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Un estadio anterior a la palabra
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El nacimiento de la libertad interior |
Amanecen nuevos días; es una hermosa imagen una noche de luna nueva, y es placentero comprar un auto moderno. Las ropas nuevas lucen más, se fabrican diariamente productos nuevos, nos felicitan por el nuevo libro que escribimos. ¿Qué niño no salta de alegría con una bicicleta nueva? Nos entusiasman los preparativos de un nuevo viaje, descubrimos paisajes nuevos y notamos brotes nuevos en las plantas de la casa. Una nueva sorpresa aparece de pronto, la nueva medicina nos protege, tenemos nuevos deseos, visitamos el nuevo restaurante, adoptamos nuevas dietas alimenticias, asistimos a una nueva muestra de pinturas, adherimos a nuevas modas... Más lo nuevo en la mente no debe tener raíces en el pasado; si lo nuevo nace de lo viejo no es tal, sino una continuación del ayer transformado por las circunstancias actuales. |
La Grieta - Hnos. Schutten - 1977
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Los hábitos son repeticiones; la creatividad que se separa del interés personal es movimiento que surge de la libertad. La verdad es nueva cada vez que aparece pues, entre una y otra aparición, debemos limpiar la mente de cualquier herida o preocupación. Para que lo nuevo surja, lo viejo debe morir; lo que es desconocido no puede ser una prolongación de lo conocido pues esto no es movimiento, es estatismo.
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Los cambios externos son nuevos en la superficie; el cambio humano aflora desde el interior de la persona hacia el exterior en un sólo movimiento indivisible. Los cambios que vulgarmente hablamos de una persona, que se producen en una familia, en una comunidad o en una civilización, tienen el mismo denominador común: Son parches externos que afectan la superficie de la conciencia. Cambiar una religión por otra no es cambio; rebelarse contra las religiones no es cambio; ser creyente o no creyente no es cambio; ser político o apolítico no es cambio. Todo esto responde al molde de la sociedad. El cambio está fuera de ese molde que es respetado pero que constituye una inmoralidad; el cambio es, en este caso, ser libre de cualquier división.
Si lo nuevo nace del esfuerzo, por un motivo, por una acción volitiva, está naciendo de cenizas; cualquier polaridad tiene sus semillas infectas en la otra. Lo nuevo no pertenece nunca a los polos -sino no es nuevo, es lo viejo reestructurado-. Lo nuevo no pertenece a la dualidad, no está atrapado en los antagonismos: Blanco/negro, profesor/alumno, a favor/en contra, rico/ pobre, sino que lo trasciende.
Un río renueva sus aguas en el fluir, no en sus obstáculos o en sus diques de contención; el árbol pierde sus hojas secas y las renueva por un trabajo interior y por la acción de la naturaleza; la pureza del aire está en su renovación constante (el aire encerrado se envicia rápidamente). Mientras el hombre acumule en su mente aquello que no le hace falta (odios, remordimientos, miedos, culpas, ansias, sentimientos inexpresados), será como ese río con diques, como el aire enviciado, como una habitación clausurada. La mente humana mientras esté llena de juicios categóricos, de frases que justifiquen la violencia psicológica, de conclusiones de hierro, ideas u opiniones que defiende a ultranza, no conocerá la fragancia de lo nuevo, el dinamismo que se logra con la fluidez, el estallido de energía que produce la libertad interior.
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Identificaciones y verdad: El cine |
Primero fue la aparición de ese invento llamado cine; años más tarde al cine le salió un fuerte competidor: La televisión. En la actualidad junto a ambos y, advenido el color, el panorama audio-visual se amplió con las videocasseteras, la televisión por cable y satelital y, probablemente, en los años venideros haya nuevos inventos al respecto. La influencia de todo ese arsenal es muy notoria, y en cualquier lugar de la Tierra hay espectadores que igualan las horas que duermen con las horas que están frente a la pantalla de un televisor. No vamos a hacer un ensayo crítico, ni a efectuar un pormenorizado análisis sociológico, o a estar a favor o en contra de los mismos. |
Estos medios audiovisuales están instalados en las denominadas modernas sociedades y, creo más pertinente descubrir cómo nos influencian, qué aspectos personales explotan, qué pretendemos de ellos y si tal pretensión es adecuada, qué actitud adoptamos frente a lo que está a nuestra vista, qué podemos aprender, para qué nos sirven tantas horas de ser espectadores fieles y, al final, qué es la comunicación humana. |
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Generalmente asentimos o disentimos sin investigar, repetimos conceptos vertidos, nos encandilamos con la palabra ajena, menoscabamos la propia opinión, y ensalzamos la de los que se supone que saben o viceversa. Pero pocas veces dudamos de lo que se nos dice: Acatamos por miedo aunque nuestras ganas son otras; pocas veces desconfiamos de lo que llega a nuestras manos, no por desconfiar porque sí -y se irrite quien se irrite-, sino como la única forma de comprobar lo falso como falso, lo que se dice verdadero y es falso, o lo que se desprecia, se menoscaba, se suprime y tiene que ver con la veracidad. Revisar adultamente las ortodoxias, lo que está consagrado y no se cuestiona, lo que pasa inadvertido -y no por casualidad-, y negar tradiciones o la palabra de la autoridad, impiden caer en el adormecimiento mental. A nadie tenemos que desafiar, con nadie tenemos que polemizar, ni con nadie tenemos que discutir. Dejemos de lado aquello que conduce a debates y a polémicas; nada de esto ha traído comprensión, luz interior.
El testigo - Federico Barrios - 1977
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Si hay normas sociales inquebrantables, conceptos atesorados, prejuicios hipócritas que se mantienen en el tiempo, lo inteligente es dejar correr esas aguas impuras y no tomar de ellas. Somos cuidadosamente «invitados» a participar de los conflictos, o a convertirnos en descreídos de tanto desgaste y roces a que estamos sometidos por el mundo exterior. Ser esclavos con cadenas, o ser esclavos sin cadenas es lo mismo; ser libres es sumamente complejo, pero vale la pena. Ser libres no significa hacer lo que nos guste a toda hora y en todo lugar, practicar conductas que perjudiquen a otros o decidir asuntos que requieren del acuerdo conjunto. De todos modos, algo de esto sucede, y de ahí la intolerancia, el desorden, la agresividad que nos rodea. Ser interiormente libres implica que no hay opción o elección con lo que nos topemos; significa no resistir lo que es. Si aceptamos las risas y no nos aferramos, aceptemos el llanto y tampoco nos aferraremos; si logramos fluir con las aguas mentales tendremos cierta quietud y ya sabemos que una mente agitada y confusa sólo trae más de lo mismo.
Si no nos tapamos con voces que intentan sobresalir, si no luchamos por establecer quién tiene razón sino por lo que es razonable, si no nos interesamos por quién lo dice sino por lo que decimos, habremos logrado el clima emocional adecuado para respetarnos y aprender. El abanico de posibilidades de aprendizaje es muy vasto: Podemos comprobar si lo que leímos es así, podemos darnos cuenta de algo en la letra de una canción, podemos aprender de una charla con una amiga o con un amigo, de los pensamientos que escribimos, de una poesía que surje naturalmente; podemos dejar llevar la imaginación y notar en qué se asemeja esa experiencia con el presente -qué hay allí que me falta aquí-, podemos aprender de la naturaleza que nos rodea, de los sentidos que los tenemos casi atrofiados, de prestar atención al cuerpo y qué nos dice, de lo que nos gusta o disgusta de una persona, de una país, de un lugar, de una circunstancia y notar qué relación tiene con nosotros y, desde ya, el estudio de nuestro psiquismo, en fin, el campo es amplio y depende de la capacidad de relacionar, e involucrarnos en lo que nos damos cuenta.
Comencemos con el cine. Con un lenguaje sencillo intenaré describir su mecanismo: Mediante un aparato llamado proyector, se proyectan las imágenes de una película sobre la pantalla blanca que conocemos y, al mismo tiempo, se reproduce su banda sonora. En su momento -y mediante cámaras de filmación- se efectuaron las numerosos tomas cuidando, en los buenos filmes, los aspectos técnicos: Encuadre, iluminación, escenografía, vestuario, maquillaje. Luego, el director -en un trabajo de montaje- arma la película que luego veremos; esto último se hace pues las tomas no siguen el tiempo cronológico de la historia, sino que van saltando de acuerdo a conveniencias en el presupuesto. Así, las tomas son en exteriores, o en los estudios u otros detalles por el estilo. Una película tiene los momentos de filmación que no vemos y que abarcan las dificultades técnicas y humanas, y lo que en realidad vemos como un producto elaborado. La película terminada es envasada en rollos para su comercialización y consta de innumerables fotos -llamadas fotograma-, que son pasadas a razón de 24 por minuto, y es lo que crea la ilusión de movimiento, pues entre foto y foto hay un espacio que el ojo humanno no alcanza a percibir salvo que se recurra a la cámara detenida, o a pasar cuadro por cuadro. Palabras más, palabras menos, esto es lo que sucede en la parte técnica: Hay una historia que como espectadores no vemos, y hay otra que, con retoques, vemos, juzgamos, criticamos o nos entretiene.
Toda esta descripción es necesaria pues el cine se parece mucho a la vida de cualquier persona o sociedad: Tomamos por real lo que no lo es, y lo que es realidad queda tapada por las imágenes. Hay un mundo ante las cámaras, y hay un mundo tras las mismas que es bastante ignorado. ¿Cómo confundimos ficción por realidad? Lo único real en el cine es la pantalla blanca; el resto son imágenes, es ficción. Lo que sucede es que nosotros prestamos colaboración para completar lo que vemos, la mente tiende a cerrar secuencias incompletas mediante sus mecanismos de fascinación e imaginación, de suposición y proyección.
La Flora del Paraíso - Moebius - 1977
El encanto, la magia y qué se yo cuántos adjetivos más, pasan por esos mecanismos; las secuencias que se proyectan en una sala vacía carecen de sentido: Es imprescindible la complicidad del espectador.
Hay una forma tradicional de ver cine: La del espectador que mira lo que ve y, en su intimidad, piensa que por suerte a él no le pasa eso, que los dramas están lejos de él, y pensamientos por el estilo que, en realidad, no le permiten ver en silencio sino ver con el movimiento de sus pensamientos, lo cual hace que la visión sea incompleta y nada o poco tienen que ver -más allá de lo verbal-, con sus problemas. En caso de secuencias que lo emocionen, que le queden grabadas, o que le obliguen a un re-planteo, al tiempo que da en el olvido pues no es su libreto, no es de su urgencia la solución, es simplemente una influencia de momento o circunstancial. Hay personas que lloran por lo que sucede en la pantalla, y la misma esencia de la situación en la vida real pasa desapercibida a sus sentimientos. Desde ya que cuanto más realismo tenga el personaje, y bien lograda esté la secuencia, más verosímil se vuelve, amén de otros fenómenos un tanto escondidos que desde nuestro interior se movilizan. La idea que amamos es una cosa; volcar en acciones tales sentimientos es otra. Ninguna persona es indiferente todo el tiempo: Aún un dictador acaricia la cabeza de su nieto cuando lo está filmando, un torturador puede interesarse por el cuidado de su jardín, o un delincuente puede ayudar a su vecino. Si tengo la idea o imagen de que soy sensible -y en parte todos lo somos-, y no manifiesto tal sensibilidad, la idea va por un lado y los actos de vida por el otro. Expresar sentimientos, afectos o sensaciones no es asunto de estudios, de conocimientos intelectuales o de saber; es cuestión de aprender a expresarlos, y esto tienen que ver con la madurez emocional, y aquí erramos y mucho. La comodidad nos dice que es difícil, que no estamos capacitados a esas cosas, pero la comodidad a nivel humano nada ha logrado. Cuando hay urgencias, los pensamientos exigentes o de perfección quedan de lado. Bien, mal o regular actuamos; y esto es lo que nos produce alivio, no la especulación mental.
La otra forma de observar es mirar el film hasta su conclusión, sin dividir «allá, los actores; aquí, yo», intentanto abordar el tema con un estilo medianamente creativo, y percibir aquello que nos provoca no sólo en lo superficial sino en lo oculto. De ahí la sugerencia de mirar en silencio mental; lo oculto tiende a emerger a la superficie de la conciencia pero, si no lo permitimos, pasa desapercibido en una repetición constante.
Mediante la identificación, o la re-identificación, con lo que nos llama enérgicamente la atención, podemos notar que tiene que ver con nosotros, y esto es tan válido para lo que admiremos como para lo que rechacemos. Podemos admirar la cualidad de hacer reír, y -mediante el mecanismo descripto- percibamos que nosostros sin comparación también tenemos esa capacidad, que cedemos a otros; o puede que nos resulte difícil admitir la crueldad de un personaje por el rechazo a nuestros momentos de crueldad. No es asunto de decir «no debo ser cruel», «a veces se me escapa pero yo no quiero serlo», o escapar a las justificaciones: «Los demás provocan mi reacción cuando ...» lo que sea. Esas manifestaciones son en parte ciertas, pero también es cierto que somos parte responsable en el asunto. De chicos, de adolescentes, nos empujaron a ser como somos los padres, la sociedad, las circunstancias, los desengaños sufridos; pero si vemos sin emocionalismos, sin rencores, de adultos somos nosotros quienes repetimos el libreto inculcado. Si investigamos sin ruborizarnos, sin avergonzarnos, sin ser despiadados sino simplemente notando el hecho, es seguro que podremos solucionar esta o cualquier situación. Las identificaciones que tan resaltadas están, tienen que ver con los propios aspectos agradable y/o desagradables que agregamos a los demás. Las identidades son un tanto inconcientes y producen innumerables conflictos: Me identifico con lo «mío» y doy lugar a lo «tuyo», y esto es un campo de batalla que no tiene fin. La re-identificación permite sensibilizarnos con esas divisiones y, si el trabajo está bien realizado, seremos libres de los polos. La verdad no es identificación, ni re-identificación. Decimos que el mundo necesita de cambios urgentes: ¿Desde dónde lo decimos?, ¿desde el espectador que nada tiene que ver, u observando -como un sólo movimiento indivisible- que lo mismo que tenemos que solucionar es lo mismo que proyectamos afuera? ¿Desde la comodidad de inculpar, de criticar, de acusar o de juzgar severamente sin involucrarnos? Si somos parte responsables de lo que nos pasa individual y colectivamentemte, y ahondamos al respecto, nos libraremos de todas las identificaciones y re-identificaciones, es decir, de la estructura psicológica que nos ahoga, fastidia y aburre.
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La necesidad de cerrar lo abierto: Realidad y ficción
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Puede ser un desafío válido el querer comprender lo que entiendo con mi intelecto. Entender es el plano superficial: Digo que soy muy afectuoso, que soy cariñoso y no percibo si mis actos cotidianos así lo demuestran. Comprender es más complejo: Tenemos que alejar los supuestos, los deseos, las ilusiones de lado. Comprender es la armonía entre lo que digo, siento y pienso. Si esta armonía se produce en los hechos es porque de veras comprendo, sino es un juego de palabras; es preferible decir: «no comprendí» -que, por otro lado, no es ningún pecado-, a decir que sí y al momento hacer lo contrario. Es aconsejable con miedos, con vacilaciones, con inseguridades, enfrentar los conflictos irresueltos que posponerlos en forma indefinida; se gasta menos energía aceptándolos que desperdiciando la tan valiosa energía manipulando el medio familiar en entretenernos, en evadirnos, en enfermarnos, en calmantes y sedativos, o adaptándose a lo que se nos inculca. La energía es sumamente necesaria para cambiar, y aseguro que se precisa menos energía en solucionar un enigma que en dilatarlo hasta la muerte y, encima, cargar con ello; creo que esto es claro si lo vemos en nuestras vidas.
Si se produce identificación con el personaje o con la historia es porque mi problemática es parecida: De ahí que «me toque», o «me llegue». Si lo que vemos está resuelto, nada emocional va a ser perturbado. La película es eso: Algo que nos podrá entretener o no, gustar o no, que nos puede dejar una lección o una enseñanza, que puede ser considerada un arte o una industria, pero su importancia es relativa: Ninguna película cambió la historia del mundo Vimos escenas de las guerras mundiales y aquí estamos, luchando unos contra otros ¿Cómo va a alterarnos si seguimos pensando que nada tenemos que ver?
¿Cómo notamos que lo real del cine es la pantalla y el resto es ficción? Todo depende del grado de familiaridad que tengamos con los procesos anímicos, si conocemos apenas o los desconocemos es muy poco lo que rescataremos. Salvo que otorguemos las posibilidad que se nos guíe en forma momentánea, no habrá comunicación posible entre nosotros. La prueba más simple de ver que es ficción y no realidad, y que en forma constante confundimos no sólo en el cine sino en la vida diaria, es que la pantalla no queda afectada por el fuego, por las balas, o por el agua; el personaje habla por boca del autor y puede o no sentir eso que está diciendo, y de todos modos no nos consta que sea así; el que trabaja en el rol de malo, es eso: Un rol. Y lo mismo sucede con el que trabaja de bueno. Nosostros hacemos una linda mezcla con las imágenes que el cine nos da de los artistas, y con nuestra imaginación o ensoñación creemos que en la vida real también son así. Por otro lado, tenemos roles que cumplimos, hay algunos que predominan pero tienen matices, las ideas son fijas, lo que creemos que somos es estático pero lo que hacemos no. Al profesional le cuesta salir de su estudio, al ama de casa le cuesta dejar su responsabilidad de compras y crianzas, al obrero le cuesta abandonar su oficio, al político el hecho que tiene que convencer y ganar votos a cada minuto, y al actor le cuesta salir del set de filmación o bajar del escenario. Externamente nos diferenciamos, internamente tenemos parecidas dificultades en especial cuando de sentir, de expresar emociones, de hablar del aislamiento que padecemos se trata. Así como la pantalla no es afectada por lo que en ella se proyecta, de igual modo la mente no es afectada si aprendemos a abandonar la carga psicológica que pesa en nuestros hombros.
Tomamos muy en serio la ficción y por ende la realidad no tiene espacios para ser concientizada: Estamos preocupados por la educación de los hijos pero, a la vez, dejamos en manos del estado o en particulares el hacerlo; decimos que nos preocupan los pobres y la miseria pero las acciones van en otro sentido, ocupan -por supuesto- lugar con el pensamiento y entonces no se produce la acción. ¿Cómo deben sentirse los pobres económicamente hablando, los necesitados de bienes imprescindibles cuando escucha que se habla y se sigue hablando?, ¿nos gustarían palabras cuando tenemos hambre? Seguramente no, pero igual seguimos preocupados...
No salimos de la ficción pues encaramos la vida real como una ficción. Decimos lo que no sentimos, falseamos las opiniones según con quien estemos, mostramos la imagen de lo que nos gustaría ser -no como nos vemos cuando estamos deprimidos-; somos sumamente cuidadosos en el ordenamiento de los escritorios y en la limpieza de la casa pero descuidamos el orden interior y la limpieza mental, que nos hace acarrear temas pendientes desde la niñez; estamos atentos a nuestros pequeños logros y nos ofendemos si pasan desapercibidos, mientras los que hacen anónimamente por sí y por los demás, son olvidados; y de modo fundamental desconocemos lo que hay detrás de las pantalla o más allá de la misma. ¿Cómo enterarnos si estamos tras la carrera del dinero, del prestigio, de los objetivos, de escalar posiciones a costa de lo que sea?
Lo que creemos que somos es un conjunto de palabras, de ideas sin mayor importancia; es la ficción que confundimos con la realidad. Lo que actuamos desde nuestro centro egoísta conduce inexorablemente a rivalidades, a que las diferencias se hagan más grandes, a que la brutalidad continúe, a que la concentración nos tensione, a que la infelicidad esté en los corazones, a que los hijos, el sexo, la naturaleza sean un estorbo en la vida. Con el abandono de las actitudes egoístass percibiremos que somos nada, y no obstante somos, lo cual es la belleza de la vida que el «yo» jamás podrá percibir, y que no se adquiere, que no está encerrada en ningún templo, y que la limitación de los sistemas no la alcanza. Desarrollamos lo que creemos que nos hará libres, seguros, felices; así luchamos por los primeros planos, por la figuración, por parecer respetable, por el peldaño más alto y todo ese conjunto conduce a una vida que resulta un fiasco, un fraude en el que hemos caído pues somos esclavos de muchas cosas, y la felicidad -no los placeres- están muy ausentes. Las luchas están aseguradas por los que realmente tienen poderes, y mientras entre todos alimentemos las diferencias, de este modo no accedemos a la pantalla blanca que significa la quietud de una mente, la calma interior que es un movimiento que trasciende lo conocido, lo finito, lo que es mensurable.
Con la pantalla chica acontece algo similar, pero vamos a ampliar el concepto de que la mente tiende a cerrar lo que queda abierto, a completar lo que se nos presenta incompleto. En primer lugar, es preciso negar creencias que convalidamos: Es incorrecto decir que los medios de difusión forman opinión; las cadenas televisivas, las principales agencias de noticias muestran lo que queremos, lo que somos, lo que nos excita, lo que nos entretiene o lo que nos depierta furia. Quien se siente identificado o representado mira, o lee diarios, sin masticar por sí lo que le presentan; quien tiene interés en aspectos que en los medios gráficos y visuales no se hallan presentes, espacía la lectura de diarios y sus horas de espectador, a favor de desarrollar calidad, ingenio y un poco de creatividad. Ningún sabio, ninguna persona medianamente talentosa se basan en ellos, del mismo modo que para quien quiere libertad interna total -y no las migajas de ella-, la escuela se parece más a un encierrro carcelario que a un mundo sin fronteras. Es una ilusión que se nos informa, o que estamos bien informados. ¿Quién pone las manos en el fuego por lo que se nos dice? Salvo algunas noticias como el pronóstico del tiempo, los resultados deportivos, un feliz nacimiento, la inauguración de un festival de cine, la aparición de una nueva vacuna, alguna tragedia; el resto no ofrece garantías ciertas que realmente sea así. El político oficialista dice lo que le conviene y oculta el resto; el opositor se ensaña con el gobierno de turno y olvida que en su mandato tampoco se solucionó lo que hoy defenestra, y eso nos gusta: La polémica, la rivalidad, la discusión. Quien no se interesa por esto no demora ni un instante en hacer otra cosa. Esa rivalidad es aparente, en las trastienda defienden su negocio, cada cual responde a las expectativas de los ciudadanos que los eligen, y se ponen de acuerdo si les conviene. En política nadie da nada si no consigue algo a cambio.
De las notas policiales podemos tomar el hecho en sí, pero no conocemos la historia del personaje, no somos testigos de lo sucedido, y a partir de conjeturas, análisis sesudos, entendidos que nunca faltan, por suposiciones o directamente por prejuicios, imaginamos cómo sucedieron las cosas -la necesidad de completar de que hablamos-. Y esto es grave: Si estuviésemos involucrados en cualquier tipo de noticias, seguramente pediremos «objetividad», y no guiarse por falsas premisas. Creemos que conocemos a los artistas, y el mismo desconocimiento que tenemos de nosostros, lo tenemos de ellos. La única forma de conocernos es la convivencia, mas no en la imagen que mostramos. La convivencia es una cosa - el trabajo de actor, el de actriz, cantante-, y hacer declaraciones es otra. Las parejitas se adoran y se quieren hasta que a la semana siguiente o un poco más se separan, y enseguida aman y se encariñan como nunca, y repiten las mismas declaraciones con su nuevo matrimonio. Ayer vimos la sonrisa de oreja a oreja de un comediante y hoy nos enteramos que es drogadicto, que sus males los cura con alcohol, o que hoy se suicidó, y esto también sucede en la vida real: La falta de vínculos en serio hace estragos en la vida anímica de una persona, y las consecuencias son fatales.
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No hace falta detallar mucho más: En la pantalla se refleja lo que somos, aunque la parte desagradable la mantengamos en la sombra de la conciencia, y -lo que es peor aún- desde el interior de la pantalla hay profesionales encargados de fomentar estos absurdos. La necedad de la gente deshonesta es creer que es honesta porque no mató a nadie, ni consume drogas, o no le levanta la mano a sus seres queridos. Lucrar con el dolor ajeno, explotar la insensatez, tener espectadores a cualquier costo, crear falsas expectativas con los necesitados es, en este medio que alimentamos, una virtud, y no algo abyecto y deplorable, digno de figurar en la galería de bajezas humanas. Aunque parezca que no es así, no es esta una actitud crítica; particularmente comprendo por qué se lo hace. Me interesa señalar y describir a través de la televisión lo que también somos. Si nos sentimos afectados, habrá algo que tenemos que averiguar que nos relaciona; sino, notaremos si lo expuesto es mentira o verdad. |
Retroblues - Jean Vern - 1977
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Las alternativas no son verla, apagarla, venderla o romperla, sino notar que a más horas de mecanización, de apatatos audiovisuales, se corresponde con una vida similar. ¿Creemos en serio que la realidad es lo que aparece en su programación? Lo atinado es esclarecer qué actitud asumimos. No es asunto parcial a lo cual estamos tan impulsados a hacer, sino que es la misma actitud total que asumimos en la vida: Si creemos que mediante un aparato nos podemos comunicar; si creemos que en la pantalla parece mucho de lo que nos sirve; si buscamos escape del diario vivir, o estamos convencidos que la televisión es uno de los grandes inventos del siglo pasado, si sus programas nos gustan o disgustan pero igual está encendido, si es saludable que a la hora de comer tapemos las dificultades con su encendido, si cuando nos sentimos aislados, él es la mejor compañía, si resulta más cómodo ver deportes que ser partícipe de algún juego, si nos creemos que somos protagonistas de las fiestas, de los diálogos, de los acontecimientos que se proyectan, entonces, el televisor es una muy grata compañía.
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Si creemos que en sus pantallas aparece mucho de la estupidez humana y poco de la inteligencia, sino cambiamos la naturaleza viva por las imágenes de un paisaje que se nos muestra; si notamos que nuestro camino se ve más complicado que facilitado, si observamos que los que pueblan sus imágenes tienen una postura un tanto superficial, o exhiben su bienestar, su sapiencia, y se muestran dichosos pero que es muy distinto lo que sucede fuera de sus luces y aplausos; si nos damos cuenta que interesa más el negocio que la calidad de lo que se emite; si percibimos que estamos sentados por inercia, por costumbre más que por un real gusto,
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Retroblues - Jean Vern - 1977
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si no nos satisface la mediocridad, la falta de ingenio, la falta de variación, si nos descontenta el hecho que pasen por su vidriera sólo unos pocos y no aquellos que no son consagrados o muy notorios, pero que merecerían alguna oportunidad; si no la soportamos por mucho tiempo, si tenemos en claro que la belleza de la vida pasa por otro lado, que la solidaridad que se muestra es la hipocresía en colores, que la humildad que se pregona es una farsa hábilmente estimulada, y si pivilegiamos el vínculo con una persona en un diálogo de ida y vuelta, si valoramos que lo importante no es lo que se dice sino los hechos de la vida que una persona produce, entonces, la televisión no es ni la mejor compañía ni la peor, sino un aparato que cuenta con pocos programos buenos y mucha medianía -esté al gobierno que esté-, y que lo mejor es no albergar esperanza alguna de que cambie sustancialmente. No le achaquemos a la t.v. nuestros males; sus programas, sus directores, sus protagonistas muestran como un espejo lo que somos, sino no habría tantos espectadores
Cuando de medición de audiencias se trata, la pregunta básica es qué canal estamos mirando. También sería interesante que nosotros nos cuestionemos para qué apretamos el botón. Sin ironías, podemos ver televisión para saber lo que tenemos que hacer, para saber que la creatividad no pasa por allí, para saber a qué conduce conseguir un fin sin importarnos los medios, para estar al tanto de cómo se nos influye por medio de la publicidad, para notar la hipnotización que tenemos ante sus personajes, para comprobar qué se nos quiere hacer sentir con los gestos, los tonos de voz o los rostros que simulan lo que sea.
La honestidad, la responsabilidad, la bondad tienen muchos más adeptos de lo que se cree: Simplemente se propala, no hace falta publicidad alguna. Quien tiene bienestar y lo comparte con sus pares ¿para qué va a mostralo? Quien se hace responsable de sus aciertos y de sus errores, y en su vida total el balance lo satisface, ¿a qué exhibirlo? Quien precisa usar a los demás en nombre de lo que fuere es porque carece de afectos, de sentimientos, de amor y por eso resaltan el esfuerzo, el sacrificio, las heridas que sufrieron por el bien de todos. Quien realmente quiere el bien de todos no lo menciona, no tiene deudas con la sociedad ni la sociedad tiene deudas con él; podemos, sí, reconocer acciones pero es muy distino que atrapar a las personas con culpa, o atemorizándolas por lo que se les da.
Está bien que los niños precisen reconocimiento, atención, cuidados, que se los estimule pero el éxito, la fama, el poder, la ambición son esos mismos sentimientos inmaduros que no se han solucionado. La maduración nada tiene que ver con todo eso. Madurar es dejar atrás cualquier dependencia emocional; los demás no nos tienen que amar, valorar, reconocer méritos, dar afectos -si los recibimos, ¡bárbaro!-, pero no están obligados. Es precisamente porque no somos maduros que vamos desesperados tras ellos.
Vimos en esencia adónde apuntan los medios audiovisuales y la publicidad que agobia con tantos adjetivos calificativos. Señores, no es para tanto. ¡Qué tendría que decir la naturaleza...!
La Paz - Caza - 1977
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La distancia emocional y la comunicación
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Antiguamente se tiranizaba a las clases bajas, a los que no tenían conocimientos, dineros, a los faltos de influencias: Se explotaba a los indios, se vendían negros como una mercancía más ante la mirada pasiva de los intitulados «civilizados», hombres blancos u hombres religiosos. Hoy todo aquello sigue, pero en forma encubierta: Los manejos, la manipulación también han sido mejoradas, es mucho más fina y sutil que las cadenas, y los medios masivos de transmisión de imágenes son muy eficaces al respecto, unido a que el subdesarrollo mental nos alcanza en el mundo a todos sin distinciones. El parámetro de igualdad es lamentable en lo que hace a la decadencia, a valorar la hipocresía, la simulación y a que pasen desapercibidas las acciones humanitarias de los seres anónimos, camino de la elevación para lo cual hay que apartarse de la competencia, el poder, la ambición. Como cualquier cosa es llamada «comunicación humana», sugiero que investiguemos no conforme a la definición de palabras, ni como sociólogos, especialistas o entendidos, sino de un modo transparente y sencillo: Cuando sentimos que nos comunicamos con una persona. Si estamos atentos a los pensamientos, a las experiencias acumuladas, seguramente habrá algo que se asemeja a lo que vamos a expresar; luego, cada uno verá qué es razonable en este tema, y actuará como crea conveniente.
Cuando hablamos de comunicación no nos estamos refiriendo a una forma en particular, sino a su esencia. Es la misma situación si la referencia es el matrimonio, una familia, una institución o una sociedad; unos, pocos o muchos no cambia lo fundamental.
Prensa canallesca - Moebius 1977
¿Cuándo nos estamos comunicando y cuándo nos incomunicamos? Hay una distancia física y también existe una distancia emocional que, como la mayoría de las cosas que nos hacen bien, pasan desapercibidas. En las escuelas o universidades se la desconoce, la educación de los padres no la tiene en cuenta y, análogamente, sucede con el resto: Repetimos e imitamos hasta el cansancio, por ende los descubrimientos interiores son escasos. La distancia física no merece mayores comentarios, son los centímetros o metros que median entre una persona y otra. ¿Qué es la distancia emocional? El clima afectivo que predomina en la conversación; a mayor distancia, mayor también va a ser el clima de incomunicación: Frases impersonales, hablar sobre el pasado o sobre el futuro, juzgar lo que debería ser, estar absolutamente convencidos que el mundo es como lo vemos nosotros... Todo es cuestión de opiniones, de ideas que luego generan las réplicas; sólo palabras para cubrir un espacio por que sí. Si logramos acortar esa distancia afectiva, no habrá separaciones -unos contra otros-, sino un diálogo amistoso y así la comprensión no será un deseo sino una realidad. Si hay alguien geográficamente lejos y no tenemos conexión afectiva, el pesamiento dice: "Pobre gente; lo que está sufriendo". Pero en el fondo de los sentimientos no nos preocupa demasiado, hay mucha distancia; si, en cambio, ante cualquier suceso nos enteramos que entre los afectados hay un ser cercano a nuestra estima, entonces, la distancia física y emocional están cercanas.
Notemos qué hacemos para entorpecer el clima y, comprendida la pregunta, la respuesta la descubriremos en forma instantánea. Es correcto buscar respuesta a ciertas preguntas en lo que es materia técnica; en los aspectos anímicos no sucede de igual manera. Si soy autoritario, buscar la respuesta me lleva a depender de otros, de consejos, de teorías, de causas, de sistemas lo cual me da un bagaje verbal ponderable, pero el hecho en sí no se modifica, pues sigo sintiendo lo mismo. Reconocer que soy autoritario es un plano superficial, puedo reconocer algo que es pasado, no lo que desconozco. No es asunto de diagnosticarme -esto lo hace cualquiera y sin cobrarme-, sino en observar en silencio y hacia dentro lo que hay detrás de esta o cualquier sensación; empezando por lo simple, lo complejo viene sólo. Indagar cómo es mi tono de voz, mi postura física, en qué termino las veces que discuto, qué gestos empleo, cómo soy autoritario, qué hacen los demás para que siga siendo autoritario, en qué momentos "entro" en el rol, qué emoción legítima escondo, impido o me impiden manifestar; qué me falta, qué no aparece, en qué me estoy justificando para no asumir la parte de responsabilidad que me corresponde, a qué autoengaños recurro para no mirarme cómo soy, sino cómo debería ser; y cualquier dato que puedo percibir, sin importar si es relevante o no: Todo es relevante cuando de aprender de nosotros mismos se trata. No podemos aprender a comer si no tenemos alimentos, no podemos aprender acerca de sexo si no tenemos experiencia al respecto, no podemos notar la caída de las hojas en otoño si estamos aturdidos en nuestros pequeños mundos, entonces, ¿cómo aprender si no nos observamos tal cual somos, sin conectarnos con lo que es actual?
Si aprendemos acerca de la intranquilidad, no existirá la pregunta «¿qué hago para calmarme?». Si nos damos cuenta cómo alimentamos la tristeza, no existirá: «dígame, ¿cómo salgo de esta situación?». Si exploramos, si averiguamos de primera mano -y nadie mejor que nosotros para saberlo-, no aparecerá en los labios: «¿qué tengo que hacer?». Podemos acudir en una crisis a una ayuda momentánea y necesaria, pero si no se nos dan las herramientas que nos hagan recuperar la confianza perdida, la energía que malgastamos en inculpar a propios y a extraños, de poco nos va a servir. Explorar aún a costa de no saber -que es el mejor punto de partida-, de temer, de no estar seguros: ¿Por qué no? Si dudamos cuando aprendemos un oficio, un idioma o a manejar un auto, sin estar familiarizados con los complejos mecanismos mentales es muy esperable el desconcierto inicial.
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La comunicación como trascendencia
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¿Qué entorpece el diálogo, la comunicación entre personas? Empecemos por el lenguaje. Si éste no es claro, preciso, honesto, sin maniupaciones, igual será lo que cosechemos. Somos muy poco propensos a hablar en primera persona como si esto fuese una falta grande: «Yo digo», «me gustaría que sepas», «mi necesidad es ...», son casi olvidados. Nada de esto tiene que ver con el egoísmo -ésa es otra historia-, y es el riesgo de repetir interpretaciones erradas, en este caso «yo siento ...» afirma. y me pongo en contacto con un sentimiento actual; al interlocutor no le caben dudas al respecto, ni albergará supuestos; por lo menos el incio es sincero y honesto, lo que sigue si se respeta lo esencial continuará. Sino será cuestión de retomar cuantas veces sea preciso. Profusamente empleamos «nosotros», «ustedes», «estamos», «porque me sucede», o entre tantas otras preguntamos lo obvio: «¿Estás irritado?», cuando hay alguien rojo como un tomate. Estas frases dan lugar a una comunicación «sucia», monocorde, aburrida. Hablamos por horas, semanas, o años pero no sabemos qué sentimos, qué pensamos uno del otro, cuáles son nuestras frustraciones y dolores, qué cosas de la vida nos reconfortan, qué fantasías silenciamos, qué tenemos ganas de decir que nos cuesta, qué sueños no nos atrevemos a confesar, qué nos alegra en la actualidad, cuáles son las ganas de hoy. No partamos que conocemos a nuestra esposa, esposo o tío, pues lo que conocemos pertenece al pasado; no partamos de la imagen, el rol o el recuerdo que atesoramos pues también es pasado. Partamos del desconocimiento y sin contaminaciones. Hablar por hablar no es comunicación; aprendemos a comunicarnos si nos damos los silencios mentales precisos y -dicho sin sorna-, si nos otorgamos las pausas entre pensamientos, o entre sensaciones; sino, la continuidad seguirá su cómoda trayectoria. El mundo cambia en el aspecto técnico, en la superficie de las relaciones puede ser; fuera de esto, los cambios que se pregonan no son tales, es el ayer que disfraza al hoy. El cambio surge cuando el contenido de la concienca se vacía; si seguimos acumulando conceptos, ideas, informaciones, dudo que de esta forma podamos llegar lejos.
Otro paso casi simultáneo es saber escuchar en forma correcta ¿Podemos escucharnos si tenemos conclusiones? ¿Podemos comprender si cuando tenemos un problema buscamos culpables externos, y no la parte de responsabilidad que nos toca? ¿Podemos dialogar si estamos interesados por ver quién tiene razón? ¿Puede haber una conversación honesta si nos consideramos autoridades, o que ya sabemos todo, que nada internamente nos queda por aprender? O, por el contrario, para escucharnos nada de esto hace falta. Si la mente se cierra, los oídos también; escuchar sin resistir, sin pensar en mañana o en pasado, o sin querer oír la parte que más nos conviene sino todo, es lo correcto. Esto no implica compromiso alguno o de por vida, sino caminar uno al lado del otro, nadie adelante, nadie atrás, sin ningún tipo de comparaciones o de diferenciaciones, a un mismo nivel.. De tan mecanizados que estamos no reparamos que deseamos la igualdad, pero constantemente establecemos diferencias externas o de atributos personales, lo cual es una de las tantas contradicciones que pasamos por alto.
Juntos no es unidos. Juntos significa que tropezamos con parecidas dificultades, que observamos sin divisiones, que reímos por circunstancias similares; los pares van unidos e indefectiblemente dan lugar a malestares, servidumbres o rencores, pues son opuestos: Maestros contra alumnos, políticos contra ciudadanos, religiosos contra ateos, padres contra hijos, y en tal caso podemos hablar de unión sólo cuando trascendemos estas polaridades, no antes. Cada uno es maestro discípulo, profesor y alumno.
El lenguaje, el escuchar, el mismo nivel van parejos con la libertad interior. Sin libertad desde el inicio, cualquier vínculo entre humanos termina mal, o hay un deseo de separación que no se cumple por temor pero que es la misma cosa. Si realmente queremos que un ser querido esté cerca, permitamos que se aleje cuando él considera conveniente y sin culpa. Expresar lo que sentimos ante su alejamiento es una cosa; posesionarse es otra. Cariño, afecto, no es que las personas hagan o cumplan con nuestro parecer; esto es egoísmo disfrazado de cariño, que son cosas muy distintas. Desde el malestar queremos arrastrar a los demás sea como sea, sin amor que es incondicional, no hay libertad. El término no sugiere hacer lo que más nos place sin importarnos nada, sino que implica no elección: Elegir entre normal y anormal, entre sano y enfermo, entre agradable y desagradable conduce a la dualidad mental, y la dualidad es división que luego genera confusión y más conflictos. En un sentido práctico no podemos desconocer que cada uno de esos términos existan; se trata que la libertad la encontramos en lo que es, en lo que somos, no en lo que fue, en lo que va a ser o en lo que nos gustaría que pasara. Cualquier escape es alejarse de la libertad. Si alguien se siente coaccionado, si hay una autoridad de por medio, la libertad psicológica no es posible: Somos o queremos autoridad en algunos momentos, y cuando no nos conviene queremos destruir la autoridad... Con lo cual se cierra el círculo mental del cual no aprendimos a solucionar. La correcta libertad carece de dirección.
Esto nos acerca a la siguiente cuestión: seriedad, que nada tiene que ver con inflexión, o con rostros tensos, disciplinas rigurosas o respeto a convencionalismos, tradiciones o creencias, que son -justa y precisamente- el escollo principal. Sin duda, la mayoría de las personas son serias en lo que hacen: El ingeniero en su labor profesional, el operario cuando maneja el torno, el carpintero cuando trabaja la madera para una artesanía, el deportista cuando se prepara para un evento de importancia. Yo me refiero a otro ripo de seriedad, más abarcativa. Todos esos trabajos u oficios parten de un centro: Complacer al "yo". Cada uno de nosotros quiere destacarse, lo cual no tiene nada de malo; sólo señalamos que partiendo de mi interés voy a beneficiar un aspecto parcial de la totalidad, es decir, que indirectamente hay exclusiones y lo primero que se excluye es lo humano: Nos olvidamos que somos humanos a favor del rol, de la labor que desempeñamos, o de lo que fuese. Lo que nace de ese centro -el "yo"- es limitado, no puede ir más allá de su encierro, y no puede comprender más que algunas facetas ¿Puedo comprender lo total desde una parcialidad, como son las divisiones culturales, religiosas, económicas, o de la índole que se trate? Puedo hablar, suponer, elaborar teorías pero carentes de realidad. Sólo cuando la mente está quieta, no agitada en pensamientos egocéntricos, la totalidad puede ser registrada. Seriedad es precisamente observar todo el panorama de la vida pero sin ese centro; yendo a la raíz del conflicto. Por ejemplo, tenemos permitido enojarnos con el índice de inflación, con el desorden en el tránsito, o por los innumerables problemas sociales que cambian día a día; estas son parcialidades que se las hace aparecer aisladas unas de otras, y por eso no nos molestamos por lo que engendra todo esto: El sistema que da lugar a lo descripto. Bueno, para llegar a esta visión, para sentir que lo que falla es el molde que también yo elegí, hay que trabajar con fervor, con ahínco, sin la ayuda de nadie o con la colaboración de unos pocos, siguiendo los hechos y no los discursos engañosos, negando que sea imposible vivir sin conflictos en la medida que intervengamos en los mismos, y no seamos simples charlatanes para lo cual no hace falta tal seriedad. Mientras seamos esclavos de las parcialidades no tendremos libertad total.
Y nos queda finalmente intensidad: Si ambos estamos interesados en el mismo momento, con el mismo interés, con el mismo o parecido grado de atención, la energía sin fricciones tiene posibilidades de aparecer y eso tiene que ver con la intensidad. A simple vista, parece complicado; bueno, lo simple lo hace cualquiera. Sin embargo, lo que describimos en palabras para verlo fuera nuestro, lo vivimos espontáneamente cuando nos interesamos en solucionar una complicación, cuando estamos atentos en un tema que nos apasiona, cuando estamos urgidos ante lo que es impostergable, o cuando amamos con intensidad. ¿Cómo sabemos, por otro lado, que es complicado si no reparamos en el estilo de comunicación que tenemos? La torre de Babel es una alegoría a la falta de entendimiento: Miremos sin el efecto paralizante del miedo, sin los emocionalismos que nos horrorizan, y con la realidad que es a veces dura de soportar, y observaremos que la esencia de esa alegoría aún permanece -y muy viva en estos días-. Pareciera que los asuntos importantes los dejamos hasta el momento que exploten, tanto en lo personal como en lo social, y luego se hace muy difícil la resolución; en la práctica vemos que los conflictos no quedan atrás por haberlos solucionado: Se cambian por otros peores.
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El movimiento sin meta: Ser
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En la publicitada era de la tecnología las crisis humanas son cada vez más graves; en el siglo de los inventos en comunicaciones o de aparatos que supuestamente nos informan para estar enterados de todo, menos de los que nos hace falta: Qué pasa en nuestro interior. Las comunicaciones humanas son más bien superficiales. En la época en que más lujos, sofisticaciones y comodidades se han fabricado, más se ahondan las diferencias entre los poderosos en el sentido económico y los carentes ¿Qué falla? El hombre, cada uno de nosotros, o ¿quién manda y quién obedece en este mundo?
Hay una estrecha relación entre el ser humano y el medio tecnológico: No es el uno o el otro, sino se trata de establecer cuándo uno cuándo otro, para qué uno y para qué otro, uniendo e integrando y no separando. Las computadoras hacen rápida y eficazmente operaciones que al hombre le resulta complicado. La acumulación de datos en cifras billonarias en las grandes computadoras son dadas casi al instante, cuestión que el hombre no puede hacer; tener la cantidad de mercaderías acumuladas en el archivo de una computadora es más ordenado que lo que varios hombres podrían hacer. Pero no le pidamos a la máquina cariño, creatividad, inteligencia humana, trascender lo conocido, educar hijos, el aprender que está mas allá de la acumulación de datos. A veces nos asustamos de este mundo moderno en que las máquinas han ganado tanto espacio; sin embargo, muchas veces procedemos como máquinas y no nos damos cuenta, ¿o el hastío, la rutina, los hábitos, las costumbres, el viejo ropaje interior, no nos quitan la posibilidad de actuar conforme al momento? La computadora responde si el dato está almacenado, sino no; el hombre actúa desde sus pensamientos y estos también son una acumulación de datos -de ese modelo se extrajeron las bases fundamentales de cualquier computadora-. Lo cual lo hace ir de un pasado a otro pasado modificado que es continuidad, y la belleza de la vida está en el presente y éste aparece si la carga pasada termina. La computaodra se desenchufa; el hombre precisa realizar un trabajo más arduo: Vaciar el contenido de la conciencia que le impide fluir con lo que es. Mientras tenga acumulados odios, heridas, expresiones y sentimientos reprimidos y todo el bagaje afectivo-emocional y asuntos que no se resuelven, tal vacío será un deseo.
El hombre crea las sociedades en que vive y luego descansa creyendo que primero tienen que haber cambios sociales para que él sea feliz. En las ideas o intenciones puede ser así; en los hechos no. La teoría se viene repitiendo desde hace miles de años: Hay civilizaciones que desaparecieron, otras que gozaron de esplendor están en decadencia o se quedaron ancladas en la historia, como los árabes y griegos; hubo imperios que sucumbieron y otros que siguen ejerciendo su despotismo hoy, pero las revoluciones sociales sólo lograron escasos momentos de tranquilidad y de paz, muy poco para el potencial que sigue durmiendo. Tales concepciones -que primero plantean un cambio externo para luego lograr el cambio interno- han fracasado en forma estrepitosa, aunque la hipocresía y la irresponsabilidad les sigan dando vida. No hay tal división entre interior y exterior, eso es ficción. Cuando hablamos de problemas humanos, es un sólo movimiento; lo que el hombre es, también es su sociedad : Él y la sociedad son una misma cosa. Yo inculpo al gobierno de mi malestar y el gobierno inculpa a la banca internacional sus dificultades; sin comparaciones, grande y chico es lo mismo. La culpa se expulsa; se crea la ilusión que el enemigo es externo y, luego, esa parálisis se vuelve en contra como es observable cotidianamente.
No hagamos lo mismo con las máquinas, el hombre las inventó y empezaron o inician -según de dónde hablemos-, a gravitar fuertemente. Conservemos lo humano que tenemos -pero no de palabra, sino de veras-, y no seremos un robot más o un engranaje más. La persona aislada no sirve, y esto es lo que han logrado hacer los poderes de turno: Alimentar diferencias, un poco de dinero, algo de sexo, comodidades, evasiones, mucha información que lo aturda y... «¡se acabó el problema!». Nadie está interesado más que por su pequeño mundo; nadie que moleste demasiado por mucho tiempo, sólo unas cuantas palabras revolucionarias, de promesas de un futuro mejor, de convertirnos en un gran país -que en la práctica son sólo unos parches que no compliquen demasiado la existencia-, hasta que la indiferencia hacia los que realmente sufren es tan grande, tan cruel, tan salvaje que todo estalla en mil pedazos; y luego se comienza a escribir otra historia que no es nueva sino es lo viejo remozado con su estructura moral intacta. Hay un sólo problema a resolver: la relación entre hombres y mujeres de cualquier lugar. Pese a lo que se sostenga no hay -pasando la conciencia superficial-, comprensión honda, ni convivencia amistosa defendible. Si esto no es lo prioritario como realidad diaria -pues eso es la convivencia-, como actividad sagrada, y sólo nos preocupan los pequeños logros personales, no nos quejemos por la brutalidad, la agresividad y por el saldo de las guerras, muertos, heridos, mutilados, torturados física y espiritualmente. La guerra es la locura terminal de las pequeñas rivalidades y luchas diarias.
Las máquinas no pueden observar en calma: Las luces y las sombras de los árboles, el brillo de los vegetales luego de las lluvias, el rocío que apetece en tiempos húmedos, los rayos solares cuando las nubes los ocultan temporariamente, el crujir de los pasos sobre las hojas secas del otoño, el fluir de las aguas de un arroyo, los campos sembrados, los nudos de los troncos de los árboles, el vuelo zigzagueante de las aves, la diversión de un chico que juega con su perrito. Y lo triste es que el hombre de hoy tampoco nota que esto existe, que está para él, y esto es muy grave. A más mecanización, menos naturaleza; a más pantallas que nos hipnotizan, menos visión descontaminada; a más horas de sonidos estereofónicos, menos horas de sonidos naturales; a más sacrificios, esfuerzos, y rigideces, menos canto y baile; a más horas de contacto con imágenes, menos horas de contacto con la realidad; a mayor cantidad de escapes, menor armonía cuerpo-mente-alma.
El amor no es extrañar, no es sometimiento, es libertad; el amor no es intolerancia, no es intransigencia, es respeto mutuo; el amor no es imitación, no es falsificación de estados afectivos, es naturalidad; el amor no conoce de divisiones ni de separaciones, es igualdad entre humanos; el amor no es «mi» mundo, ni «su» mundo, es mundo para todos; el amor simplemente es.
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Por Rubén Cohen
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