El pintor del otoño
Fernando Fader
(1882 - 1935)
Cuando a Fernando Fader se le preguntaba dónde había nacido, éste respondía que en Mendoza, y cuando se casa en1906, declara haber nacido en Buenos Aires. Así es que si existen confusiones o dudas en cuanto a su origen, es el propio Fader el primero en sembrarlas. Lo cierto es que Fernando Fader nació en Burdeos, Francia, un 11 de abril de 1882. ¿A qué se debe este engaño establecido en torno al lugar de su nacimiento?. Bien, esa primigenia mentira tiene un sentido final de construcción : la de representar un arte nacional, un arte argentino.
Mucho antes del reconocimiento, todavía anterior a la encarnación del pintor argentino y al ocultamiento del pintor francés, existe un jugoso itinerario que contiene a esta historia.
Recorrámoslo. La familia Fader se traslada a Mendoza en 1886, cuatro años después del nacimiento de Fernando. Su padre, Carlos Fader, era un reconocido ingeniero naval de ideas muy progresistas para la época, buscador de petróleo, que instala en Mendoza el primer gasoducto y el primer oleoducto. Fernando, es el hijo francés que va a iniciar los estudios primarios en Francia, donde residía su familia materna, los Bonneval, de cierta estirpe aristocrática. Dice él: "con esto comienza una niñez solitaria, triste y errática", ya que se trasladará luego a Alemania, a la casa de los familiares paternos, para cursar sus estudios secundarios. Es así que cuando regresa de Europa a Mendoza, el joven estudiante le comunica a su padre que quiere ser pintor. Ante tal anuncio, Carlos Fader, aquel ingeniero adelantado de avanzada, decide regalarle un pasaje a Europa por un año, sugiriéndole que mientras dure el viaje, repiense su decisión. Fernando parte hacia el antiguo continente, y a medida que va recorriendo las diferentes pinacotecas y museos, anticipa mediante periódicas cartas la decisión final que se avecina. Al cumplirse el plazo del año, Fader le envía a su padre un telegrama con una única palabra: "Persisto". Ante la firmeza del mensaje recibido, su padre contesta: "Lo sabía". Es el momento de prepararse para iniciar sus estudios de pintura en Alemania.
Ya en Alemania, Fernando Fader tiene la opción de elegir entre dos prestigiosos maestros de la época: uno era Frank Von Ziuk, pintor de estilo simbolista, quién realizaba desnudos femeninos y masculinos vinculados a temas mitológicos y literarios un tanto perversos; el otro maestro era Heinrich Von Zugel, un partidario de la pintura al aire libre, cuyos ejes temáticos eran el paisaje y los animales. Fader decide por éste último. Decide, porque es conocida la anécdota - que narran diversas crónicas y con diferentes matices - del encuentro entre Von Zugel y Fader en el estudio del pintor alemán, donde el aspirante a pintor muestra algunos de sus dibujos al maestro y éste los descalifica, rechazando a su vez la petición de Fader para ingresar al curso de pintura.
Finalmente, es tal la convicción de Fader por estudiar que le responde: " no importa, sobran maestros". A von Zugel debe haberle atrapado la audacia del aspirante, ya que le respondió: " Pase por administración".
Von Zugel tenía dos semestres de talleres libres; un primer semestre de verano, donde se trabajaba pintura de paisajes ( en la obra de Fader se pueden observar paisajes de Alemania y Holanda que corresponden a este período), y un semestre de invierno dedicado a la pintura de animales. Durante este semestre, el trabajo consistía en encerrar a los animales en un establo y pintar en interiores. Al finalizar los semestres, se organizaba un concurso en el que participaban todos los alumnos, otorgándose una medalla al mejor. Su período de estudios en Alemania se extendió desde 1900 a 1904.
De regreso a Buenos Aires, recibe una carta en la cual se le comunica que ha ganado el primer premio del semestre de invierno con el cuadro" La comida de los cerdos".
Todavía tendrá que transcurrir algún tiempo para que Fader abandone la fuerte influencia de su maestro Von Zugel, quien se caracterizaba por realizar un cuadro en la menor cantidad de tiempo posible y con escasas pinceladas. Durante la época mendocina de Fader, sus cuadros descansarán, todavía, sobre lo aprendido en Alemania.
Una vez instalado en Mendoza, Fader da clases de pintura y expone en el living de su casa. Todavía el éxito le es ajeno.
La notoriedad llegará en 1905, tras una exposición en el Salón Costas de Buenos Aires, donde presentó una serie de cuadros, entre ellos uno llamado "La chula", cuadro que va a vibrar en la retina y la mente de un conocido crítico de arte de la época, Cupertino Del campo, quién publica un artículo en el diario "La Nación" diciendo: "No existe en la Argentina un pintor capaz de pintar de esa manera, Fernando Fader es un pródigo que desborda talento, y que el día de mañana nos asombrará con su obra total". Este artículo se constituye en un poderoso impulso ejercido sobre un joven, que en ese momento tenía nada más que veintitrés años, y que lo va a vincular a la esfera que alberga a los pintores de ese tiempo.
"La Chula"
Mendoza: El prestigio y los colores tierra
Los ecos del prestigio obtenido en Buenos Aires resuenan en Mendoza. Emilio Guiñazú, un conocido terrateniente mendocino, le encarga la realización de unos murales en su estancia veraniega de Luján de Cuyo, y además , que inicie a una de sus hijas, Adela, en el arte.
Adela Guiñazú será por un tiempo estudiante, luego modelo y finalmente, tras una temporada imaginaria de tórridas tardes mendocinas, se convertirá, el 28 de agosto de 1906, en su esposa, con quién tendrá tres hijos, Raúl, César y Adelita.
La etapa mendocina de Fader se va a caracterizar por una paleta neutra, de colores tierra, opacos. Durante este período realiza. un cuadro titulado " Cacería de guanacos en la precordillera". Da una conferencia, en ese momento, donde señala que cuando se enfrentó a la inmensidad de las montañas, toda su ciencia pictórica quedó en la nada. Se dio cuenta que tenía que dejar el andador de los maestros para empezar a pintar esta tierra argentina que no fue pintada en ningún lugar de Europa ni en ninguna parte del mundo. Sostiene que ser artista nacional no es reproducir hechos nacionales, sino dar testimonio de la propia tierra.
Fader se va a conectar verdaderamente con el color cuando llegue a Córdoba. Posiblemente un cuadro transicional entre estas dos épocas sea " Flores de primavera", que si bien pertenece a su estancia mendocina, presenta unas retamas con colores muy vivos.
La tendencia europea de ese momento era representar a la gente escindida del paisaje. Por el contrario, en los cuadros de Fader de Mendoza y Córdoba, lo preponderante es el paisaje; el hombre es escaso y cuando aparece lo hace como fusionado. Eso va a ser una característica de su pintura.
Cuando en 1905 muere en forma repentina su padre - precisamente el año en que Fader pintara "La chula" -, éste deja en pie un proyecto que era el de realizar una usina hidroeléctrica en Cacheuta-Mendoza. Es entonces cuando Fernando va a hacerse cargo de los negocios familiares, lo cual va a implicar el alejamiento de la paleta y los pinceles desde 1909 hasta 1913, año en que la ira de la naturaleza se manifiesta en un terrible aluvión que desciende de la precordillera arrasando con toda la edificación, llevando a la quiebra a la familia Fader y a la familia Guiñazú.
A causa del desastre financiero, Fader retorna a Buenos Aires a una modesta casa de la calle Olleros, en el barrio de Belgrano. Allí comienza un nuevo período de su producción. Un amigo realiza las gestiones necesarias para conseguirle el taller de un escultor, ubicado en la Av. Rivadavia al 5000, donde Fader trabajará. Una de las obras emblemáticas de esta época es "Amarillos", cuadro que presenta en Galerías Müller, la exposición colectiva de artistas argentinos que marcará el inicio de la relación entre el comerciante y el artista. Para ganarse la vida sin claudicar a su amor por la pintura, realiza un cuadro para competir en el Salón Nacional, y así obtener prestigio. El óleo se llamó "Los mantones de Manila". Esta obra fue elegida para recibir la mayor distinción, con el voto unánime del jurado. El premio era de 3.000 pesos moneda nacional, y consistía en la adquisición del cuadro. Siempre quedó la duda de si lo retira por soberbia o si lo hace en realidad porque estaba en convocatoria y todo el dinero que recibiera oficialmente por los cuadros, iría a cuenta de los acreedores. Esta última hipótesis se consolida al observar que algunos de sus cuadros no tienen firma, o están firmados agregando una n a su nombre o con el apellido materno, Bonneval.
En el Salón Nacional de 1915 presenta "La Liga Azul", obra que según la opinión generalizada del circuito artístico, debió haber merecido el primer premio. Pero, un jurado quizás enfadado por la decisión de Fader de rechazar el premio del año anterior, decide declarar desiertos los dos primeros premios. Se sabe, siempre el poder decide cobrarse la cuentas pendientes con los díscolos.
Córdoba y el destino: Irse para quedarse
El destino, implacable en su laberinto de acontecimientos, se manifiesta con una fiereza casi fatal. En 1915, Fernando Fader es operado de una apendicitis y sorpresivamente le descubren un tumor pulmonar. El diagnóstico: seis meses de vida. Sin embargo, la aparición de un médico amigo es prodigiosa. Francisco Llobet decide reoperar y aconseja a Fader el traslado a las sierras cordobesas, donde el aire es muy beneficioso para los que padecen el mal que aqueja al pintor.
Es así como se aleja para siempre de la ciudad capital. Fader se instala, en 1916, con su esposa e hijos varones en la ciudad cordobesa de Deán Funes. A los seis meses se traslada a 30 kilómetros de allí, al pasaje Ojo de Agua de San Clemente donde vive durante dos años. Cuando adquiere un terreno de dos hectáreas en loza Corral, donde decide construir su morada definitiva, surge el primer conflicto con el vendedor quien sostiene que un estupendo nogal que había en la propiedad, no estaba incluido en el precio. Fader debe pagar una suma igual a la del terreno tan sólo por dicho árbol.
En 1922, Adela con sus hijos se trasladan a Buenos Aires para evitar que su hija recién nacida, Adelita, se vea expuesta la contagio. Fader realiza visitas periódicas para verlos, pero de aquí en adelante, ya nada será igual. La soledad, la enfermedad y la tristeza, van minando el espíritu del pintor que intenta encarnar el arte argentino.
Allí nace el período cordobés, donde aparece como modelo favorita de muchos de sus cuadros, la hija de los anteriores dueños de esas tierras, Laurencia Ochoa. Entre los cuadros más importantes de esta etapa podemos mencionar " Chichocas" (1916), "Bajo la higuera" (1918) y "Las mazorcas" (1920). Estas tres obras constituyen uno de los mejores ejemplos de integración entre la figura y el paisaje que Fader lograba magistralmente. Este período representa la etapa más prolífica de su carrera, llegando a firmar hasta 50 óleos por año. Fader no era un artista de inspiración sino de componer y de mentar mucho sus cuadros antes de realizarlos. Nada es casual en él. Existe una primacía de la composición intelectual.
"Bajo la higuera"
Además de la serie en donde aparece Laurencia Ochoa, existen otros óleos en los cuales el modelo es el árbol. El mismo motivo es abordado por Fader a lo largo del tiempo. El primer trabajo es "Primer acercamiento al mimbre", y data de 1926, reproducido luego en "Días de otoño" y "Días de invierno". El otoño era la estación preferida para trabajar y en sus cartas, Fernando se quejaba cuando la estación venía tardía. Son los árboles los que expresan el estado de ánimo de Fader. La profunda tristeza y la soledad que lo embargaban se manifiesta de manera poética en la mayoría de sus obras. El artista antes de pintar solía arar la tierra para producir la emanación de vapor que finalmente volcaba en sus obras como vibraciones de color. Fader tenía una excelente relación con la naturaleza y sostenía que le daba más placer contemplarla que hacer un cuadro. Le llevaba mucho más tiempo estar contemplando la naturaleza, para lograr que vibrara en la misma frecuencia que la suya, que pintarla. Tal es así que, el acto de pintar lo consideraba casi como un trabajo mecánico. Fader mismo sostenía: "yo no miro sino como pintor. Mis ojos no disponen de otro procedimiento como si fatalmente tuvieran ante ellos un prisma que todo lo rinde en tonos, valores, pinceladas, medias tintas, expresiones. A veces me ha sorprendido la noche en medio de mi labor interminada, entonces me he quedado a dormir dentro del auto, a veces hasta una semana, hasta sorprender la hora o el minuto propicio en que el estado de ánimo de la naturaleza estuviera a mi tono".
En pocas pinturas realizadas durante la primavera como "Mañana primaveral", de 1920, Fader pinta los alrededores de su casa .
"Días de invierno"_______________ "Días de otoño"
Siguiendo la tradición de su maestro Von Zugel, realiza en Córdoba numerosas obras donde el protagonista son los animales fusionados con el paisaje.
"La reja" es el óleo considerado por el artista como el más representativo del envío a Müller para su exposición en 1926. La crítica coincidió con el pintor. Escribió José León Pagano, ese mismo año, para el diario La Nación: "Es una obra de plenitud pero lo colmado en ella se define en lo emotivo, en lo sutil y fluido de la trama sensible. Obra capital de la vida del artista, que tantas y tan nobles afirmaciones enumera ya en su vida fecunda".
Ya en los albores de su ocaso, Fader realiza pinturas panorámicas. A medida que la enfermedad va volviéndose cada vez más torva, él debe salir en verano para pintar y así eludir los arrestos del frío. Se nota aquí una actitud muy diferente en relación a lo que pinta. El protagonista principal es la arquitectura, y sus pinturas casi predisponen al reposo y hablan de un momento calmo, del principio del fin.
Durante sus últimos tres años ya no puede pintar. El tormento mayor es sentir en sí mismo, hechos estéticos que ya no pueden expresarse por sus medios físicos.
El 28 de febrero de 1935, a los 53 años, un último resuello es exhalado por su boca. El gran Quinquela Martín, quien admiró siempre a Fader, fue el encargado de realizar un monumento en su homenaje a la entrada de su casa en Loza Corral.
Por Goldi Callisti