Alemania: Idiosincrasia y burocracia
Los síntomas de la industrialización en Alemania se dieron en el siglo XIX, y fue cuando surgieron los primeros empresarios. Ellos provenían de distintos orígenes económicos: estaban los comerciantes y artesanos, cuya presencia e importancia en la región se remontaba varios siglos atrás, y también los que tenían origen técnico. Hubo un cuarto sector de empresarios que fueron asalariados. ¿Qué los motivaba? Según los estudios de casos un gran número de ellos tenían al éxito económico como incentivo al desarrollo empresarial, pues era considerado - como en la actualidad - un sinónimo de status social. En eso eran fieles seguidores de Adam Smith y sus consignas individualistas. A su vez, el talento técnico y la presión de las condiciones materiales para el desarrollo minero tuvieron también su motivación. Y destacamos dos estímulos más: uno de singularidad social, y otro que tienen que ver con la idiosincrasia alemana. En el primer caso nos referimos al deseo de independencia de los primeros empresarios. Hasta dónde este deseo estuvo unido al poder y la prepotencia lo muestra el ascenso de esta clase social a lo largo del sgilo XIX en su búsqueda por manejar el estado. Por su parte, estos empresarios se desenvolvieron llevando puesta su cultura: fue allí donde la valoración ética y religiosa del concepto de trabajo tenía honda raigambre cultural; tema analizado tanto por Karl Marx como por Max Weber (ambos alemanes, casi contemporáneos, y presentados ideológicamente como «opuestos»: Marx, impulsor del socialismo; Weber, su crítico). (1)
Sobre ese escenario fueron actores. La financiación al principio era personal, pero en el transcurso del siglo XIX obtuvo fuerza el rol de las compañías por acciones. Para los problemas laborales y de control a los obreros existía el trato duro mediante directivas escritas, aunque también se registró situaciones de paternalismo empresario, de origen preindustrial. Cada empresario solucionaba sus problemas a su manera y por su cuenta. Consideraban a la empresa como obra exclusiva de ellos mismos, y por eso estaba sometida a su control directo. Incluso en los primeros libros dirigidos a estos profesionales, que circulaban en 1868, se establecía que la mejor formación es la que se daba oralmente, de un empresario a otro. Más tarde, este sistema individualista e informal cambió hacia otro donde primó la integración vertical y la descentralización regional, con una tendencia a la diversificación productiva. Para los problemas de la administración las empresas tenían dos estrategias de solución: la burocrática y la basada en la familia. Era en ésta última donde la lealtad y la honestidad eran condiciones más valoradas que la experiencia y la capacidad. No obstante, como sabemos, la fuerza obrera fue radicalizándose a lo largo del tiempo. (Marx estimó que la primera revolución socialista sería en Alemania, por sus condiciones materiales y subjetivas; en tanto, Lenin apostó lo mismo hasta que el fracaso de la República de Weimar lo condicionó a la NEP soviética).
En conclusión, durante el período anterior a 1880 se formaron los primeros empresarios alemanes. Después vendrían los cárteles, las asociaciones y, en el siglo XX, el alineamiento empresarial al estado en los tiempos de Hitler. Y todo eso no es harina de otro costal, pero sí de tema para otras líneas...
Japón: Legados culturales y empresa
Por la misma época en que los empresarios alemanes empleaban intuitivamente sus estrategias, en Japón también pasaban cosas. A propósito, hubo una especie de leyenda sobre cómo se formó el empresariado japonés moderno: siglo XIX, contactos intensos con el Occidente industrial, y en Japón la dinastía Meiji toma el poder en 1868 para desarrollar el país «a la japonesa». Tal es la visión tradicional en los estudios económicos acerca de este país antes de la segunda guerra mundial: un desarrollo «desde arriba» de la industria y la empresa. Sin embargo, desde los años '50 la historia de empresas japonesa fue revisada mediante estudios de casos y, en efecto, el papel del estado había sido exagerado, más allá del apoyo inicial al proceso de la industria: vender las fábricas y dar cabida al «laissez-faire» mediante la tecnología occidental, al tiempo que los trabajadores vivían como sus pares europeos de generaciones anteriores. Fueron las empresas las que continuaron el desarrollo. Unas veces innovando, y en otras adaptando las costumbres locales a las nuevas situaciones. Lógicamente, con conflictos.
La primera ley social data de 1911; hasta entonces existía el sistema oyabun-kobun, que era una la típica relación maestro-aprendiz, con un pago al maestro por enseñar a los empleados de la fábrica. Como la tecnología incorporada era occidental, las empresas japonesas no dejaron a un lado la educación para el manejo de esos instrumentos, por lo que dieron prioridad al personal calificado. Buscaron sus ejecutivos de alto nivel en las nuevas universidades de élite, que se consideraban filtros de los mejores capacitados (Todavía en la actualidad Japón tiene los índices más altos en suicidios de jóvenes que fracasan en sus carreras universitarias). La situación era de una nación que febrilmente iba actualizándose de la ciencia y la técnica occidentales. Asimismo, tampoco descuidaron algunas de las entidades sociales de larga presencia cultural, reconvertidas ahora para la empresa: la institución de la ie refiere a un sentimiento de pertenencia. Es el nombre de la casa al que todos honran, por todos y para protección de todos ante cualquier eventualidad. Su práctica se remonta a la época feudal donde había una ie por cada familia noble, y ofrece el resguardo de la situación individual en una suerte de abanico colectivo, que modernamente lo integra la empresa.
Más inclusivo aún resulta el sistema ringi, también antiguo. No existe una traducción literal del japonés porque es una palabra compuesta: rin significa el acto de ofrecer una propuesta a un superior, y gi es sinónimo de discutir. Es un sistema de toma de decisiones. Los primeros ensayos empresariales en la industria de Japón tuvieron elementos paternalistas, en donde el ringi tuvo mejor efectividad. Se trata de que los subordinados lancen una iniciativa para la empresa, debiendo tener para ello el consenso general mediante el voto anónimo. Si la propuesta progresa se eleva a los jefes de sección y así, siguiendo las jerarquías, hasta el director de la empresa, que tiene la última palabra. Hay veces que el proyecto no prospera, pero alienta otros alternativos que deben reunir el requisito de la mayoría. El ringi combina el consenso, el anonimato y la armonía «desde adentro» de la empresa, razón por la cual los empresarios acceden generalmente a las iniciativas de sus subordinados, en función a una estrategia de unidad y control, pero que también tiene el riesgo de ser demagógica.
Hubo opositores al ringi en Japón por no considerarlo «moderno», y desvirtuar el criterio «racional» que deben tener los empresarios. Pero lo cierto es que del caso japonés sí podemos concluir que «modernización» no significó «occidentalización», sino una recuperación de su propio legado histórico. (Con nuevos conflictos, como Kurosawa nos hace saber...)
Palabras finales
La composición del empresariado en los países que nombramos no tuvo un desarrollo uniforme, sino que fue el resultado de continuos equilibramientos del ambiente, signado por las coyunturas socioeconómicas, la fuerza social de las empresas y, dentro de ellas, los roles empresarios. Cada experiencia nos desglosa una historia previa que no determina totalmente un modo de ser; más bién nos aproxima a comprender la racionalidad limitada de la acción empresarial: base fundamental en la constitución de su poder.
Notas:
(1) Son «opuestos» desde una visión ortodoxa del asunto. Estimo, sin embargo, que hubo más encuentros que desencuentros: ambos intelectuales tuvieron en común el estudio del sistema capitalista. La aspiración de Marx en hacer una obra completa tuvo su intensidad en los temas económicos y -menos sistemáticos- en los filosóficos. Weber continúa lo que no pudo Marx: el análisis de la formación del estado.
Bibliografía:
MATHIAS, P., POSTAM, M. (1982) Historia económica de Europa, Madrid, tomo VII.
ABE, E., FITZGERALD, R. (1995) "The origins of japanese industrail power" en Business History, vol 17, nº 2.
Introducción - Alemania: Idiosincrasia y burocracia - Japón: Legados culturales y empresa - Palabras finales -