ellos, a quienes doblegaron con sus peores y más malignos métodos. Arrasaron con la voluntad de la gente con mentiras, horror y confusión. Y la voluntad estaba tan enferma y golpeada, que ya casi no existía en muchos miles de kilómetros a la redonda. En la irracional soberbia, hasta fueron capaces de enfrentar un poder mucho más grande. Y enviaron a nuestros chicos a la batalla más negra que conozca nuestra historia contemporánea. Jóvenes de barrio, sin ninguna experiencia bélica mayor a luchar a golpes de puño contra los pibes del otro lado de la avenida. Los mandaron a morir en las manos de un ejército entrenado y capacitado para la guerra, los mandaron a entregar sus orejas y entrañas a mercenarios, los mandaron a dejar sus brazos y piernas bajo los fuegos de la muerte, entregaron las carnes jóvenes y puras al hierro que las destrozaba. Pero la derrota fue catastrófica, el pedazo de tierra habitada por ingleses sigue ahí, Falklands las llaman ellos. Nosotros Malvinas.

Sabe Ud. compadre que el ejército negro ni siquiera administró con su odiosa firmeza militar los tan “ sagrados bienes de la República”. Durante su tiranía lúgubre hicieron famosa la inflación y la deuda externa; las coimas y la bicicleta financiera. Además consiguieron que 50.000 millones de dólares pertenecientes a argentinos sumen intereses en bancos de EEUU, Suiza y los paraísos fiscales. Pero muchas vidas tuvieron que apagarse, mucha sangre joven derramarse y mucha conciencia dañarse hasta la caída final.

Pero sabe qué, no fue un final glorioso, con los defensores de la libertad marchando sobre los cadáveres del ejército negro. Fue un final cantado, con los ejércitos de la muerte desbandados y perdidos por el propio peso de su furia. Hoy, el ejército negro debe andar por ahí, esperando el momento propicio para lanzarse de nuevo tras la sangre de los jóvenes y de los maestros, para maniatar a la libertad que siempre germina, para condenar a la sombra a un pueblo que no puede volver a confiar.

Le digo algo cumpa, esta es una buena hora para recordar lo que hicieron los tipos oscuros, porque pasaron veintiséis años desde que empezó su carrera maldita, que duró siete años, siete malditos años que muchas generaciones tendrán que cantar y recordar para que no se repita, si es cierto que la verdad está del lado de la libertad.

En el medio de la Plaza, la mujer de pañuelo blanco, recitaba:

 Hace veintiséis años comenzó la etapa más negra

de la historia de nuestra joven tierra.

Espantaron al respeto,

lastimaron la libertad.

Sobre nuestro país cayó una sombra

de dolor, tortura y muerte.

Hoy el sol brilla, tímido.

La memoria y la razón sobrevivieron.

El amor se sobrepone del horror.

No se puede matar la libertad.

A veintiséis años de los días negros.

Nunca más.

Por Rubén Daniel Fernández Lisso

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