- Hola, ¿qué tal?, ¿bien?
- Sí, bien. Estoy para espiar...
Para qué espiar, para qué enterarse ni blanquear nada. Espiar, para qué, y más vale me abrigo antes de que ese aroma a nubes torpes, que la ternura fuera de escena posee, me devuelva sin más defensas a mi realidad promiscua, a mis crisis de ingenuidad, a mis poco claras certezas.Devolución insidiosa para volver a preguntarse qué es lo que se hace con los herbarios amenazantes que trae ese hombre por venir. Ese hombre, siempre por llegar como los puños tizadores de quién sabe cuántos años.Ese hombre y no otro, ése, sí. El alimento límbico de excesiva y luminosa sensualidad. Exactamente eso, total yo no espero nada.
Entonces, para qué espiar o suspirar pájaramente, si las ilusiones son un error de los sentidos y la angustia una pena con las peores posibilidades de sustitución. Para qué apurarse en las noches visibles si los sentidos están asediados por los trapecios del miedo. Mejor bajar al horizonte de piedras, si de cualquier forma somos siempre un encuentro presumible de hembras y machos, de amores y odios inexcusables. Y por esto, es que al amor me lo creo entre perfiles despeinados o desde distancias sulfatadas, como una adaptación de mi reiterada amnesia para ceder ante la caída. Insisto, pues, en burlar el dominio de ciertos dioses en extinción y espiar desde mis cerraduras; espiar y reírme, devolverle liquidez a las apariciones de esos rostros a veces solemnes, a veces delirantes, entre las sobras de mi última emancipación.
Preguntar : ¿Hola, qué tal?, ¿bien?, aunque todo esto no sea más que soportarse, sostenido por repisas en las que colocamos todo lo que no nos pertenece porque estamos vacíos de estantes. Además, en lo particular y desde un egoísmo sin método, indagar sobre ciertas cosas como la dirección de las culpas o la cartografía de aquella memoria común, que reclama algo parecido a una brisa que no consigo descifrar.
Debería pellizcarme, de vez en cuando, antes de la caída en la carne. Yo, tan lleno de sinceramientos tardíos y análisis de cómo los demás se abrigan para salir a la calle.
Y seguir preguntando sin límite, con la afinada percepción del derrumbe dentro de mi casa de ficciones, retrasando la acidez que produce esta designación a lo blando, a lo débil que insiste y no termina de desgarrarse en la respuesta ágil:
- Sí, bien. Estoy para espiar.
Por Conrado Yasenza