El Quid del cine

Cuando William Randolph Hearst, el rico emperador de la prensa norteamericana, se acercó por fin a un set de filmación, probablemente se haya sentido decepcionado. Hearst fue siempre, lo sabemos ahora, un ingenuo apasionado del cine, pero al que prefería imaginar como una obra de teatro filmada. Por el contrario, en contraste con el teatro, lo que vemos en la pantalla es muy diferente a todo lo que se hizo para imprimirlo en el celuloide. Se puede comenzar filmando el final, luego una escena central, luego todas las escenas en las que no intervienen los protagonistas, luego todas en las que sólo intervienen los protagonistas. Y como tarea final, se concreta un meticuloso pegoteo de todas las secuencias filmadas.
El cine es, pues, pura ilusión y pura trampa. Ya Hitchock lo había demostrado con creatividad ; ahí está la luz que introdujo en el vaso de leche que transporta Cary Grant en "La sospecha". Lo que miramos no está allí donde miramos.

El teatro también es un engaño. Tuvo un origen religioso y desde el principio disfrutó ( o padeció) de una amplia participación de público. Aún en el siglo XVIII, el público participaba en la representación con gritos y aplausos, alentaba o insultaba a los actores. Incluso, bien entrado el siglo XX, durante los radioteatros que se ofrecían sobre un escenario y con presencia del público, muchas veces éste irrumpía en la escena, salvaba al héroe de la pieza de ser fusilado, al tiempo que propinaba al villano una paliza ejemplar.
No fue una exageración de Aristóteles el ver en el teatro un estímulo para la "catarsis" de los sentimientos. En el pasado, los médicos prohibían el teatro a algunos temperamentos sensibles porque había quienes enloquecían luego de asistir a una representación. De ahí que la costumbre que tienen los actores de salir a saludar luego de cada función, se originó en la necesidad de tranquilizar al público que hacía instantes los había visto morir en el escenario.
Es cierto que el teatro despierta las pasiones, pero al menos, lo que ocurre delante nuestro lo podemos tocar, lo podríamos modificar. Naturalmente que hoy en día existe una fuerte prohibición a interrumpir o perturbar una representación teatral, pero nuestras pasiones sienten que, llegado el caso, podríamos intervenir. En el cine, en cambio, no tenemos ninguna posibilidad porque lo que estamos viendo es algo que sucedió en le pasado, ya no está ante nosotros. Si bien nuestras pasiones se conmueven por lo que ocurre en el film, sabemos que permaneceremos como meros testigos impotentes de sucesos que no existen en el tiempo y lugar en que se desarrollan.
El cine maneja los avatares de la trama con mayor eficacia que el teatro porque nos permite acompañar al personaje a su dormitorio, al baño, enseguida lo vemos caminar por el jardín, perderse en la espesura de un bosque, sumergirse en el mar. Nos ubica alrededor de lo que sucede, nos introduce con mayor profundidad en el curso de la acción, pero nos aleja más del hecho.

Y así, el cine torna inútiles las pasiones y esto es precisamente lo que agradecemos. Y si se trata de un buen film, estas turbulencias hallan una proporción, una adecuación ; nos moldeamos suavemente a esa forma bella de despertar nuestra angustia.
El cine terminó acostumbrando a la sociedad a permanecer imperturbable ante los dramas que se desatan en su seno. Luego vino la televisión, que produce el mismo efecto pero en casa y en pijama. Y todo porque la realidad nos llega bajo la forma de una imagen de algo que ya sucedió en otra parte. No lo podemos tocar ni nos puede lastimar.
El mecanismo espiritual que se mueve en nosotros no es pues, la catarsis aristotélica de los sentimientos, sino la tranquilidad que sentimos ante lo inevitable de la pasividad. Así es que, en la actualidad, los dramas de un accidente o las injusticias de una guerra que observamos en una pantalla, sean reales o ficticias, sólo exigen de nosotros la quietud.
Con todo, siempre la creación artística presente en un film, se diferenciará de la realidad por la finalidad de la belleza que persigue. Si en la realidad los acontecimientos ocurren sin lógica ni armonía , en un buen film todo sucede en el momento más bello. Entonces, si nos preguntamos qué sucede entre nosotros y el cine, es lícito responder, como lo hizo cierta vez un amigo -Gustavo Mallea- quién dijo : "¿Por qué me gusta el cine? ( y esto Hearst lo supo siempre) ; porque es más hermoso que la vida". Y esto también se lo agradecemos.


Por Marcelo Manuel Benítez.


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