Las locas de Buenos Aires ()
Un acercamiento a las prácticas manicomiales en Argentina
Introducción
Abordamos el análisis del tema de la locura, las mujeres y las prácticas manicomiales en la Argentina durante un periodo caracterizado por el desarrollo del proyecto liberal agro-exportador. El mismo incluyó la llegada masiva de inmigrantes y produjo cambios sustanciales en el país, particularmente en su ciudad Capital, Buenos Aires. En ella, la alta concentración urbana - producto de la radicación de la mayoría de los extranjeros-produjo una serie de desajustes y conflictos que obligaron a la elite dominante a poner a punto una serie de mecanismos de control social y de exclusión de todos los considerados no aptos para el trabajo, o que fueran sentidos como una amenaza para el "orden" que garantizaría el "progreso", según el discurso positivista de la época; la figura social del pobre, el mendigo, el "alborotador", el "vicioso" y el loco -entre otras categorías- fueron vistos como una amenaza a la estabilidad del sistema que trabajosamente se había conseguido imponer.
Fueron los niños y las mujeres pobres el foco de atención de los discursos y las prácticas, tanto médicas como asistenciales. El Estado debió decidir, no sin debates entre los miembros de la elite, su postura ante la nueva realidad. O continuaba sosteniendo una política liberal a ultranza o decidía su intervención, aunque fuera indirecta, para evitar o aminorar el conflicto social. Apareció sobre el tapete la llamada "cuestión social" y los discursos moralizadores para erradicar la mendicidad, el alcoholismo y la prostitución.
En su nombre, comenzó a construirse un aparato sanitario y de higiene pública modelado sobre cánones europeos, que en la esfera de la salud mental tuvo como expresión la reclusión en manicomios. Así, mientras el discurso de la medicina se apoyó en el asistencialismo para la conformación de un hombre "sano" cuyo valor más importante debía ser el trabajo, base del progreso individual y colectivo de la Nación, la lógica del hospicio impuso la exclusión del "diferente", el "desviado", el "anormal".
El Estado delegó buena parte de esa tarea asistencial en organizaciones benéficas, especialmente en la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires. Estas tuvieron objetivos no siempre explicitados pero que aparecen muy claros a la distancia: religiosos (conversión al catolicismo y moralización de las costumbres), económicos (fomentar el interés y la aptitud para el trabajo) y políticos (evitar el conflicto social). Se asistía a los pobres por que preocupaban a los sectores dominantes en la medida que aumentaba la conflictividad, no por que se los pensara como sujetos de la previsión social .
Bruja de viaje - Goya
La situación de las mujeres
En este escenario, el papel de las mujeres fue muy importante. Más allá de las discusiones sobre su inferioridad mental, supuesto sobre el que se basaba ideológicamente su sometimiento al hombre, estaba establecido para la mujer que su función en la vida estaba determinada por la maternidad, y sobre su cabeza recayó la responsabilidad de mantener la salud de la especie. En este sentido, no existieron distinciones sociales: todas eran educadas para ser esposas y madres, sin incluir ningún tipo de capacitación laboral. Por lo tanto, el proyecto de vida de cualquier mujer de la época debió girar necesariamente alrededor de la familia, excluyendo cualquier otro camino de realización personal, tanto en lo profesional como en lo laboral. De hecho, la transgresión de esta norma significó muchas veces la descalificación social .
La situación de la mujer también se diferenció según el lugar que ocupara en la pirámide social. Si las señoritas de buena posición podían esperar al hombre salvador que las mantuviera económicamente, aún a costa de matrimonios mal avenidos, la situación crítica de las más pobres - nativas o inmigrantes- obligó a muchas de ellas a buscar empleo. Como trabajadoras, sufrieron los ataques de quienes consideraban que su lugar era el ámbito privado del hogar, mientras fueron vistas con preocupación por algunos hombres que temían por sus propias fuentes de trabajo, debido a la competencia que significaban sus salarios más bajos. Gracias a la prédica y el empeño de los médicos higienistas y de las luchadoras sociales de diferentes partidos y movimientos, las mujeres y los niños obtuvieron bastante rápidamente leyes protectoras, aunque sólo fuera para seguir manteniendo la ilusión de "mujeres sanas para tener hijos sanos" . Sin embargo, las trabajadoras a domicilio, el servicio doméstico y las prostitutas quedaron marginadas de las leyes y fueron durante mucho tiempo más, símbolo de la explotación femenina .
Sin duda, las mujeres de los sectores populares debieron realizar un enorme esfuerzo de adaptación a la nueva realidad socio-económica. En el caso de las extranjeras, la presión era doble: por un lado la externa del Estado para integrar, adaptar y controlar a los que llegaban; por el otro la presión interna de respetar las normas de la organización familiar y sus propias pautas y tradiciones culturales. Era mucho lo que se les pedía a las mujeres: que trabajaran en el hogar y fuera de él si fuera era necesario, pero con la culpa de estar haciendo algo que era mal visto; que fueran decentes y defensoras de la moral de la familia; que obedecieran a su hombre, sumisamente y sin quejas; que controlaran la reproducción de la fuerza de trabajo criando y educando a sus hijos; que se integraran pero manteniendo las tradiciones familiares; y además, que aceptaran felices y contentas su papel subordinado y dependiente . No es difícil supone que para muchas de ellas tantas presiones implicaran desequilibrios emocionales y aún desórdenes de la conducta.
Creemos que de este universo femenino, de aquellas que no pudieron adaptarse a las rígidas normas que les imponía la sociedad, de las que padecieron el desarraigo y el extrañamiento, ya sea por causas físicas o psíquicas, en fin, de las que eran diferentes, se nutrió la población del Hospital Nacional de Alienadas, dependiente de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires.
El dispositivo psiquiátrico
El modelo de medicina psiquiátrica que se aplicó durante el período analizado tenía sus referentes en los alienistas franceses, quienes contribuyeron a la definición de una concepción científica de la locura que tendió a mirar al loco como el Otro, un ser diferente que había que apartar de la sociedad, reforzando de ese modo la alienación y justificando el encierro . Este modelo tuvo gran influencia en la creación de las instituciones manicomiales europeas y americanas. Estaba basado en la organización del espacio del asilo mediante la distribución y separación de pacientes por sexo, por edades, por comportamiento o grado de agresividad, etc. El hospital psiquiátrico se transformó en el lugar de observación del enfermo, en un instrumento que permitió establecer un saber (la Psiquiatría como rama de la medicina) y una práctica (el llamado tratamiento moral, que necesitaba de la comunicación directa entre médico y paciente), tanto como en un laboratorio donde experimentar métodos de curación . La práctica del asilo de dementes se fundó en la existencia de un "orden" que se basaba en el aislamiento del paciente del mundo exterior, en la minuciosa organización de los espacios, los tiempos, las jerarquías, las ocupaciones, tanto como en el aprendizaje de rutinas disciplinarias. Pero sobre todo en la autoridad del médico, puesto en el lugar del saber y el poder, ley inapelable dentro de los muros del hospicio. El paciente se convertía en un "disminuido" que debía aceptarla, por lo menos hasta alcanzar su autonomía racional, si es que la conseguía alguna vez .
Este dispositivo comenzó a conformarse a partir aproximadamente de 1880 - después de la construcción de los hospitales de alienados para hombres y mujeres en Buenos Aires- deslindando modelos de normalidad y anormalidad. Mientras al principio la locura fue vista como un desorden moral, la relación de médicos argentinos con pares extranjeros, lo mismo que el desarrollo del espacio manicomial - que permitió la observación de conductas y el conocimiento directo de patologías -, produjo la construcción de un discurso específico. Surgieron publicaciones médicas, cátedras universitarias y asociaciones profesionales. Se fue generando un sistema teórico, así como la especialización de médicos que ejercieron en instituciones publicas y privadas, formaron profesionales en las universidades, dirigieron institutos de investigación y sirvieron a la burocracia estatal, contribuyendo a la idea de que la mirada médica era imprescindible. La Psiquiatría se constituyó como rama autónoma dentro de la medicina, más centrada en los recursos tradicionales del saber médico: trabajos de laboratorio, estudios de anatomía patológica y neurobiología, búsqueda de una clasificación unificada de las enfermedades mentales -al menos para Latinoamérica -, que si bien atendía las causas sociales ponía el acento en el análisis de los síntomas y conductas de los pacientes, con una tendencia al estudio de casos, es decir, a analizar enfermos y no enfermedades. Pero por otra parte, al menos durante este período, el discurso científico no perdió de vista el ideal del hombre moral, del buen ciudadano que el sistema se proponía como objetivo. Además debió enfrentarse con una realidad social en la que se creyó necesario intervenir para disciplinar, ordenar y en todo caso segregar en el hospicio a los que no se adaptaran a los moldes previstos. Tal como sucedió en otros países, los muros de los manicomios como centros de investigación y observación de locos y locas ponían, ladrillo sobre ladrillo, la separación entre lo normal y lo patológico.
Patio del Hospital Nacional de Alienadas Foto: Todo es Historia Número 324 - Pág. 9
El Hospital Nacional de Alienadas
La prehistoria del Hospital está vinculada más bien a actitudes filantrópicas que a preocupaciones médicas. Los documentos indican que correspondió a una de las socias de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires , Tomasa Vélez Sarsfield, llamar la atención de la misma sobre el penoso estado en que se encontraban las mujeres dementes encerradas en la cárcel de la ciudad, "encadenadas a la pared, metidas en el cepo, mendigando por las calles o vagando por los cercos de las quintas" . Lo cierto es que desde 1854, la Sociedad obtuvo que las mujeres dementes internadas en el Hospital de Mujeres, detenidas en la Cárcel o encontradas vagabundeando fueran entregadas a su cuidado. Se organizaron entonces los primeros servicios en un antiguo espacio que albergaba barracones utilizados como hospital en tiempos de guerras civiles o epidemias, llamado la Convalecencia, que se encontraba situado en los arrabales de la ciudad. Podemos decir que aquí comenzó la historia del primer manicomio de mujeres que tuvo Argentina.
En él se atendió más que nada a las condiciones higiénicas de las mujeres y al trabajo como método de tratamiento, con escasa presencia de médicos y bajo el control de religiosas. Se observa todavía una tendencia a conferir a la demencia un contenido pecaminoso: la fuerza de voluntad, los buenos hábitos y la oración harían posible la curación. El número de asiladas creció rápidamente: de las 60 iniciales se llegó a 451 en 1878. Entre 1854 y 1878 ingresaron 2.310 mujeres, de ellas 1.519 fueron dadas de alta y 446 murieron internadas. La mortalidad rondaba el 20% y se incrementó en años de epidemias . Es interesante observar el elevado número de altas, producidas probablemente más por una cuestión de espacio que de restablecimiento, ya que no existía una planta permanente de médicos y el tratamiento sólo se basaba en el trabajo y la oración.
Podemos afirmar que desde su nacimiento el manicomio de mujeres estuvo signado por el hacinamiento, es decir, por la acumulación de un mayor número de pacientes que de camas disponibles, situación que se volvió endémica con el correr de los años, obligando en diferentes momentos a la suspensión de la admisión de nuevas pacientes.
En 1894 y con recursos suministrados por el Gobierno nacional comenzó la construcción de nuevos pabellones - calculados para 1.000 pacientes- en los terrenos de la antigua Convalescencia donde ya venía funcionando muy precariamente (actuales calles Vieytes, Perdriel, Suárez y Amancio Alcorta ). Los mismos se inauguraron en 1898, ya con el nombre de Hospital Nacional de Alienadas.
El mismo estuvo incluido dentro de las diferentes instituciones de salud controladas por la Sociedad de Beneficencia, conformada por mujeres de la alta sociedad porteña. Ellas mismas eran parte de la elite política y económica dominante, y el poder del que dispusieron es un fenómeno pendiente de análisis.
En un contexto en que la representación social de la mujer se asociaba a la maternidad, al hogar, a la dependencia masculina -como señalábamos antes- éstas mujeres llegaron a controlar una cuota de poder nada desdeñable, con el pretexto de realizar una actividad patriótica. Manejaron un abultado presupuesto votado todos los años por el Congreso; controlaron un elevado número de instituciones (hospitales, escuelas, institutos de minoridad, asilos de huérfanos, etc.); recibieron y administraron donaciones que eran propias y de las que no debían rendir cuentas al Estado; aprobaron el nombramiento del personal administrativo, pedagógico, de maestranza y aún de los médicos y Directores de los hospitales bajo su control. Fueron capaces de construir un inmenso aparato benéfico que compitió con éxito con organismos oficiales (como la Asistencia Pública, que dependía del gobierno de la ciudad de Buenos Aires) y otras organizaciones de beneficencia. Podría aducirse que sin la ayuda económica estatal no hubieran podido realizar gran parte de sus tareas, pero es interesante consignar que tanto los gobiernos conservadores como los de la Unión Cívica Radical -que cubren el período que nos ocupa- respetaron ese aparato y siguieron contribuyendo a su desarrollo. El poder político, por acción u omisión, les permitió conservar ese espacio de poder en tanto eran de utilidad para la moralidad y el disciplinamiento de los sectores populares. Obviamente resultaron funcionales al proyecto de país que la elite había diseñado y su sola presencia marcó la diferencia entre pertenecer o no a los sectores de privilegio, en el contexto de una sociedad en proceso de cambio.
En la documentación analizada no aparecen personas sino pacientes, enfermas, pensionistas. Los informes mensuales de los sucesivos Directores del hospital indican concienzudamente el movimiento general del mismo en ese período: número de pacientes internadas, altas, traslados, evasiones y defunciones; dinero recibido y gastado; movimiento de ropa y mantenimiento edilicio. Incluso consignaron nacimientos de hijos de las internadas (mucho más frecuentes de lo imaginado), aunque sin incluir datos de filiación, ya que los mismos eran entregados a la Casa de Expósitos, se supone que para entregarlos en adopción. Considerados seguramente hijos del pecado, producto de relaciones inmorales, estigmatizados por las teorías de la degeneración tan en boga desde principios de siglo, a esos niños se les quitaba el derecho de conocer su verdadera identidad.
Dos preocupaciones básicas aparecen recurrentemente en la documentación analizada: el hacinamiento, excusa permanente para explicar la deficiente atención que recibían las pacientes, y la falta de recursos suficientes para superar esta situación .
El Hospital no tenía autonomía económica, se financiaba con los fondos que le remitía la Sociedad de Beneficencia. Si bien existían pensionistas -divididas en 4 categorías -que pagaban una cuota mensual, representaban sólo el 20% del total de las asiladas, por lo que se infiere que el resto eran atendidas en forma gratuita, y por lo tanto seguramente pobres. Si bien sus familiares eran instados a paga una Contribución de conciencia, el monto recaudado era escaso.
A continuación nos ocuparemos de algunas cuestiones que nos aparecen importantes con respecto a la situación del Hospital en este período. - El hacinamiento
La severa concentración de pacientes internadas fue uno de los problemas constantes. Si bien ésta se vinculó al crecimiento de la población total del país para la época, no es menos cierto que no es la única explicación posible. Si bien durante muchos años fue el único manicomio de mujeres existente en toda la Nación, la construcción de nuevos pabellones y de un anexo en la provincia de Buenos Aires en 1908, no lograron superar el problema, pues la capacidad operativa de los mismos volvió a saturarse. En 1913/14 se construyeron pabellones de madera (que tenían carácter provisorio pero terminaron siendo definitivos, al menos en este período) para poder ubicar más camas. Como consecuencia directa de la presencia de numerosas internadas, que superaban holgadamente la capacidad de un hospital pensado para albergar a 1.000 pacientes (a lo sumo 1.600 con las ampliaciones realizadas) y que en algunos años llegó a superar las 3.000, la asistencia era insuficiente. El hospital se convirtió en un lugar de reclusión y abandono, más que en un espacio de curación.
El hacinamiento y la promiscuidad, la mezcla de pacientes de diferentes patologías y la insuficiencia del personal, entorpecieron la acción de los médicos. La psiquiatría hacía tiempo que practicaba en Francia y otros países el llamado "tratamiento moral", basado en una relación directa y habitual de diálogo entre el médico y el paciente. Pero éste era impensable en una institución colapsada, donde el número de pacientes superaba ampliamente las posibilidades de atención de los escasos médicos, lo que convirtió al hospital en una verdadera "fábrica de crónicas".
Intentando remediar eta situación, el Director presentó a la Comisión Directiva de la Sociedad un informe sobre la situación en hospitales extranjeros y las medidas tomadas en ellos para impedir el hacinamiento de pacientes . En él proponía la creación de consultorios externos, dependientes del mismo y con personal supervisado por él, ubicado en puntos estratégicos de la ciudad, pues "no todas las enfermas mentales lo son en un grado que requieran reclusión" . Estos funcionarían como intermediarios entre la internación y la asistencia domiciliaria, atenderían a las pacientes ambulatorias, analizarían cada caso antes de aconsejar la internación y continuarían el tratamiento de las pacientes dadas de alta, tal como se hacía en instituciones de Francia y los EE.UU.
Estos informes permiten establecer las diferencias entre el Hospital Nacional de Alienadas y otras instituciones de su tipo en el extranjero: en ellas no se internaba a todas las pacientes que presentaran síntomas de enajenación mental, sino solamente a las consideradas peligrosas para sí mismas o para los demás. Pretender asilar a todas implicó colapsar el sistema de atención, imposibilitar un tratamiento adecuado y convertir al hospital en un depósito de mujeres, la mayoría de ellas sin esperanza de curación, y aún en situación de riesgo de empeorar sus patologías.
La situación lejos de mejorar, empeoró. En un Informe del Director del hospital en 1927 se registra que sobre un total de 2.356 pacientes, 402 dormían en catres, 147 en colchones sobre el suelo y 1807 en camas apiñadas en los diferentes pabellones y edificios, muchos de ellos construidos para otros fines, como el espacio que había ocupado la usina eléctrica o el edificio donde antes se alojaban los peones .
Otra de las consecuencias del hacinamiento fue la propagación de enfermedades como la tuberculosis, el paludismo y la fiebre tifoidea. La tuberculosis, por ejemplo, produjo el 23% de la mortalidad en el hospital en 1921 , y en cuanto a la fiebre tifoidea era considerada endémica en el nosocomio. Se verificaron inspecciones del Departamento de Higiene Municipal, temiendo no sólo que la epidemia creciera dentro del hospital, sino que se irradiara al exterior, que era ya un populoso barrio de trabajadores. Las mismas aconsejaron que se habilitara un sistema de alcantarillas y que las ropas, objetos y utensilios fueran lavados dentro del establecimiento .
A pesar de los informes médicos, de las denuncias periodísticas que se realizaban y sin tener en cuenta la experiencia de países más avanzados, es evidente que para las damas de la Sociedad siguió primando su propio criterio, repitiéndose ad eternum el hacinamiento crónico. Con una capacidad máxima para albergar 1.600 pacientes, en 1934 se contabilizaron 3.054 internadas, es decir, un 90% más de lo ediliciamente aceptable. Creemos que esta cifra es suficientemente indicativa de lo que venimos afirmando. - El cuidado de las internas
Con respecto al personal médico y auxiliar, podemos decir que siempre resultó insuficiente debido al constante aumento de las pacientes. Por ejemplo, en 1921 el Hospital contaba con 12 médicos y 6 practicantes internos para atender a 1.959 pacientes, cantidad a todas luces insuficiente . Con respecto al personal de enfermería, el número fue variable pero siempre escaso y, tal como sucedía en los hospitales municipales, fueron pocas las que tenían la preparación técnica adecuada . Como ejemplo nuestras fuentes indican que para la década del 20 el hospital contaba con 14 Hermanas Celadoras (que eran enfermeras diplomadas) y 185 asistentas, que no tenían título habilitante. Teniendo en cuenta la cantidad de pacientes, podemos establecer un promedio de 17 pacientes por asistenta y 215 por Celadora -suponiendo que éstas trabajaran las 24 horas del día- cifras que hablan por sí solas e indican severas deficiencias en la atención cotidiana de las enfermas, a muchas de las cuales había que asear, alimentar y proporcionar medicación, además de controlar y evitar que se agredieran entre sí. La insuficiencia de personal suponía exceso de trabajo, a lo que se sumaba un espectáculo seguramente desolador, la posibilidad de contagio de enfermedades, el peligro de convivir con alienadas con escasa vigilancia, y salarios más bajos de los que se pagaban en los hospitales municipales; esto hizo que muchas se quedaran el tiempo suficiente para aprender el oficio y luego buscaran colocarse en otras instituciones, públicas o privadas.
Como en otras instituciones de la Sociedad que se ocupaban de mujeres y niñas, la congregación de Nuestra Señora del Huerto aportó religiosas que se ocuparon de distintas tareas y supervisaron el funcionamiento del hospital. La Hermana Superiora controlaba el aprovisionamiento, la ropería y la cocina, así como la asistencia y conducta del personal no médico. Había también Hermanas enfermeras diplomadas de las que dependían las asistentas; de acuerdo al primitivo Reglamento el número de éstas se fijó en una cada diez o doce enfermas en las secciones de alienadas indigentes, pero la realidad desvirtuó la norma, debido al aumento creciente de pacientes pobres .
Las monjas también estaban a cargo de supervisar las tareas de laborterapia para pacientes tranquilas. Se trató básicamente de trabajos manuales como la fabricación de escobas, sombreros y canastas de paja, trabajos en la quinta y los jardines, tareas de costura, tejidos, etc. Muchas contribuyeron como mano de obra gratuita en las tareas diarias del hospital (cocina, limpieza de los pabellones, lavado y planchado de la ropa), en parte para subsanar la falta de personal y en parte para cumplir con la figura del "loco colaborador" que no se cura pero del cual se obtiene una respuesta sumisa, tal como el dispositivo psiquiátrico requería.
Como es de suponer, la situación del establecimiento favoreció incidentes y agresiones entre pacientes, acusaciones de malos tratos, fugas y suicidios . Estos eran frecuentes y con diferentes métodos: arrojándose por las ventanas o desde terrazas de los pabellones, por intoxicaciones con medicamentos o por ahorcamiento con diferentes elementos (sogas, sábanas, cinturones de chalecos de fuerza, etc.). La falta de atención médica adecuada, la carencia de personal suficiente y entrenado, las endemias y los suicidios que se producían, explican la alta tasa de mortalidad en el establecimiento, que fluctuó en el período entre el 9% y el 15% anual. Si comparamos con la tasa bruta de mortalidad en Argentina, que para el período descendió del 29 por mil al 12 por mil, vemos que la tasa en el hospital se mantuvo muy elevada. - Población extranjera en el Hospital
A tono con las características de Argentina en esa época, la población del hospital creció no sólo con enfermas provenientes del interior del país, sino también con mujeres llegadas del extranjero. Los datos que poseemos son bastante escasos, pero puede inferirse que la situación del mundo urbano se repetía dentro de sus muros, con un alto porcentaje de extranjeras que fluctuó entre en 50% y un 60 % en este período.
Como dato ilustrativo, según consta en un Informe presentado a la Presidenta de la Sociedad sobre extranjeras internadas al 31 de diciembre de 1934, la situación era la siguiente
Capacidad del hospital: 1.600 pacientes
Existencia: Argentinas 1.416
Extranjeras 1.638 3.054 pacientes
Analizando la composición por nacionalidades, encontramos 739 españolas y 448 italianas -demostrando el componente mayoritario de españolas e italianas en el proceso inmigratorio-, aunque es interesante observar que es significativamente mayor el número de españolas, lo que no refleja la situación real fuera del hospital, pues el aporte de inmigrantes italianos fue levemente mayoritario . Es también notable la elevada presencia de francesas, polacas, rusas, rumanas y austríacas. Donna Guy señala que era muy alto el porcentaje de europeas en los burdeles de Buenos Aires - sobre todo rusas, polacas y francesas- y no poseemos datos sobre la prostitución clandestina . Creemos que seguramente había prostitutas entre la población de las internadas. La sífilis constituía la enfermedad venérea de mayor y más rápida difusión en la ciudad, agravada por la escasez de controles sanitarios en los burdeles. La Parálisis General Progresiva o mal de Bayle era una enfermedad de grave compromiso neurológico considerada de origen sifilítico; se la denominaba también Demencia Paralítica, en razón de que producía alteraciones intelectuales y motrices. La Memoria del hospital de 1921 señala que en quince años se había duplicado la internación de pacientes que lo padecían . Podemos por tanto, establecer un correlato entre el aumento de los niveles de prostitución y la difusión de la sífilis, con la relativamente elevada presencia de mujeres francesas y europeas del este internadas. Aunque de ninguna manera queremos sugerir que todas las extranjeras internadas hubieran ejercido la prostitución. No sabremos nunca cuántas inmigrantes habrán terminado allí víctimas de la angustia de vivir en un país nuevo, desarraigadas del terruño natal, algunas con dificultades de comunicación en un idioma que no era el suyo, presionadas para cumplir los mandatos familiares y sociales, en condiciones muchas veces de indigencia o con problemas para integrarse a una ciudad desconocida y caótica, que no siempre las recibió bien.
Hasta aquí hemos tratado de describir algunas de las problemáticas del Hospital Nacional de Alienadas. Ellas no eran desconocidas ni para las autoridades del mismo, ni por las damas de la Sociedad de Beneficencia ni presuntamente por el Estado.
Si hasta el período analizado poco se hizo para remediarlos -y lo que se hizo fue a todas luces insuficiente-, ello estaría relacionado con la ausencia de una política de salud mental, de aplicación racional de los recursos y de distribución regional de las enfermas, que hubiera permitido un mayor porcentaje de curaciones o, al menos, una mejor calidad de vida para las que no tenían remedio.
Conclusiones
Creemos que en el importante aparato benéfico que comenzó a afirmarse en Argentina a fines del siglo XIX, la Sociedad de Beneficencia tuvo un papel central en la tarea de disciplinamiento y moralización de los sectores populares, a través de las numerosas instituciones para mujeres y niños que estuvieron bajo su control directo. Si bien existían otras instituciones asistenciales, su importancia radicaba en la enorme cantidad de fondos del Presupuesto nacional que el Estado puso en sus manos, tanto como en la capacidad organizativa que demostraron. A pesar de que mucho se ha escrito sobre la ausencia de política social de los gobiernos conservadores en Argentina, creemos que la situación descripta constituye en sí misma una política social: El Estado no asumió para sí el rol de benefactor, sino que delegó esa función en estas instituciones. Los gobiernos de la Unión Cívica Radical (que cubren el período ) no intentaron cambiar el sistema heredado. De cualquier manera, no se trataba de cuestionar los fundamentos de la sociedad liberal reconociendo el derecho de los pobres, sino de intervenir antes de que la enfermedad y la pobreza no les dejaran más alternativa que la revuelta.
Una de las preguntas que hemos tratado de responder en este trabajo es qué pasaba con las mujeres que no se adaptaban, que no entraban en los moldes prefijados por la sociedad argentina durante el período . Creemos que una buena parte de ellas pasaban o terminaban en el Hospital Nacional de Alienadas.
Pensamos que las locas encerraban en sí mismas una profunda contradicción para la sociedad de la época. Eran mujeres y por tanto debían responder al discurso social vigente sobre la maternidad y el hogar como objetivos centrales de sus vidas, pero sufrían desequilibrios psíquicos y por tanto no debían parir hijos que degradaran la especie, tal como imponían las teorías de la herencia y la degeneración sostenidas en ese momento por el discurso científico. Entonces, si no debían tener hijos, si en el hogar no podían cumplir con su función específica, si no encajaban en el proceso productivo... ¿qué hacer con ellas?. Siguiendo las normas vigentes en el mundo occidental en ese momento se las recluyó, se las segregó detrás de los muros del hospital de dementes, pasando a formar parte de un dispositivo psiquiátrico que funcionaba como un mecanismo aceitado y del que el hospital era sólo una parte. Un hospital proyectado para sacarlas de las calles y la cárcel y que terminó convirtiéndose en un depósito donde raras veces se curaba y siempre se malvivía. Creemos probable también que el discurso que trató de excluir a las mujeres del mundo laboral contribuyó a profundizar esta situación, al no ser consideradas como mano de obra útil o necesaria.
Sostenemos que el crónico hacinamiento de pacientes, las condiciones de vida en el lugar, la mezcla de enfermas con diferentes patologías - salvo las peligrosas encerradas detrás de los barrotes del pabellón para agitadas-, la imposibilidad de recibir tratamiento eficaz por la disparidad entre el número de médicos e internadas, el desprecio por su condición de mujeres no aptas para cumplir sus funciones "naturales", marcaban el ritmo de una curación ya bastante difícil para los conocimientos científicos de la época y que la mayoría de las veces no se producía.
La política de encerrar a todas las pacientes, aún a las que hubieran podido recibir tratamiento ambulatorio, produjo el colapso de la institución. El hacinamiento impedía el tratamiento, sin tratamiento aparecía la cronicidad y la cronicidad aumentaba el hacinamiento: ese era el círculo maldito en que se desarrollaba la vida en el hospital. Hemos visto que hubo propuestas alternativas - de hecho en otros países se habían adoptado - como la creación de consultorios para tratamiento ambulatorio. Esto significa que había otras posibilidades y que el no haberlas adoptado implicó una política de abandono de las enfermas internadas, que se ejecutó a través de la Sociedad de Beneficencia pero con dinero de los contribuyentes, lo que indica una responsabilidad directa del Estado, aunque sea por omisión y falta de controles.
Sabemos que en este proceso de reconstrucción de la vida en el Hospital Nacional de Alienadas sólo tenemos la palabra oficial. No tenemos, y probablemente no tengamos nunca, la palabra de las mujeres internadas allí, a diferencia de la profusa existencia de las palabras, las ideas y aún las imágenes de las damas de la Sociedad de Beneficencia.
Sin contactos con el mundo exterior, aisladas, abandonadas la mayoría de ellas por sus propias familias, nada pudo salvarlas del sometimiento al dispositivo que se creó a su alrededor. Privadas ellas mismas de la palabra, pues en tanto locas no eran escuchadas - o lo que decían no debía tenerse en cuenta-, prácticamente sin voces que salieran en su defensa o que cuestionaran sus sufrimientos, se vieron condenadas para siempre a la invisibilidad.
De este modo, sólo pudimos aproximarnos al mundo de la mujer y la locura y nuestras conclusiones se extrajeron de las fuentes consultadas y analizadas. En cuanto al papel del Estado y la Sociedad de Beneficencia creemos necesario señalar que la representación social de la locura en esa época determinó que el loco (de cualquier género) era una persona sin utilidad, una carga pública que debía conformarse con lo que le daban (y lo que le daban no era mucho). Esta idea se instaló en una sociedad en proceso de cambio, cruzada por múltiples conflictos, que temía por su futuro mientras se acercaba inexorablemente a la primera gran crisis del capitalismo.
Seguramente terminar en "Vieytes" - como popularmente se conocía a los hospicios de dementes para hombres y mujeres por estar ubicados sobre esa calle - no era el mejor de los futuros posibles, pero para muchos fue un destino inexorable.
Por Silvia Simois de Bayón
[De Bayón, Silvia Simois de, Las locas de Buenos Aires (). Un acercamiento a las prácticas manicomiales en Argentina, en Moreno, José Luis (comp.), La política social antes de la política social (Caridad, beneficencia y política social en Buenos Aires, siglos XVII a XX), Buenos Aires, Trama editorial/Prometeo libros, 2000.]